A veces
no sé si escribo o es que ando descalza sobre las brasas
si puedo acariciar tu médula a la que solo le falta hablar
como un campo de flautas.
A veces
no sé
quien soy y me pregunto al caos
me pasan por delante de los ojos la noche y el murciélago
secreto
de tu amor
pido
muérdeme el aliento
cómeme el corazón
y si todavía quieres más
ven a ver:
La noche succiona mi polen negro
para oscurecer la madrugada
tira de mis tendones para tensar la aurora.
A veces no sé si florezco o es que hablo aire
me entrego a ti o hago el amor con la mitad de mí misma
si te abrazo o acuno un trébol de cuatro hojas
si tengo un hijo dormido en mi vientre como un dolmen pequeño
o si todo cuanto veo no es más que un lamento
de no verte
de no verte
me poso en la rama del pensamiento
lo siento como un hierro candente bajo las patas
intuyo bajo la sombra el cuerpo de tu ausencia
como el grano de maíz como una hostia sagrada
y bajo a beber a la fuente ayer
donde tú no estabas.
El tiempo se comunica conmigo
por sondas subterráneas
apenas entiendo nada salvo la fiera sentimental
que gruñe allá en el fondo de tu oído interno.
Oigo voces que no son yo
me desplazo sin moverme
como el son de la lira
voy a donde ya estuviste
y encuentro
una luciérnaga que dejó en la hierba tu aura desnuda.
Se queda la lana a tejer hasta el alba
se queda la seda acariciando el feto de la oruga
el sol en su pozo entona un oráculo
se quedan mis ansias sentadas a la puerta
golpeando un báculo mi corazón.
A veces no sé si escribo
o es que ando descalza sobre brasas
o es que ando descalza sobre brasas
o es que ando descalza sobre brasas
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Campanas de Bastabales – Rosalía de Castro
Campanas de Bastabales,
cuando os oigo tocar,
me muero de añoranzas.
I
Cuando os oigo tocar,
campanitas, campanitas,
sin querer vuelvo a llorar.
Cuando de lejos os oigo
pienso que por mí llamáis
y de las entrañas me duelo.
Me duelo de dolor herida,
que antes tenía vida entera
y hoy tengo media vida.
Sólo media me dejaron
los que de allá me trajeron,
los que de allá me robaron.
No me robaron, traidores,
¡ay!, unos amores locos,
¡ay!, unos locos amores.
Que los amores ya huyeron,
las soledades vinieron…
de pena me consumieron.
II
Allá por la mañanita
subo sobre los oteros
ligerita, ligerita.
Como una cabra ligera
para oir de las campanas
la campanada primera.
La primera de la alborada
que me traen los aires
por verme más consolada.
Por verme menos llorosa,
en sus alas me la traen
retozona y quejumbrosa.
Quejumbrosa y temblando
entre la verde espesura,
entre la verde arboleda.
Y por la verde pradera,
sobre la vega llana,
juguetona y juguetona.
III
Despacito, despacito
voy por la tarde callada
de Bastabales camino.
Camino de mi contento;
y en tanto el sol no se esconde
en una piedrita me siento.
y sentada estoy mirando
como la luna va saliendo,
como el sol se va poniendo.
Cual se acuesta, cual se esconde
mientras tanto corre la luna
sin saberse para dónde.
Para dónde va tan sola
sin que a los tristes que la miramos
ni nos hable ni nos oiga
Que si oyera y nos hablara
muchas cosas le dijera,
muchas cosas le contara.
IV
Cada estrella, su diamante;
cada nube, blanca pluma;
triste la luna marcha delante.
Delante marcha clareando
vegas, prados, montes ríos,
donde el día va faltando
Falta el día y noche oscura
baja, baja, poco a poco,
por montañas de verdor.
De verdor y de follaje,
salpicada de fuentecillas
bajo la sombra del ramaje.
Del ramaje donde cantan
pajarillos piadores,
que con la aurora se levantan.
Que con la noche se adormecen
para que canten los grillos
que con las sombras aparecen.
V
Corre el viento, el río pasa.
Corren nubes, nubes corren
camino de mi casa.
Mi casa, mi abrigo,
se van todos, yo me quedo
sin compañía ni amigo.
Yo me quedo contemplando
las llamas del hogar en las casitas
por las que vivo suspirando.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Viene la noche…, muere el día,
las campanas tocan lejos
las notas del Ave María.
Ellas tocan para que rece;
yo no rezo que los sollozos
ahogándome parece
que por mi tienen que rezar.
Campanas de Bastabales
cando vos oio tocar,
me muero de añoranzas.
Canción de la que puede y no puede – Yolanda Castaño
Cuéntame un canto de sílice y luna,
hazme una historia de paño y satén,
tráeme un molino bajo la noche,
cántame un barco que se acune bien.
¿Y si me pincho la sonrisa?
¿Y si la sed me atraganta?
¿Si se me marea el juicio,
si el cincel se me adelanta?
Mi abuela modista y no sé coser.
Mi abuelo cantero y no puedo labrar.
Zahorí mi padrino y no encuentro el agua.
Fue marino mi padre y no sé navegar.
E – Yolanda Castaño
A esa matria hay que añadirle
un poco de experiencia y un poco de evasión.
Un toque de embriaguez, algo de elipsis,
más espacio y un buen par de excusas.
Reformular ciertas ecuaciones. Prestar
atención a algunos enveses.
Exploración, encuentro, poder de vez en cuando eclosionar.
Una extraña envidia hacia todo lo estéril.
Borrar estigmas, redefinir la estirpe,
permitirse alguna equivocación.
El sutil encanto de la encrucijada.
Un cierto fondo expedicionario. Expectativas.
A la vez, sentido de lo efímero y capacidad para elegir.
Que sea el ego el eje más elástico.
A un tiempo entereza, euforia y extravío.
La dosis de egoísmo que no te derrame sobre los demás.
Un salvoconducto para errar o escaparse.
Habría que introducirle un suave aire errático.
Enigma, equilibrio, escándalo.
Emancipación.
El Buen amor – Olga Novo
Busca estes amores..., búscaos,
si tes quen chos poida dare;
que éstes son sóio os que duran
nesta vida de pasaxen.
ROSALÍA DE CASTRO
A menudo me decías
que una legión de ángeles rilkeanos me protege
y era cierto.
En las mañanas en que llovizna
y el ruido del roce de la nada me hace vibrar
sintiendo que estoy viva...
se acerca sin más pisando sobre hierbas aún no nacidas
el buen amor
que salva y canta allá
donde se unen mis vértebras y los astros.
Como aquel libro leído en plena adolescencia
que ardió en mi boca entre Dante y los sueños.
Ahora sé por fin
que en medio del camino de la vida
entre Vilarmao y Bastavales
la bestia de la felicidad pacía con paz entre flores amarillas.
Y le doy de beber esta sangre fluvial
y proclamo su armonía como un tratado barroco
para zanfoña y lágrimas
de alegría.
A menudo me decías
pero yo no entendía...
Que en las mañanas de nieve
donde la blancura asume la suma total del color
y yo me alzo tres metros sobre mí apenas sin ser notada
por la gravedad y sus manzanas maduras...
Que en esas mañanas
todo perdura
al pender de las manos del buen amor
que cura y percute en la piel
como un bombo de esferas celestes.
Extremo saber que todo cambia
que nos levanta del barro la lengua al límpido lenguaje
donde te digo que te quiero y todo arde
sutil y tranquilo en esta tarde...
Crónica primera – Olga Novo
De como fui cuarto creciente
y llegué aquí descalza entre laureles
de cómo fluí por demoras de cuerpos
desvariada
de como noté envuelta en los helechos de los proscritos
y de cómo la ocupación dos equinoccios.
De cómo crecí del robledal
de cómo fui capaz de tanta barcarola
y de cómo concebí la revolución en nuestros vientres.
Y es que yo soy a la vida
lo que la lava al volcán.
Busca y anhela el sosiego… – Rosalía de Castro
Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.
Tu boca violeta – Claudio Rodríguez Fer
Tu boca violeta boreal y venérea
levita por el cosmos inmensamente abierta
manando levemente lava rosa
en la hora horizontal de las cavernas de carne.
Tu boca violeta es de hierro fundido
tiene el fulgor de la obsidiana en el talle de las amazonas
y la impudicia polar de sus tangas de morsa.
Sobre magmas de ámbar orificios volcánicos
escupen saliva negra contra el relámpago que hierve
en las tubulares sendas para el semen letal.
Tu boca violeta tiene la dulzura de la leche más azul:
es como un diplodocus que se amara en silencio
entre maíz zafiro y amapolas de grutas uvulares.
Vamos a los puertos grises sobre petróleo blanco.
El aliento lácteo que arremolinas petrifica mi líquido
y desata el instinto de nadar a panteras.
Tu boca violeta de contornos infinitos
se entreabre a todo lo que sea de lila.
Las montañas de azúcar de tu patria Pomona
y los lagos de licores de jauja o de cucaña
resbalan mansamente por utopías lascivas
mientras muerde el rubor y gallonas las vulvas.
Tu boca violeta boreal y venérea
abocina tus labios con gestos de gruta
y a latigazos irrumpe eruptiva y volcánica.
Amo la lengua de sierpe que se enrosca y se estira
como funda de fruta o piel de ventosa
que nos lleva adonde la aurora no preludia arenarias.
Amaré tu lava sobre todas las cosas
y el bilabial crepúsculo sabrá como hablo.
Morderás esta lengua como el crótalo – Claudio Rodríguez Fer
Trazas con tu verso caracolas
prendida en espirales de olas marinas
y me llevas a un astral acuario íntimo
fluyente como la historia de la luna en la que arde
tanta pasión plural por la ternura.
Nuestra común lengua humedecida
se moja como el pastizal entregado al crepúsculo
y fértil devuelve las manzanas en auroras
y hace surgir la sierpe por el seto de la selva.
Me escribes en la lengua que nos une
que acaricia, penetra y que ilumina
que casi comunica lo que las manos comunican
y pronuncia casi lo que callan los labios.
Estaría dispuesto a renunciar al poema
y ser pasiva musa con tal que tu cantases
y ser la negra sombra o ser el huésped blanco.
Yo sé que bañarás en los mares de la dulzura
-de amor dirás palabras que tu cuerpo
escribirá mis versos liberado-
cada una de las palabras que me escribas
y sé que cada vez que arda tu boca
morderás esta lengua como el crótalo.
Amor sin muerte – Claudio Rodríguez Fer
Lengua lame emboca resbala lábil
lenta lengua en el lodo en que yacente
despierta resbala sierpe húmedamente
y ardiendo de vidriados ciñe hábil.
Labios consagrados nervio a nervio
detrás delante al cabo frente a frente
gamuzas como pubis refulgente
y detenidos en el tiempo verbo a verbo.
Piel con piel nácar en la carne
almizcles congelados por la aurora
espasman y jadean en la materia que arde.
Y la vida se prolonga serena e infinitamente.