Siento que algo solemne va a llegar a mi vida.
¿Es acaso la muerte? ¿Por ventura el amor?
Palidece mi rostro, mi alma está conmovida,
y sacude mis miembros un sagrado temblor.
Siento que algo sublime va a encarnar en mi barro
en el mísero barro de mi pobre existir.
Una chispa celeste brotará del guijarro,
y la púrpura augusta va el harapo a teñir.
Siento que algo solemne se aproxima, y me hallo
todo trémulo; mi alma de pavor llena está.
Que se cumpla el destino, que Dios dicte su fallo,
para oír la palabra que el abismo dirá.
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Sommelear – Julia Santibáñez
Destiladísimo,
catamos este beso
con veinte años de añejamiento,
tinto de beso reposado de antojo,
en su punto de oscuro.
Doscientos cuarenta meses de saboreo
por este beso,
reserva de la casa
Esas y no otras – Julia Santibáñez
A las casas pequeñas
las cuidan faroles en la puerta,
las resguardan vallas de arbusto.
A las niñas que viven dentro
nada las defiende en sus camitas,
nada,
de las noches confusas
y calladas.
Cuándo la noche – Julia Santibáñez
Pobre de ti.
No tengo tu camisa, el cinturón,
no tu anillo,
el dije por fetiche.
Me quedé sin un botón
que fuera sobre tu cuerpo
a manera de amuleto.
Ni tu cuerpo.
Entonces no sé cómo el presagio
dónde el invierno
cuándo la noche.
Pobre,
pobre de ti.
Espejo – Julia Santibáñez
Me inunda el miedo de hallarte una tarde
pechos en cabestrillo
vientre lleno de agua
Julia rota.
Miedo de encontrarte en mi piel
anciana helada.
(Hoy escupo en tu nombre
y te odio en mi vello.)
Miedo de la aridez de tu féretro
de la lujuria marchita
de la saliva inútil.
(Hoy no te conozco y te consagro mucha tinta.
Un día, tu entrepierna desolada ya no merecerá
ni una línea.)
Miedo,
Julia.
Inminencia – Julia Santibáñez
Estoy sangrando.
Ellos me rondan,
tiburones hambrientos.
A largo plazo – José Emilio Pacheco
Valiente en la medida de su maldad,
la gota se arriesga
a perforar la montaña
en los próximos cien mil años.
La noche en blanco – José Emilio Pacheco
Viene la noche con su gran manto de espinas
a dormir en la cama de los insomnes.
Y a falta de esa muerte provisional,
de esa honda ausencia donde flota el cuerpo,
esa novela que urde en blanco el silencio,
deja en la mente la conciencia trágica,
el archivo salvaje, la foto ilesa,
la vuelta intolerable de todo aquello.
de lo que no quisieran ni acordarse.
Tierra de Nadie – José Emilio Pacheco
En la ignorancia a medias de un idioma,
ya que el dominio es imposible,
las palabras demuestran estar hechas
de la esencia del mundo y la poesía.
Pienso en dirt, por ejemplo:
«barro, lodo, tierra,
polvo, suelo, mugre,
suciedad, obscenidad,
bajeza, vileza.»
Suciedad de la tierra, tumba y matriz.
Basura sagrada
que amasaron plantas y huesos.
Putrefacción en que nos da la vida la muerte.
Extraño llamar «Tierra» al planeta errante
en donde navegamos siempre en tinieblas
y a la materia de la que sale todo
y todo regresa.
La tierra baldía, la tierra prometida,
la tierra de nadie.
Friso de la batalla – José Emilio Pacheco
Me doy, grita el vencido.
Es decir: te pertenezco, renuncio
a mi identidad y a mi dignidad,
a mi condición humana. Desciendo
a res (en español y latín): bestia, cosa,
animal que puedes uncir al yugo
o bien sacrificarlo en el altar de tu triunfo.
El vencedor, en la ebriedad de si mismo,
no alcanza a ver la sombra que proyecta su víctima:
la espada
de la venganza, el espectro
del guerrero que se dispone
para ser otra vez verdugo
de quien creyó eterno su poderío
y sin embargo muy pronto
dirá también: me doy
y bajará la cabeza,
humildemente como el lobo vencido.