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Primera casa – Yolanda Castaño

Todo lo que fui olvidando
lo recuerda mi cuerpo por mí.

El pozo, el túnel, el
botón de arranque.
Pura demo(n)stración.

La unidad familiar comienza con el ruido de un cuerpo.

Con ellos tengo este puente y su lenguaje secreto.
Nada más sabio hay que sus brincos maullidos,
la espuma de sus olas ilumina nuestros pies.

En cuanto mis caderas avanzan por esa casa
la derecha masca la pertenencia,
la izquierda aprende a refundarse.
Las líneas de mi frente hacen   todo lo contrario,
riega el vientre la flor de la división.

A toda casa se ingresa siempre a través del cuerpo.

Que más quisieras que un poema se escribiese con estos dedos
capaces de ir y pulsar teclas tan altas.
Umbral, resorte, código.
No con la inteligencia, ahora.
Con las manos.


Canción de la que puede y no puede – Yolanda Castaño

Cuéntame un canto de sílice y luna,
hazme una historia de paño y satén,
tráeme un molino bajo la noche,
cántame un barco que se acune bien.

¿Y si me pincho la sonrisa?
¿Y si la sed me atraganta?
¿Si se me marea el juicio,
si el cincel se me adelanta?

Mi abuela modista y no sé coser.
Mi abuelo cantero y no puedo labrar.
Zahorí mi padrino y no encuentro el agua.
Fue marino mi padre y no sé navegar.

E – Yolanda Castaño

A esa matria hay que añadirle
un poco de experiencia y un poco de evasión.
Un toque de embriaguez, algo de elipsis,
más espacio y un buen par de excusas.
Reformular ciertas ecuaciones. Prestar
atención a algunos enveses.
Exploración, encuentro, poder de vez en cuando eclosionar.
Una extraña envidia hacia todo lo estéril.
Borrar estigmas, redefinir la estirpe,
permitirse alguna equivocación.
El sutil encanto de la encrucijada.
Un cierto fondo expedicionario. Expectativas.
A la vez, sentido de lo efímero y capacidad para elegir.
Que sea el ego el eje más elástico.
A un tiempo entereza, euforia y extravío.
La dosis de egoísmo que no te derrame sobre los demás.
Un salvoconducto para errar o escaparse.
Habría que introducirle un suave aire errático.
Enigma, equilibrio, escándalo.
Emancipación.

Historia de la transformación – Yolanda Castaño

Fue primero un trastorno
una lesiva abstinencia de niña éramos pobres y no tenía ni aquello
raquítica de mí depauperada antes de yo amargor carente una
parábola de complejos un síndrome un fantasma
(Aciago a partes iguales echarlo en falta o lamentarlo)
Arrecife de sombra que rompe mis collares.
Fue primero una branquia evasiva que
no me quiso hacer feliz tocándome con su soplo
soy la cara más común del patio del colegio
el rostro insustancial que nada en nada siembra
lo tienes o no lo tienes renuncia acostúmbrate traga eso
cuervos toldando nubes una condena de frío eterno
una paciente galerna una privada privación
(niña de colegio de monjas que fui salen todas
anoréxicas o lesbianas la
letra entra con sangre en los codos en las cabezas en las
conciencias o en los coños).
Cerré los ojos y empecé a desear con todas mis fuerzas
lograr de una vez por todas convertirme en la que era.

Pero la belleza corrompe. La belleza corrompe.
Arrecife de sombra que gasta mis collares.
Vence la madrugada y la garganta contiene un presagio.
¡Pobre bobita!, te obsesionaste con cubrir con cruces en vez de
con su contenido.
Fue un lento y vertiginoso brotar de flores en inverno
Los ríos saltaban hacia atrás y se resolvían en cataratas rosas
lamparillas y caracoles me nacieron en los cabellos
La sonrisa de mis pechos dio combustible a los aeroplanos
La belleza corrompe
La belleza corrompe
La tersura de mi vientre escoltaba a la primavera
se desbordaron las caracolas en mis manos tan menudas
mi más alto halago pellizcó mi ventrículo
y ya no supe qué hacer con tanta luz en tanta sombra.

Me dijeron: “tu propia arma será tu propio castigo”
me escupieron en la cara todas mis propias virtudes en este
club no admitimos a chicas con los labios pintados de rojo
un maremoto sucio una usura de perversión que
no puede tener que ver con mi máscara de pestañas los
ratones subieron a mi cuarto ensuciaron los cajones de ropa blanca
litros de ferralla alquitrán acecho a escondidas litros
de control litros de difamadores kilos de suspicacias levantadas
sólo con la tensión del arco de mis cejas deberían maniatarte
adjudicarte una estampa gris y borrarte los trazos con ácido.
¿renunciar a ser yo para ser una escritora?
demonizaron lo gentil y lo esbelto de mi cuello y el
modo en que nace el cabello en la parte baja de mi nuca en este
club no admiten a chicas que anden tan bien arregladas
Desconfiamos del verano.
La belleza corrompe.
Mira bien si te compensa todo esto.