Por un miserable muero de ternura;
amo una armazón
bella, de elegante, fina contextura,
privada del zumo que da el corazón.
Su triste vacío sube a su mirada
lánguida, lavada,
y en sus venas blancas –ramaje nevado–
el limo sanguíneo parece estancado.
A veces, con modo que ya desvaría,
de mi boca ardiente a su boca fría,
le soplo mi alma: parece agitada
su carne, y el alma se le curva un poco.
Ay, luego la toco
y siento la goma de la cosa inflada.