Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado… – Marosa di Giorgio

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se
alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la
noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos, vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y llora.
Y el pájaro no se detiene.

Palabras de Caín- Silvina Ocampo

He visto morir pájaros en el sol que apresura
la muerte de las hojas, morir plantas enormes,
y en la pequeña muerte de mundos multiformes
he visto la apariencia de la verdad futura.

Con un dolor celoso, con un brillo sediento,
ya me escoltan los buitres, ya contemplan mis ojos
la sangre ineludible entre los pastos rojos
y esta insólita sangre hace llorar el viento.

Yo no elegí a mi hermano, yo no elegí esta senda.
Logré con esta piedra que mi hermano muriera
pero con él no ha muerto lo que en mí desespera.
¡Dios agresivo y cruel, declinaste mi ofrenda!

Sobre el follaje lloran incestuosos amores.
¡Por qué tienen memoria el canto de tus aves
y por qué esas memorias tienen acentos graves!
¡Ah, por qué me conturba la dicha de las flores,

el gusto de la lluvia y el puñado de tierra,
y por qué me conturba la calma de la tarde,
el calor de la piedra después del día que arde!
Jehová, tu espacio pérfido como un antro me encierra.

En la colina oscura mi madre se lamenta
del cielo sobre el agua que en barro se diluye
y la majada pálida que entre las hierbas huye
lleva el color del polvo y de su mano atenta.

Con invisibles armas Jehová solo ha matado
las bestias y los árboles con su soplo divino,
infligiendo su amor injusto, adamantino.
No ve mi sacrificio, ni mi amor desolado.

En el espacio estrecho me persigue la vida,
todavía no ha muerto Abel muerto en el suelo.
Nítidamente he visto su ojo azul en el cielo
con una extraña luz de amor indefinida.

Los caballos me temen, se afligen a mi lado
y la sombra feliz de las plantas me deja
quemaduras ardientes en mi frente y se aleja
hostilmente de mí todo lo que he admirado.

Más fuerte que mis fuerzas es esta penitencia:
me persigue en la noche y el día oscurecido
la voz divina y trémula de un Dios enfurecido.
La soledad no existe, y si existe la ausencia

sólo es la mutación persiguiendo mi vida
de estos campos borrosos, de este sol que asegura
la muerte de la rosa, que pudre el agua pura
y la ternura hipócrita de Abel que no me olvida.

Siento crecer la inmóvil tristeza en mis cabellos,
y en mi cara, en el frío, el ardor del verano.
Como una incierta fruta que devora un gusano
siento en mi pecho ansioso un horrible destello.

El reproche ha vedado en mí el remordimiento
alejando el fulgor dulce de la confianza,
ha destruido el pudor de mi desesperanza.
No puedo ya vivir sin él: es mi sustento.

Mora ya en mis futuros hijos, en mis amores,
en la irascible llama del ansia que no apaga
la implacable agresión de la palabra vaga,
en la fidelidad del trigo, en los alcores.

Mora ya en la sustancia del agua, en las cisternas,
en la brisa callada que por las tardes pasa
detrás de las montañas y a las ramas enlaza,
mora ya en el color de aquella órbita eterna.

Lo que al día le pido – Vicente Gallego

Lo que al día le pido ya no es		
que me cumpla los sueños, que me entregue		
los deseos cumplidos de otros días,		
porque al fin he aprendido que los sueños		
son igual que las alas de un insecto		
y al tocarlos el hombre se deshacen;		
y es que un sueño al cumplirse es otra cosa		
que no ayuda a volar.		
Lo que al día le pido es ese sueño		
que al rozarlo se parta en otros sueños		
lo mismo que una bola de mercurio,		
y que brille muy lejos de mis manos.		
Lo que al día le pido empieza a ser		
más difícil incluso de alcanzar		
que los sueños cumplidos, porque exige		
la fe antigua en los sueños.		
Lo que al día le pido es solamente		
un poco de esperanza, esa forma modesta		
de la felicidad.

El poema no escrito – Guillermo Carnero

Me gusta contemplarte al salir de la ducha,
como a Susana los ancianos bíblicos.
Por la puerta entornada te acecho cuando envuelves
en la toalla el muslo o el tobillo,
el pecho rebosante tras la línea del brazo:
odaliscas de Ingres, pastoras de Boucher
cálidas, sosegadas, inocentes,
ninfas de Bouguereau, esclavas de Gérôme,
Venus de Cabanel –horizontal espuma–,
tan redonduelamente comestibles.
Tendrá un nombre ese pliegue de la axila
que se bifurca en dos entre los dientes;
el leve mofletillo que bordea redondo
el friso de la media, debajo de la nalga;
ese cuenco rosado en que acaban las ingles,
donde el pulgar se tensa en breves círculos
entreabriendo el estuche de la lengua.
Tengo que consultar a un catedrático
de Anatomía.
            Ya escribiré un poema
cuando esté muerta el arte del deseo.

El beso – Raquel Lanseros

Por celebrar el cuerpo, tan hecho de presente
por estirar sus márgenes y unirlos  
                        al círculo infinito de la savia
nos buscamos a tientas los contornos
para fundir la piel deshabitada
con el rumor sagrado de la vida.

Tú me miras colmado de cuanto forja el goce,
volcándome la sangre hacia el origen
y las ganas tomadas hasta el fondo.

No existe conjunción más verdadera
ni mayor claridad en la sustancia                   
                   de que estamos creados.

Esta fusión bendita hecha de entrañas,
la arteria permanente de la estirpe.

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal.

Apología y petición – Jaime Gil de Biedma

Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
¿la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza,
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo ha pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo, aún para cambiar su historia
antes que se la llevan los demonios.

Porque quiero creer que no hay demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres quienes han vendido al hombre,
los que han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea del hombre el dueño de su historia.

Divagaciones sobre el príncipe azul – Jenaro Talens

Está sentada en medio de la alfombra,
con una mano sobre sus cabellos y
en la otra un anillo
que hace girar con un furor mecánico
bajo la luz escueta de la lámpara.
Murmura con excesiva lentitud,
oigo su voz, golpea
como la lluvia contra los cristales,
empañando sus gafas con una incómoda humedad.
Ah, la emoción del trance, o quizá sólo
es el calor que viene de la estufa.
Él se levanta, dice, cuánto sufres;
dice, perdona, voy a hacer café,
necesitamos un descanso; vuelve;
es hora, piensa, de una pausa; y ella
no escucha, dice, mi tragedia es no
saber si el sexo satisface o si
es prescindible en su ilusión; escúchame,
ignoro incluso en quién o dónde estoy
cuando hago o digo cosas como ésta,
todo resulta tan confuso, intenta comprender.
Él pone azúcar en la taza, dice,
admiro tanto tu sinceridad.

Unos soportales – Andrés Trapiello

Mi vida son ciudades sombrías, de otro tiempo.
Como se acerca una caracola
para escuchar el mar, así por ellas
vago yo muchas tardes. Ya no tienen farolas
con esa luz revuelta ni tampoco los coches
antiguos de caballos. Todavía conservan
sus negros soportales donde se huele a gato
y donde aún se abren misteriosos comercios
iluminados siempre con penumbra de velas.
Son ciudades levíticas, sin porvenir y tristes,
con cien zapaterías y tiendas de lenceros
cada cincuenta metros. Todas tienen conventos
con los muros muy altos donde crecen las hierbas,
jaramagos y cosas así. No son modernas,
pero querrían serlo. Yo las recorro solo,
e igual que suenan olas en una caracola,
así mis emociones me parecen eternas.

De la tristeza del regreso – Eloy Sánchez Rosillo

Extraña conjunción, pueblo de ríos
fluyendo hacia ese centro, bajo un astro
que derrama su luz sobre las rocas.
Eterno mar, quimera de otro tiempo,
sombra asustada, oscuridad que sufre.

Acercarse hasta allí, viajar al fondo
de nuestra soledad, de nuestro miedo,
y encontrarnos de pronto frente a frente
con la mirada de la inmensidad.
Aventura de andar a ciegas por el borde
de una palabra llena de gritos y caricias,
de una fascinación antigua y poderosa.

Y más tarde volver al lugar conocido
-casa apagada, seca geometría-
con los ojos más viejos, sin nada entre las manos,
y seguir contemplando con dolor y en silencio
nuestro propio cadáver: la muerte acostumbrada.