La tregua – Miguel Ángel Velasco


                         A Carlos Marzal

Esta noche
todos somos iguales en la plaza,
desparramados cuerpos a la espera
de ese negro rey mago
que escupirá sus bolas de heroína.
Toda la turba acude a la calleja sórdida
y el monarca administra taciturno
la medida ración de muerte en vida.
De nada sirve hoy el láudano del verso,
ni las habitaciones de la música:
te han mirado unos ojos sin amor.

Llegan figuras ávidas
de hombres destruidos y mujeres ajadas.
Te observan extrañados los parias de este mundo
porque en tu rostro aún faltan los estigmas
del alma condenada a su veneno.
Pero esta noche eres
igual a todos ellos, sólo un grano
de este seco racimo que se agolpa en la acera.

Bultos oscuros en los soportales,
con brillos de papel de plata fría
por donde corre trémula la gota
que unos labios persiguen anhelantes,
y al aspirar el humo
se anega el cuerpo en su placenta antigua.

Te alejas afanoso,
tu porción de letargo en el bolsillo,
y sales a la arteria donde bulle,
en la noche del sábado, la multitud festiva.
Te miran unos ojos
al pasar, y no saben
que en tu puño apretado va una tegua
de sombra con la vida.

Amigo íntimo – María Beneyto

Y, con todo, ya veis, no tengo miedo.
Lo tuve, sí, lo tuve cuando era
la luna un círculo de luz helada,
el agua una llamada irresistible,
los árboles un grito monstruoso
de la tierra, y mis manos un extraño
temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta
a mis propias pisadas, que no evitan
tropezar con los huesos esparcidos
de la desolación que me rodea.
Estoy casi contenta de irme lejos,
acarreo abundancias abusivas,
enseres inservibles, semilleros
que tienen que brotar por el camino...
El miedo era un hermano muy pequeño
que había que cuidar de que pudiera
caerse y añadirse hasta volverse
un pánico feroz, era una leve
suavísima ternura, tan querida,
que había que cubrir hasta asfixiarla
para que no creciese más. (Su muerte
se duerme aquí en la mía de algún modo).
No tengo miedo, y por lograr ahora
la paz, me voy sin él. (Dadle una tierra
benigna a su cadáver, casi el mío).
Ya veis, por no tener, ya ni siquiera
tengo a mi amor de siempre, al pobre miedo
que tan fiel compañía dio a mi vida.

Heces – César Vallejo

Esta tarde llueve, como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.

Esta tarde es dulce. ¿Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste de mujer.

Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;

mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su "¡NO seas así!"

Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.

Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.

Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este buho, con este corazón.

Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.

Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!

EL ÉXTASIS – Paul Éluard

Estoy delante de este paisaje femenino
Como un niño frente al fuego
Sonriendo vagamente los ojos en lágrimas
Frente a este paisaje que mueve todo en mí
Que empaña los espejos que aclara los espejos
Con dos cuerpos desnudos opuestas estaciones

Tengo tantas razones para perderme
Sobre esta tierra sin caminos
Bajo este cielo sin horizonte
Hermosas razones que ignoraba ayer
Y que no olvidaré jamás
Miradas hermosas como llaves hijas de sí mismas
Paisaje donde es mía la naturaleza

Delante del fuego el primer fuego
Buena razón central
Estrella identificada
Y sobre la tierra y bajo el cielo fuera de mi corazón y en él
Segundo brote primera hoja verde
Que el mar cubre con sus alas
Y al fin la luz que surge de nosotros

Estoy delante de este paisaje femenino
Como una rama en el fuego.

Ecos – Ana Luisa Amaral

En voz alta, ensayé tu nombre:
la palabra se quebró
Ni eco ínfimo en esta habitación
casi vacío de mobiliario

Casi un tiempo de vida durmiendo
a tu lado y el desapego es esto:
un eco ausente, una ausencia de nombre
repitiéndose

Saber que nunca más: reducida
a una esquina de esta larga cama,
el calor sofocante

En lugar de: mi pie izquierdo
cruzado al lado izquierdo
de esta cama

Tu nombre en un suelo
no de saudades

Vacío – Elvio Romero

Doblé lo que era nuestro. Ciertamente
te amé como a ninguna. Destruí cuanto
amaba. Un sueño malo
-de rencores antiguos- oscureció mis frondas.
Titiritero falso, solté todos los hilos que me unían
al eco fiel de tu alma, a tu secreto encanto;
mal leñador, talé ramajes vanos con inútiles golpes;
tiré abajo la casa con la antigua violencia de mi gente
y la perdí, torcí el sendero y lo dejé en la arena
como una carta triste que se arroja en un cesto.

Como a ninguna, digo. Un alevoso
viento amargo ha soplado. Esto es el fin
de un largo viaje al esplendor de un beso.

Doblé lo que era nuestro.