Reina del universo
que en todas partes te hallas
y en todas partes eres
aceptada, aplaudida,
flor de la discreción,
pulpa del sí que elogias
para se elogiada,
estrella de papel
de plata que perdonas
los pecados del mundo
con tu apariencia humilde,
cabeza de recato,
corazón de eutrapelia,
más feliz, orgullosa
de tu prebenda ignara,
iris de la modestia, sabes
que tan sólo arrastrándose
se llega al objetivo,
trepando al cielo,
al trono, de rodillas,
oh, tú, falsa, farsante,
diosa de bestsellers,
apártate de mí,
recluta esclavos lejos
de donde yo me encuentre,
que el espolique disfrazado,
el fámulo con máscara,
el siervo con librea
y el plagiario, el negrero,
el capataz, el cómitre
te amparen con su mierda
y con su látigo
y que te perpetúen
en tu reino, pues tú
misma eres su estampa
por mucho que te vistas
de sol, mediocridad,
mediocridad dorada,
luz de los académicos.
Archivos Mensuales: enero 2024
La rosa primitiva – Efraín Huerta
Escribo bajo el ala del ángel más perverso:
la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la niebla
me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,
hacia donde se encierra la gran severidad de la belleza.
Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la rosa primitiva de la ciudad que habito.
Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso
tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.
Hacia el amor, las manos, y en las manos, gimiendo,
hojas de yerba amarga del pensamiento gris,
secas raíces de una melancolía sin huesos,
la danza del deseo muerto a vuelta de esquina
y un sollozo frustrado gracias a la ternura.
Hacia el amor, sonrisas, y en ellas, como almas,
el malogrado espíritu de un mensaje que un día
cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,
circula por las venas.
Nunca digas a nadie que tienes la verdad en un puño,
o que a tus plantas, quieta, perdura la virtud.
Ama con sencillez, como si nada.
Sé dueño de tu infierno, propietario absoluto
de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus odios.
Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,
y equilibra en su centro la rosa primitiva.
Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto hay en ti de hermoso,
y murmuren mensajes en tus oídos frágiles,
debes verlos con santa melancolía y un aire desdeñoso,
mandarlos hacia nunca, hacia siempre,
hacia ninguna parte…
Quédate con la rosa del calosfrío,
la rosa del espanto estatuario,
la inmaculada rosa de la calle,
la rosa de los pétalos hirientes,
la rosa-herrumbre del fiero desencanto,
la primitiva rosa de carne y desaliento,
la rosa fiel, la rosa que no miente,
la rosa que en tu pecho debe ser la paloma
del latido fecundo y el vivir con un pulso
de gran deseo hirviendo a flor de labio.
La rosa, en fin, de las espinas de oro
que nuestra piel desgarran y la elevan
hacia el sereno cielo de donde la poesía
nos llega mutilada, como ruinas del alba.
Abres los ojos y es una cosecha… – Antonio Hernández
Abres los ojos y es una cosecha
en la mañana nueva. En paz celeste
que quisiera bañar de alas el mundo
la pureza en tus ojos reaparece.
No cabe nada más en tu mirada,
que estrena y baña una luz inocente
con esa fe del río en los arroyos
y el lagar en las uvas de septiembre.
Acaso nada más, ni nada menos
porque no falta nada en lo que tiene
la plenitud del bosque al que la mano
del sol ha acariciado y ya se quiere
porque lo ha pretendido inexcusable
como explica el columpio a quien lo mece.
Si te dijera que te amo por mí,
que si te quiero es porque me quieres,
estoy seguro de que me oiría
sin escucharme, y sin querer creerme.
(Y sin que tú aceptaras pensar que esa
inocencia es tu embozo conveniente).
Porque el amor no admite que ha mentido
quien lo tejió, lo hizo de ignorar que
se quería a sí mismo. Y lo que es más
impúdico: tan sólo de quererse.
Dime oráculo – Pilar Adón
Dime Oráculo, Ser de las Adivinaciones.
¿Es siempre la hoja marrón una hoja marchita,
o puede ocurrir también, oh Oráculo, Ser de las Adivinaciones,
que la hoja marrón crezca fuerte y fresca, carnosa y viva,
como cualquier otra hoja verde, con ramificaciones blancas?
Dime Oráculo, Ser de las Adivinaciones.
¿Poseo una mano pálida y hábil para las enseñanzas de la tierra?
¿Poseo la capacidad de dar vida a lo inanimado?
¿O me veré relegada, como mis antepasadas, a engendrar,
a sentir en mi vientre los movimientos líquidos, lentos y densos,
de un ser creciente dentro de mí?
¿Podré tocar piedra y decir “Vive piedra”
y hacer que la piedra viva?
¿Podré poner la mano en río y decir “Avanza río”
y conseguir que las aguas fluyan sin sequía posible?
¿Podré traer al hombre de la camisa blanca de vuelta a este hogar
y decir “Hombre, vuelve y permanece”,
y lograr que me acune de nuevo
entre sus brazos de largo caminante,
sobre sus piernas de sagaz observador?
Estoy jugando a danzar entre las nubes y arañas de tierra seca.
Estoy jugando a buscar entre las rocas azules
tesoros de antiguas civilizaciones salvajes y crueles con los débiles.
Estoy jugando a hallar en las uñas negras de mis dedos
los restos de la tierra que penetro con las manos doloridas, sucias,
y cada vez más hábiles. Dime, Oráculo.
¿Dónde están mis manos, blancas,
capaces manos de acariciar los cabellos
de aquel que llegó por el sendero abandonado hasta la casa
que habitamos,
mientras me mecía
y me susurraba al oído canciones de un mar que no he visto?
¿Dónde están mis manos blancas mientras penetro la tierra
con estos sucios
y fríos dedos,
que no sienten ya el rastro de la arena entre ellos?