Árbol Genealógico – José Manuel Caballero Bonald

Cómo sería aquel árbol sensitivo
que crecía en Argónida y tenía
invictas sombras y hojas de seda azul perenne
y flores barnizadas de un esplendor homérico.
Cómo se asomaría a un mar indescifrable
y alojaría en sus estancias nobles
tantos ungidos pájaros de antaño,
tantos héroes antiguos comedores de loto.
Oh hermética armonía de ese árbol
en cuya ilusa alcoba aprendí a no olvidar
y donde acudo de continuo
para seguir dudando
un poco más aún después de nunca.

Tuareg – Lamiae El Amrani

Caminamos miles y miles de años
sobre el brillo
de la arena silvestre.
Luego llegamos a pisar
las lentejuelas de un mar,
que siguen clavándose, en las orillas
de dos imaginarios
que se funden
en las escamas saladas
de un mediterráneo
que ahoga con sus brazos,
que araña con sus dientes blancos
de luna estéril,
cualquier suspiro
que se atreve a desafiar
sus entrañas
para unirse
al latido de ese laúd
que dejamos olvidado
en un rincón
de la vieja casa roja en Andalucía.

Nuestra alma nos la despojó el viento
y se quedó perdida
entre las brisas
de ese estrecho que nos separa.

A tu ancho cuerpo de jade… – Carmen Matute

A tu ancho cuerpo de jade
y plata vuelvo,
jinete de manos verdes
y pleno cuerpo verde
de fosforescencias nocturnas.
A tu mansa lengua tibia
regreso,
a tu espléndido torso
de esmeradas vivas
e increíbles resplandores;
a tu canto
de agua simple,
recogida en tu inmenso lecho
de obsidiana oscura.

A tus olas vuelvo inevitablemente,
a tus amadas hojas líquidas
coronadas de magnolias
que se destrozan en instantes.

Poema de la carne (Frg.) – Jesús Beades

He soñado esta noche con un cuerpo.
Era un cuerpo de agua. En él había
especies innombradas de ojos ciegos,
bellos corales de inauditas formas,
había estrellas de tersura intacta
y monstruos indecibles y gigantes
y sirenas de dulces pechos lentos
y ánforas de miel inagotable,
y yo quise quedarme y ya no pude
aguantar por más tiempo los pulmones
o morir y olvidarme entre las algas.
Mi cuerpo se fundía con la arena,
era suave, de abril, era un recuerdo
de lejanos portales, pechos blancos.
Cuando me desperté ya me pesaba,
el cuerpo me pesaba y era el mundo
pesando como nunca contra el suelo.
La vigilia era un rostro torturado
que decía mi nombre, era una cruz,
un ancla, un beso, un sueño que se olvida.

Déjame ahora, amor, que te maldiga… – Antonio Gala

Déjame ahora, amor, que te maldiga
con la palabra amarga y el castigo.
Déjame que me sienta tu enemigo
y a gritos déjame que te lo diga.

En la colmena, en la cuajada espiga
yo levanto mi voz y te maldigo.
En el tesoro de la miel y el trigo,
en el fugaz vilano y en la ortiga.

Maldito seas en las pleamares,
en el jazmín, el ónice, la arena,
en el sirguero y en su verde ramo.

Maldito en el jacinto y los azahares.
Y, en la albahaca, el junco y la azucena,
maldito yo también porque te amo.

Cyrano en España – Rubén Darío

He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
de un salto el Pirineo. Cyrano está en su casa.
¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al gran Gascón saluda y abraza el gran Manchego.
¿No se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas encarnaron con rosas los Murillos,
y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña
conócenla los bravos cadetes de Gascuña.
Cyrano hizo su viaje a la Luna; mas, antes,
ya el divino lunático de don Miguel Cervantes
pasaba entre las dulces estrellas de su sueño
jinete en el sublime pegaso Clavileño.
y Cyrano ha leído la maravilla escrita,
y al pronunciar el nombre del Quijote, se quita
Bergerac el sombrero: Cyrano Balazote
siente que es la lengua suya la lengua del Quijote.
y la nariz heroica del Gascón se diría
que husmea los dorados vinos de Andalucía.
y la espada francesa, por él desenvainada,
brilla bien en la tierra de la capa y la espada.
¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! Castilla
te da su idioma; y tu alma, como tu espada, brilla
al sol que allá en sus tiempos no se ocultó en España.
Tu nariz y penacho no están en tierra extraña,
pues vienes a la tierra de la Caballería.
Eres el noble huésped de Calderón. María
Roxana te demuestra que lucha la fragancia
de las rosas de España con las rosas de Francia;
y sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas,
y sus miradas, astros que visten negras túnicas,
y la lira que vibra en su lengua sonora,
te dan una Roxana de España, encantadora.
¡Oh poeta! ¡Oh celeste poeta de la facha
grotesca! Bravo y noble y sin miedo y sin tacha,
príncipe de locuras, de sueños y de rimas,
tu penacho es hermano de las más altas cimas,
del nido de tu pecho una alondra se lanza,
un hada es tu madrina, y es la Desesperanza;
y en medio de la selva del duelo y del olvido
las nueve musas vendan tu corazón herido.
¿Allá en la Luna hallaste algún mágico prado
donde vaga el espíritu de Pierrot desolado?
¿Viste el palacio blanco de los locos del Arte?
¿Fue acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?
¿Contemplaste la mancha roja que entre las rocas
albas forma el castillo de las Vírgenes locas?
¿Y en un jardín fantástico de misteriosas flores
no oíste al melodioso Rey de los ruiseñores?
No juzgues mi curiosa demanda inoportuna,
pues todas esas cosas existen en la Luna.
¡Bíen venido, Cyrano de Bergerac! Cyrano
de Bergerac, cadete y amante y castellano,
que trae los recuerdos que Durandal abona
al país en que aún brillan las luces de Tizona.
El Arte es el glorioso vencedor. Es el Arte
el que vence el espacío y el tiempo; su estandarte,
pueblos, es del espíritu el azul oriflama.
¿Qué elegido no corre si su trompeta llama?
y a través de los siglos se contestan, oíd:
la Canción de Rolando y la Gesta del Cid.
Cyrano va marchando, poeta y caballero,
al redoblar sonoro del grave Romancero.
Su penacho soberbio tiene nuestra aureola.
Son sus espuelas finas de fábrica española.
Y cuando en su balada Rostand teje el envío,
creeríase a Quevedo rimando un desafío.
¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! No seca
el tiempo el lauro; el viejo Corral de la Pacheca
recibe al generoso embajador del fuerte
Moliere. En copa gala Tirso su vino vierte.
Nosotros exprimimos las uvas de Champaña
para beber por Francia y en un cristal de España.

Me desperté soñándote aquel día… – Antonio Gala

Me desperté soñándote aquel día
en que estrenó mi corazón latido,
y le puse tu nombre y tu apellido
al cielo, al sol, al mar y a la alegría.

Poco después, cuando la tarde fría
se echó a morir privada de sentido,
supe que, con la luz, tú te habías ido
y que jamás la luz retornaría.

Pero hoy mi corazón incontenible
siente otra vez brotar, como una fuente,
el ávido reclamo de la vida.

¿Por ventura es aún todo posible,
o es que el dolor prepara, reincidente,
con pasos de paloma su embestida?.

Noche inútil – Elena Martín Vivaldi

Le seul bien que me reste au monde est
d’avoir quelques fois pleuré…

MUSSET

Rompe tu indiferencia a mis suspiros,
oh luna, luna gris, austera y fría,
recuerda de mis voces los clamores,
no des, para mi mal, tu sombre esquiva.

No sentiré al mirarte, apasionada,
de los hombres el golpe de su risa,
fiel al destino cierto de mi sangre,
si luces, blanca, soñaré a tu orilla.

Abre la claridad de tu nostalgia
sobre mi alma —penetrante herida—;
revela a mi palabra, doloroso,
del Universo su secreto enigma.

Yo con mi llanto riegue tus estrellas,
con mi pasión la noche te persiga;
tiemblen mis labios, al sollozo amigos,
pálida tiembles tú de mi agonía.

La luna nos buscó desde su almena,… – Antonio Gala

La luna nos buscó desde su almena,
cantó la acequia, palpitó el olivo.
Mi corazón, intrépido y cautivo,
tendió las manos, fiel a tu cadena.

Qué sábanas de yerba y luna llena
envolvieron el acto decisivo.
Qué mediodía sudoroso y vivo
enjalbegó la noche de azucena.

Por las esquinas verdes del encuentro
las caricias, ansiosas, se perdían
como en una espesura cuerpo adentro.

Dios y sus cosas nos reconocían.
De nuevo giró el mundo, y en su centro
dos bocas, una a otra, se bebían.

A veces la memoria es una casa – Jorge de Arco

A veces la memoria es una casa
por habitar, un ámbito
oscuro, al que se accede
a través de un postigo que carece de llave,
pero que se resiste
a ser abierto.
Empujas
inútilmente. Un llanto
te llega desde el fondo
de las habitaciones desoladas,
y no hay nadie allá dentro, nadie vivo.
Nadie vive en sus largos corredores,
en sus salas de muebles polvorientos,
y sin embrago, queda
el eco lastimado
de unas pisadas que no cesan nunca
de resonar en los sombríos huecos
del corazón.