Autobiografía – Carmen Conde

En este gran salón donde la noche
penetra con su luz de ensueño puro,
quisiera rescatar de tantos ángeles
la luz que por velar ya sé perdida.
La luz que solo yo sabía mía,
aquella que luché porque alumbrara.
Redonda luz de infancia ajena a todos
que tuve por cilicio. Hasta apagarla.

Extraña niña ardiente castigada
por olas de rencor, inextinguibles;
soñando con las rosas, con fantasmas
colmados de purpúreas vestiduras;
cerrándose al ataque con silencio
y tensa voluntad de mundo propio.

Pequeño corazón el que mantuvo
lo oscuro del dolor que perseguía...;
las ansias de escapar eran su agua
y tuvo sed de fuentes celestiales.
Lo crezco desde entonces, grande y duro,
como una piedra roja sin misterio.
Ninguno de mis seres, ni siquiera
la joven que fui pronto, me perturba
la pura maravilla de mi infancia.
Creyente de imposibles aventuras,
fanática soñante de delirios
que nunca realidad alcanzarían.

¡Oh, espíritus, volved! Traedme sienes
que turnen su verdor con las marchitas
que empiezan a pesar sobre mi rostro.
Llevadme con vosotros al trasmundo;
llevadme, que olvidé cómo se iba.
Anduve con los ojos muy cerrados
y nunca me perdí. Llevadme ahora,
que no puedo soñar, de tan despierta.

Perdono con dolor a los que entonces
sus látigos en mí ejercitaron.
Por serles transparentes mi presencia
quisieron concretarla con mi sangre.
Dormida por los siglos se ha quedado,
sin nadie que libere tanto sueño,
la niña que me dio lo que yo he sido.

El día se abrirá. Los días abren
del fondo silencioso del pasado...
¡Oh, noche, que me urges las antorchas,
yo quiero que tú seas irredenta!
Amada adolescente, que amó loca,
secreta joven grave en sus pasiones,
mujer que renunció porque tenía
temor de contener cuanto contuvo:
os queda como a mí aquella niña
que no despertará más en mi cuerpo.

Sáficos – José Antonio Muñoz Rojas

Dulce reposo de mi sien cansada:
¡oh playa alegre en que mis miembros gozan,
gracia simplísima!
  
A ti los ojos de mirar cansados,
a ti los brazos de estrechar sedientos,
a ti los labios que la sed aflige,
alma y ventura.
    
Cuando la noche con su mano oprime
el pecho, y duro el corazón nos late,
cuando los dedos de lo oscuro aprietan
nuestras gargantas;
    
como los ríos que su paso alargan
por la campiña, con su gozo llevan,
igual que brisa que la mar refresca,
tu pensamiento.

¡Oh paño fino que mi sien rodea!
¡Oh sombra alegre que mi paso acoge!
¡Oh bosque entero a mi delicia abierto!
¡Oh deleznable!
  

El otoño – Ángel de Saavedra (Duque de Rivas)

Al bosque y al jardín el crudo aliento
del otoño robó la verde pompa,
y la arrastra marchita en remolinos
       por el árido suelo.

Los árboles y arbustos erizados
yertos extienden las desnudas ramas
y toman el aspecto pavoroso
      de helados esqueletos.

Huyen de ellos las aves asombradas
que en torno revolaban bulliciosas
y entre las frescas hojas escondidas
         cantaban sus amores.

¿Son, ¡ay!, los mismos árboles que ha poco
del sol burlaban el ardor severo
y entre apacibles auras se mecían
        hermosos y lozanos?

Pasó su juventud fugaz y breve,
pasó su juventud y, envejecidos,
no pueden sostener las ricas galas
        que les dio primavera.

Y pronto, en su lugar, el crudo invierno
les dará nieve rígida en ornato,
y el jugo, que es la sangre de sus venas,
       hielo será de muerte.

A nosotros, los míseros mortales,
a nosotros también nos arrebata
la juventud gallarda y venturosa
       del tiempo la carrera,

y nos despoja con su mano dura,
al llegar nuestro otoño, de los dones
de nuestra primavera, y nos desnuda
        de sus hermosas galas.

Y huyen de nuestra mente apresurados
los alegres y dulces pensamientos
que en nuestros corazones anidaban
        y nuestras dichas eran.

Y luego la vejez de nieve cubre
nuestras frentes marchitas, y de hielo
nuestros áridos miembros, y en las venas
        se nos cuaja la sangre.

Mas, ¡ay, qué diferencia, cielo santo,
entre esas plantas que caducas creo
y el hombre desdichado y miserable!
        ¡Oh, Dios, qué diferencia!

Los huracanes pasarán de otoño,
y pasarán las nieves del invierno;
y al tornar apacible primavera,
        risueña y productora,

los que miro desnudos esqueletos
brotarán de sí mismos nueva vida,
renacerán en juventud lozana,
        vestirán nueva pompa;

y tornarán las bulliciosas aves
a revolar en torno y a esconderse
entre sus frescas hojas, derramando
         deliciosos gorjeos.

Pero a nosotros, míseros humanos,
¿quién nuestra juventud, quién nos devuelve
sus ilusiones y sus ricas galas?…
       Por siempre las perdimos.

¿Quién nos libra del peso de la nieve
que nuestros miembros débiles abruma?
De la horrenda vejez, ¿quién nos liberta?…
       La mano de la muerte.

Romance – José Antonio Muñoz Rojas

Los ecos de la verbena
se los lleva la alborada
sobre sus caderas finas
de sangre, de oro y de nácar.

Está la noche borrosa.
Están tocando campanas.

Que es domingo, niñas, hoy;
vamos a misa de alba.

Caerán los golpes de pecho
sobre la roja mirada
de aquel clavel incendiado
en tu corazón de plata.

Y dirás: “Señor, perdón”
con la vocecita clara
con que dijiste: “Te quiero”
cuando la luna alumbraba.
Y pensarás: “¡Oh! Dios mío,
tú el señor y yo la esclava”,
como pensaste en la noche:
“¡Tú el amado y yo la amada!”.
    
  

La frase prohibida – Toriko Takarabe

No mires el pozo profundo,
que ahí siempre está muerta la hermana pequeña.
No te despiertes al amanecer,
que escucharás el eco de
los disparos y los retumbos de las orugas

En el mundo aún copian aquella época.
“La vida no tiene sentido”:
al escribir esta frase,
originará una carcajada a mi hermana difunta por primera vez.
“Claro, no tiene ningún sentido”,
sigue escribiendo la poeta con énfasis.

Sobreviviendo como refugiada, mi hermana,
un día antes de su muerte,
tuvo ansiedad por comer una salchicha.
El sentido de la vida que se intensifica día tras día es
siempre carnal.

La madre – José Antonio Muñoz Rojas

Y la madre soñaba oscuramente:
Será rubio, tendrá estos ojos mismos.
Le amarán las muchachas. Una tarde,
de pronto, llorará junto a una rosa.
    
Le crecerá la angustia sin saberlo,
y cada nuevo umbral será una herida.
Temblará al traspasarlos, hijo mío,
acaso una paloma, acaso nada.
   
El viento por la frente, las caídas
hojas que se acumulan, los rumores
del corazón callados. Nadie sabe
las formas repentinas de la dicha.

Yo lo siento aquí hondo en mis entrañas
el río de tus años que me deja
una nostalgia antigua, una dulzura
vieja en mi corazón como la sangre.
    
Me hace toda ribera, toda muro,
donde lamen las aguas de tu vida.
Torno otra vez a ser niña jugando,
corriendo como niña entre las rosas.
    
¡Oh sueño en mis entrañas! ¡Oh alto río,
resonando de siempre en mis entrañas!
    
  

Tibia noche de verano – Kirmen Uribe

Tibia noche de verano.
Llega música desde el bar.
Quiero huir hacia mi interior.
Siento en mis venas
la compasiva droga.
Corre, corre,
la serpiente es quien mejor conoce
mis más oscuros rincones.
Es la única cosa
que me abraza por dentro.



UDAKO GAU EPELA

Udako gau epela.
Musika tabernatik.
Neure barrura ihes egin nahi dut.
Droga onbera sentitzen dut
zainetan barrena.
Badoa, badoa,
sugeak ezagutzen baititu
hobekien nire bazter ilunenak.
Barrutik besarkatzen
nauen gauza bakarra da.

Yo quiero que seas todas las cosas… – José Antonio Muñoz Rojas

Yo quiero que seas todas las cosas,
y te confundo frecuentemente con los recuerdos.

Amor, ¿cómo vas a alejarte,
si no tienes dónde ir?

¿Crees que todos compartirán contigo un lecho
y que todos te esperan a cenar?

Amor, ¡no seas inocente!
Lo más que te quieren es como quieren a las aves,
lo más que te recuerdan es como a los recuerdos. 

¿Qué has hecho, amor, qué has hecho?
¿Pero otra vez te has ido?
¡No tardes! ¡Ven!