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Introducción a unos poemas elegíacos – Ángel González

Dispongo aquí unos grupos de palabras.

No aspiro únicamente 
a decorar con inservibles gestos
el yerto mausoleo de los días
idos, abandonados para siempre como
las salas de un confuso palacio que fue nuestro,
al que ya nunca volveremos.

Que esas palabras,
en su inutilidad

—lo mismo que las rosas enterradas 
con un cuerpo querido
que ya no puede verlas ni gozar de su aroma—

sean al menos,

cuando el paso del tiempo las marchite
y su sentido oscuro se deshaga o se ignore,

eterno —si eso fuese posible— testimonio,

no del perdido bien que rememoran;

tampoco de la mano 
—borrada ya en la sombra—
que hoy las deja en la sombra,

sino de la piedad que la ha movido.

Hoy – Ángel González

Todo lo que yo tengo de animal,
de vertebrado,
de mamífero,
hoy se adueña de mí con descaro exultante.

Hoy no tengo razón, y estoy contento.
¿De qué me serviría,
salvo para evaluar ciertas catástrofes?
No pienso, luego existo
a duras penas, malamente,
qué voy a hacer, paciencia.

Soy esto
-dice o casi relincha, desafiante, mi cuerpo-
y nada más que esto:
cuadrumano o solípedo
y poca cosa más: sedentario, nocturno.
Y ya es bastante.

Si me quedara ánimo trotaría por los campos
como un caballo joven bajo la luna llena.

Pero no tengo fuerzas;
igual que un elefante centenario
-vertebrado, mamífero-,
me voy por una senda sin regreso.

Muerte en el olvido – Ángel González

Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.

                         Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva 
mi carne, pero será otro hombre 
—oscuro, torpe, malo— el que la habita...

Camposanto en Colliure – Ángel González

Aquí paz,
y después gloria.

Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco’s Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
paz
y después gloria.

Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
paz
y después…
perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.

Sí; después gloria.

Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
paz…,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
…sin gloria.

Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.

¿Qué precio es el peor?
Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
«Casino
de Canet: spanish gipsy dancers»,
rumor de trenes, hojas…,
ante la gloria ésta
…de reseco laurel
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.

Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.

Entonces – Ángel González

Entonces,
en los atardeceres de verano,
el viento
traía desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo

y a hierba susurrante como un río

que entraba con su canto y con su aroma
en las riberas pálidas del sueño.

Ecos remotos,
sones desprendidos
de aquel rumor,
hilos de una esperanza
poco a poco deshecha,
se apagan dulcemente en la distancia:

ya ayer va susurrante como un río

llevando lo soñado aguas abajo,
hacia la blanca orilla del olvido.

Soneto para cantar una ausencia – Ángel González

Las horas pasan, pesan lentamente
vacías de ti, llenas de tu memoria.
Tu ausencia rompe el hilo de mi historia,
aísla como un foso este presente,

dejándome indefenso e inocente
entre la espada aguda de la gloria
de haberte amado ayer, y la ilusoria
esperanza de amarte eternamente.

No dirijo mi vida, y el futuro
se presenta inseguro, turbio, incierto.
Me atengo sólo a ti, que no te tienes.

Me inclino sobre ti, endeble muro
de mis lamentaciones: roto, abierto,
hendido dique en el que me contienes

Canción para cantar una canción – Ángel González

Esa música…
Insiste, hace daño
en el alma.
Viene tal vez de un tiempo
remoto, de una época imposible
perdida para siempre.
Sobrepasa los límites
de la música. Tiene materia,
aroma, es como polvo de algo
indefinible, de un recuerdo
que nunca se ha vivido,
de una vaga esperanza irrealizable.
Se llama simplemente:
canción.

Pero no es sólo eso.

Es también la tristeza.