María – Bibiana Collado Cabrera

Cada mañana el mundo aparece blanco
y ella emprende con ahínco la tarea
de volver a crearse en el lenguaje.
Recompuestos unos pocos nombres,
adjudica a cada objeto un uso,
incluido su propio cuerpo.

Lo cotidiano se ha convertido
en perturbadoramente extraño.

Desconcertada,
se acerca a cajones y baúles
y palpa los restos de los ajuares
que las hijas no quisieron llevarse
‒ni hablamos, por supuesto, de las nietas‒.
Mientras tanto, Marta, que permanece
y la cuida, busca con obsesión
la dignidad en la limpieza.

La niñez, altiva, es la única
que persevera en su memoria.
Aunque nadie sabe a ciencia cierta
si el José de sus murmullos llegó
por fin a la ermita o si su padre
partió el cayado contra la higuera.

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