Hablarte es darle origen divino a mi palabra
porque tú permaneces aunque pasen los cuerpos,
porque mi incauta boca,
nacida para un nombre que en sombra se termine,
nacida para arder entre sospechas,
para llamar en vano de algún modo a la vida,
yo sé que no podría apresarte en la voz.
Mi boca no podría
en su mundo cercado con ecos de preguntas
hablarte, pronunciarte, decirte amor tan sólo,
sin prestarle raíces de dios a mi palabra,
porque tú no te acabas en presencia,
eres también caricia o apretada ternura
o nada más que un gozo de sentirme temblar
más dentro en tu mirada,
cuando ya no te tengo con tu peso de amor
caída entre mis brazos
y sin embargo existes fluyendo de mí mismo,
dejas incertidumbre en rastros indelebles
y nunca ya podrá mi soledad serlo del todo,
pues tu cuerpo, esa contigua posesión recóndita,
no se acaba entregándose,
se queda en siempre, en un tangible azar sin treguas,
en un latir sin treguas sobre mi pecho,
y es como el mar, que huye victorioso ,
que acude derrotado, para otra vez alzar
su lucha inacabable, su efímera obediencia,
en un morir naciendo cada hora,
vencido y vencedor al mismo tiempo.
Oh, amada, cuerpo entre dos, hablarte
es fijar en la tierra sus lindes de alegría,
arrebatar sus légamos a mis labios serviles,
es tañer el silencio con un sonido nuevo,
con un sonido igual al que tendría
una creación que en derredor vibrase,
que estuviese vibrando en mi palabra
para que nunca ya nombrar del mismo modo
a otro ser, que no tú, mi voz pudiera.