Túmulo de la noche
mefítica, entre la amoratada
salmodia de los árboles,
cuando el negro crespón penitenciario
del mar me guarecía
de la injusta intemperie,
no
lo toquéis con vuestras manos: sagrada
es su pacífica frontera y allí yace
el cadáver del tiempo, la carroña
que arrastra el renegado, la palabra
culpable, el asesino,
no lo miréis
con vuestros ojos
gemelos ya a la sangre en que se fijan.
Túmulo infecto de la noche, cuando
con la temible luna hendiendo
las insaciables olas,
no busqué merecerme más refugio
que el de la libertad
junto al ruinoso barracón
marino, cerca
del taciturno azul del arrecife.
Noble tierra maldita, vigilantes
muros de odio, no cerquéis
ese confín desierto, ese nocturno
cuerpo intocable erguido
entre las gradas y los malecones,
vientre abierto del mundo, cuando
con la áspera lengua del verano
fermentando entre líquenes
sedientos, no encontré
más fundación de luz que la tiniebla.
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