Archivo de la categoría: Poesia cubana

La misma estrella IV – Jesús Orta Ruiz

IV

No me asusta morir… Sólo lamento
no tener ojos para ver las cosas
que se transformarán: zarzas en rosas,
lobos en hombres, polvo en monumento.

No me asusta morir… Sólo lamento
ser sordo con el frío de las losas
cuando vengan las músicas gloriosas,
cuando una larga risa sea el viento.

Sólo lamento no tener mi tacto
cuando sea concreto el mundo abstracto
que en crisoles de sueño se moldea.

No me asusta morir… Sólo lamento
quedarme quieto cuando todo sea
la perfecta expresión del movimiento.

La misma estrella III – Jesús Orta Ruiz

III

Me queda por decir no sé que cosa
que me parece inusitada y bella.
He gastado palabras como estrella,
rocío, rosicler, sonrisa, rosa…

Y en lo pobre del verso y de la prosa
no he logrado apresar el alma de ella.
La he visto: fugitiva mariposa
o pájaros con alas de centella.

Cuando callo, la escucho y la medito,
pero se pierde en el poema escrito.
Me queda poco tiempo de palabra.

Me desespera la que nunca encuentro.
¿Y he de morir sin que mi mano abra
puertas al ave que me canta dentro?

La misma estrella II – Jesús Orta Ruiz

II

Estoy, con el paisaje cara a cara,
contemplando la tarde que agoniza.
Hay una estrella que espiritualiza
al horizonte, como si pensara.

Reina una sombra todavía clara.
El día es una terquedad rojiza.
¡Qué lenta rapidez en la plomiza
hora que de la noche me separa!

Todo se queda en un recogimiento:
los cálices, los pájaros, el viento,
la luz que sosegada se retira,

la yerba leve y el palmar minúsculo,
y yo –la tarde que a la tarde mirasoy
la parte consciente del crepúsculo.

La misma estrella I -Jesús Orta Ruiz

I

Cuando te miro sin tener mirada
no veo la que eres, sino aquella
que fuiste. Para mí, la misma estrella
que permanece como eternizada.

Por tu gracia de china dibujada
en porcelana, te seguí la huella
y se ha quedado en mí tu imagen bella
como si el tiempo no mellase nada.

Los de clara visión que les refleja
la realidad, pueden llamarte vieja;
pero a mí, que te vi rosa encendida

y hoy no te veo, me tocó la suerte
de perpetuar tu juventud florida
y andar enamorado hacia la muerte.

Carta sin fecha – José Ángel Buesa

Amigo: sé que existes, pero ignoro tu nombre.
No lo he sabido nunca ni lo quiero saber.
Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre,
que es el único modo de hablar de una mujer.

Esa mujer es tuya, pero también es mía.
Si es más mía que tuya, lo saben ella y Dios.
Sólo sé que hoy me quiere como ayer te quería,
aunque quizá mañana nos olvide a los dos.

Ya ves, ahora es de noche. Yo te llamo mi amigo;
yo, que aprendí a estar solo para quererla más;
y ella, en tu propia almohada, tal vez sueña conmigo;
y tú, que no lo sabes, no la despertarás.

¡Qué importa lo que sueña! Déjala así, dormida.
Yo seré como un sueño sin mañana ni ayer.
Y ella irá de tu brazo para toda la vida,
y abrirá las ventanas en el atardecer.

Quédate tú con ella. Yo seguiré el camino.
Ya es tarde, tengo prisa, y aún hay mucho que andar,
y nunca rompo el vaso donde bebí un buen vino,
ni siembro nada, nunca, cuando voy hacia el mar.

Y pasarán los años favorables o adversos,
y nacerán las rosas que nacen porque sí;
y acaso tú, algún día, leerás estos versos,
sin saber que los hice por ella y para ti…

La sed insaciable – José Ángel Buesa

Decir adiós… La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo…
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.

Amar y amar toda la vida,
y arder y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama…
Y no saber por qué se olvida…

Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.

Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.

Porque en el sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa…

El ángel – José Martí

EN ti encerré mis horas de alegría
                               Y de amargo dolor;
Permite al menos que en tus horas deje
                               Mi alma con mi adiós.
Voy a una casa inmensa en que me han dicho
                               Que es la vida expirar.
La patria allí me lleva. Por la patria,
                               Morir es gozar más.

Amor insatisfecho – José Ángel Buesa

Mi corazón se siente satisfecho
de haberte amado y nunca poseído;
así tu amor se salva del olvido
igual que mi ternura del despecho.

Jamás te vi desnuda sobre el lecho,
ni oí tu voz muriéndose en mi oído;
así ese bien fugaz no ha convertido
un ancho amor en un placer estrecho.

Cuanto el deleite suma a lo vivido
acrecentado se lo resta el pecho,
pues la ilusión se va por el sentido.

Y en ese hacer y deshacer lo hecho,
sólo un amor se salva del olvido,
y es el amor que queda insatisfecho.

Poema de tus manos – Jesús Orta Ruiz

Tus manos son dos nardos que mi boca
ensortija de besos. En tus manos,
transformose el manojo de mis penas
en manojos de cantos.

Cuando acarician mi cabeza negra
hay en mi frente pensamientos blancos.

Surgieron en el mar de mi agonía
y se tendieron en mi sueño náufrago.

Y no son manos consteladas -iris
de zafiros, diamantes y topacios-:
son manos que adornaron las virtudes
con las ásperas joyas del trabajo.

Deja verlas, Amada. Que mis besos
endulcen el dolor de su cansancio
y déjame anunciarte que el mañana
es una blanca redención de nardos.

Aunque ungiste el umbral y ensalivaste… – Severo Sarduy

Aunque ungiste el umbral y ensalivaste
no pudo penetrar, lamida y suave,
ni siquiera calar tan vasta nave,
por su volumen como por su lastre.

Burlada mi cautela y en contraste
-linimentos, pudores ni cuidados-
con exiguos anales olvidados
de golpe y sin aviso te adentraste.

Nunca más tolerancia ni acogida
hallará en mí tan solapada inerte
que a placeres antípodas convida

y en rigores simétricos se invierte:
muerte que forma parte de la vida.
Vida que forma parte de la muerte.