Archivo de la categoría: Poesia española

Aunque no hubiese tierra, aunque no hubiese cielo… – José Julio Cabanillas

«AUNQUE no hubiese tierra, aunque no hubiese cielo,
antes que tierra y cielo te querría.
Antes que los pilares de la tierra
se asentasen a plomo,
cuando estaba la luz
girando en los espacios infinitos
y las olas del mar no veían el momento
de empezar su carrera,
yo estaba allí.
Jugaba con los hijos de los hombres
antes que el primer llanto los trajese a la vida.
Jugaba con la luna a ponerla en mi frente
y tomé el arco iris por un dije en mi pelo.
No hablo con cualquiera. Te hablo a ti.
Si supieras tan sólo con cuánto amor te tuve,
que una noche de risa y juego te engendré.
Jugaba con la bola de la tierra
y el dedo más pequeño de la luz te ha tocado.
Lo guardé para ti ya desde entonces
—antes que cielo y tierra— tómalo, vida mía».

Alcazarquivir – Julio Martínez Mesanza

Los ojos de la Virgen y los ojos
de aquellos que matamos en combate;
esta patria madrastra y esa otra
que nunca alcanzaremos sin la gracia;
la ley soberbia y el amor que espera;
no poder dar el paso que nos libre
de tentación y halago, seguir siempre
bajo falsas banderas y entre falsos
compañeros andar siempre muriendo;
y, con todo, empezar otra campaña:
ver que la soledad que nos recibe
es nuestra estéril alma, que la yerma
lejanía nosotros mismos somos;
y que somos también el enemigo,
la polvareda de terror que cierra
a la redonda el último horizonte.
Iniciamos la marcha recelosos
entre ruinas que fueron fortalezas
y entramos en la tierra que asolaron
años atrás las fuerzas enemigas:
la sal deslumbra donde vides hubo,
por un mar de ceniza cabalgamos
y empiezan a engañarnos nuestros ojos.
Si vemos a lo lejos una torre,
y enviamos a que el sitio reconozcan,
regresa sorprendida la patrulla
de no haber visto nada semejante
a una torre por esa parte; luego,
al otro lado, vemos otra torre,
y los que allí mandamos igual vuelven:
sin noticia ninguna de la torre.
Desorientados, sólo nos sostiene
la irreflexión, la fe sin esperanza,
que, cuanto más se obliga, más tropieza
y se pierde en pequeños contratiempos;
la fe sin voluntad, desguarnecida;
la que alardea y el amor ignora;
la que se desalienta y no conoce
el verdadero filo de la espada.
Es la fe que de noche nos conduce
a la oscura ciudad del enemigo,
la que nos representa saqueando
después de la victoria, la que en sueños
me hace entrar en un patio donde paso
a cuchillo a un anciano, y subir luego
al cuarto en el que oí llorar a un niño;
la que detiene el golpe de mi espada
y hace reír al niño, con la risa
adulta y humillante de quien sabe
que nos ha derrotado para siempre.

Ser fea – Josefina Romo Arregui

Hoy he sentido todo el amargo pesar
de saber que es mi rostro casi feo, vulgar;
tal vez tú no comprendas lo hondo de la herida
no sabiendo que adoro el amor y la vida,

la belleza hecha carne de plástica asombrosa,
de suavidad de bruma y de aroma de rosa.
Por eso me he sentido encogida de pena
cuando él me decía, la mirada serena:

no eres bella, más luce sobre tu frente
la magnitud de tu alma escogida y consciente.
¡Ay! La amargura toda se ha agolpado en mi pecho
y el castillo de naipes ha quedado deshecho.

He golpeado mi cuerpo con sañuda fiereza
hasta quedar rendida de dolor y tristeza.
Por ser hermosa, hermosa, de atractivos sin cuento
diera todo este espíritu que tan solo es tormento

que me retiene en hondas meditaciones graves,
mientras las flores mecen sus contornos suaves.
¡Oh! En la Armonía Eterna de ser un triste designio
y en la bella Natura no encontrarse a sí mismo.

Por eso hoy he sentido tan amargo pesar
al saber que es mi rostro casi feo, vulgar,
y llevaré en mi alma el rastro de la herida,
en mi alma enamorada del amor y la vida.

Amante – Vicente Aleixandre

Lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.
La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.

Era apacible el día – Rosalía de Castro

Era apacible el día
Y templado el ambiente,
Y llovía, llovía
Callada y mansamente;
Y mientras silenciosa
Lloraba y yo gemía,
Mi niño, tierna rosa
Durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
Antes que empiece a corromperse... ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
Bien pronto en los terrones removidos
Verde y pujante crecerá la yerba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
Torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!...
Jamás el que descansa en el sepulcro
Ha de tornar a amaros ni a ofenderos
¡Jamás! ¿Es verdad que todo
Para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
Te espera aún con amoroso afán,
Y vendrá o iré yo, bien de mi vida,
Allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
Que no morirá jamás,
Y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
A desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
Yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido
Para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
De un día en este mundo terrenal,
En donde nace, vive y al fin muere
Cual todo nace, vive y muere acá.

Carencias – Pilar Adón

Aquella lamparilla encendida me indica que las excursiones son posibles,
que el día sigue existiendo. Que nada ha destruido mi hogar
y que volver a casa sigue siendo una opción.

Creer. Creer en los brazos abiertos y en una palabra.
La noche tranquila que sucederá a un día de no tristeza.
Creer en el ángel perpetuo que cuida de mí.
Olvidar, de una vez, el irredento desasosiego que me acoge
y se burla de toda mi voluntad.

Con su pelo un poco largo… – Carmen Jodra Davó

Con su pelo un poco largo,
con sus largas piernas rubias,
se acurruca en el asiento
del metro: adopta una pose
soñadora.
Pensarías: Es un niño.

No es un niño y no es un hombre.
Todavía es esto otro,
volátil. Que nos permita
mirarlo mientras es esto.
Cuando levanto los ojos
ya no está. ¿Cuándo se ha ido?
No lo hemos visto irse.

escucho los ladridos, distintamente… – Vanesa Pérez-Sauquillo

escucho los ladridos, distintamente,
pero nada sé de ese perro que arde
ni del dibujo de su huella por la tierra abrasada.

Reconozco a los que lo han mirado
frente a frente. Escucho sus historias.
He pasado varias veces la mano
ante sus ojos blancos desde entonces
y he sentido una llama calentarme los dedos.

Pero yo solo escucho los ladridos.
Incluso cuando salen de mi boca.

Nada sé de poesía.