Archivo de la categoría: Poesia española

Día de la ira – Pablo García Baena

Desnúdame, no tengo ya otra cosa.
El labio casi helado de besar tanta muerte.
Sájame la mirada, deja el ojo sin lágrimas
como una carne mísera, tibia para las moscas.
Sobre tu piedra estoy, no vencido, ligado:
hiere y al turbio caño de la sangre el impuro
animal de vagido caliente perezca,
pues que amó la carne y su comercio
y fue carnal el llanto para él, como un miedo
cobarde de pichones en las manos
y la oración un pétalo manchado entre los dientes.
Raspa, rae de mi lengua su nombre, si aún tienes
en el día del rigor panales de dulzura
y opera con tu largo bisturí de clemencia
el corazón, la entraña que no tuvo cansancio
ni olvido en el sopor del vino y de las noches
y que implacablemente perseguías
por las angostas calles de la antigua tristeza.
Rebana de los dedos su urdimbre de caricias
y deja que mis manos palpen ciegas y ajenas
la larga tela fría del desengaño.
Inerme sobre el mármol escucho el viento tuyo
de las trompas alzadas a la luna postrera,
cuando el ángel apaga la lucerna del tiempo
y remueve las vendas,
el sombrío aposento de las urnas,
el agujero oscuro, el cenotafio...
Porque desnudo estoy ante ti y te temo.

Con las luces del alba – María Victoria Atencia

A mitad de camino entre la mar y el suelo
que hace fértil un gesto de vida proseguida,
sobre la arena oscura expuesta al sol, propongo
yo misma mi balance entre fruta y olvido;
entre amor y despecho con las luces del alba,
o las yertas palabras que acoge un laberinto
de nácar y las vierte contra el rumor del puerto. 

Quinta angustia – Pablo García Baena

Glorían a tu sierva que te acuna en la muerte,
más que el batir de alas y azucenas del ángel,
estas llagas que asperjan con tu sangre la sábana.
Ahora ya sí soy reina y bendita entre todas.
Ahora lloro el magníficat de la tribulación.

Otra vez mi regazo te da luna y cobijo
en este alumbramiento puerperal y cruento
—el crepúsculo cárdeno tiene una luz de orto—
y esa espina en almete que trochó tu cabeza
punza en mi mano erguida con pureza de lirio.

Pegujal sean mis brazos para tu sepultura...
En los juncos del huerto dejad la parihuela
y no aprestéis jofainas, ni vendajes, ni bálsamos.
Unja sólo mi llanto las arterias en ascuas
y los besos sean lienzo que empape tus heridas.

Pues tu sangre es mi sangre y esa lanzada agónica
que hiela tu costado con su garra aterida
mi corazón anega en un frío de espadas,
y estoy sentada y sola con mi mortal quebranto:
los que vais de camino no apartéis vuestros ojos.

Casa fugaz – Andrés Neuman

Somos iguales, tienes
la exacta fortaleza
que me hace en parte débil.
Sigue siendo difícil
en la casa terrena desnudarse.
¿Trascender? Eso intentan los solemnes,
como si dominasen el misterio
de habitar hasta el fondo este lugar
sin cederle terreno a las alturas.

Si te toco, artesana,
¿querrás estar aquí enteramente?
Durando en lo fugaz,
así transcurriría nuestra entrega.
Desconociendo cómo,
así nos buscaríamos.
Iguales en la duda. Enamorados
de la fragilidad de estas paredes.

Otoño en Málaga – Pablo García Baena

Dedicado a Málaga


Huésped ligero el otoño llega
silencioso hasta Málaga. Yo rezo
por sus vendas benéficas de lluvia
fijando el dulce corazón maltrecho
del verano y su carne. Beso llamas
en las murientes hojas del recuerdo.
Adiós, fría glorieta. Sobre el banco
extiende octubre harapos verdinegros.
Caen frutos y pájaros. La niebla
cicatriza los besos.

La abeja – Miguel Gutiérrez

Se acerca un niño goloso
á un panal de rica miel 
y al contemplar, envidioso,
posada una abeja en él
matarla quiere furioso.

Mas de su mala intención
hubo luego de quejarse,
pues al consumar su acción
sintió en su dedo clavarse
la punta del aguijón.

Ayes de dolor exhala,
y al querellarse no advierte
que su ingratitud propala:
ella su miel le regala 
y él, en pago, le dá muerte.

Hemeroteca – Antonio Rivero Taravillo

                I

Aparta ese atril, muchacha.
¿No eres muy joven para el pasado?
Tus ojos, que no son para el ayer
están hechos para que se vean
antes de que tu tiempo se encuaderne,
antes que se desencuaderne tu belleza.

                II

Abuelo a quien nunca conocí,

en esta hemeroteca mexicana
hoy han voceado tu apellido
con acento chilango: nuevamente
ochenta años después de que dejaras
este país caótico y hermoso,
el aire imita al que llevara el tuyo
en la clínica aquella en que nació tu hija.

Pronunciando hoy nuestro apellido
—igualmente llamó la comadrona—,
me traen un atlas del tiempo.
Corriente submarina o viento fuerte,
las sílabas son ondas:
marea entre dos costas y dos siglos
unidos aquí ahora, en este instante.

Como un sismo concierta con su réplica,
me sigo abriendo paso en el pasado.

                III

No fue falsa amenaza:
las largas columnas de blindados
dieron en guerra,
el presidente electo
fue luego asesinado,
pero siguen festejos,
celebraciones,
y aún los soldados no han muerto.

Esa obra será siempre un éxito,
la niña que en la foto sonríe
no va a ser violada, porque ahí
no conoce el horror. Esa pareja
será siempre feliz pese al divorcio
mil números después.

Como en el horóscopo,
escrita está la suerte: solamente
que en un tomo distinto de otro año.

Aquí se completa el crucigrama
de vuestras horizontales con mis vértigos,
y no pocas casillas hoy comparten
la ausencia de sentido, el negro, el hueco,
como el hoyo o la noche
cerrada en que salían los periódicos.

                IV

Extraño este destino que me toca
de daros nueva vida unos segundos
mientras paso las páginas
en busca a la que sois ajenos.
                              Hoy
un instante se cruzan nuestros tiempos.

Os visito y vosotros visitáis
este año que es vuestro futuro.
Poneos cómodos, sentaos:
compartamos noticias, pero ved
que el mundo no es mejor en vuestra ausencia,
que el mundo no es peor en tanto hojeo
el tomo en que alentáis y pido otro.

Ahora relleno otra ficha,
y esa manifestación ya disuelta,
un fuego, un tiroteo, un terremoto,
la canción ganadora, un nuevo récord
regresan y se van como vinieron.

Y todo este volumen polvoriento
se vuelve, dilatada, vuestra esquela.

Reseña del poeta