tú que también escupes secretamente… – Vanesa Pérez-Sauquillo

tú que también escupes secretamente
en el abrigo que escogió tu corazón
y desconoces el porqué de lo elegido en sangre.
No busques el sentido de este libro.

Tú tampoco quisiste ser pastor
ni le has dado comida a lo lejano.

No me pidas un arma.
Mi dedo no señala. Tan solo
nos dibuja en la saliva.

Canto a la felicidad – Juan Gil-Albert

A veces en el fondo de mi alma		
bulle una antigua fe resplandeciente,		
como un grumo de púrpura extendido		
tiñe mi corazón y de ese gozo		
sube a mi faz con fértiles destellos		
una espléndida sombra de tristeza.		
Minutos cual suspiros, leve tiempo		
que nadie ve pasar, aquí se siente		
como una verde espada que se templa		
en la carne gentil de la poesía.		
¿Será verdad que el mundo está rodando		
en sus inexorables fuerzas ciegas?		
¿Que hay lastimeros ayes, que hay matanzas		
en los oscuros días de los hombres?		
¿Por qué yo pues me siento redimido		
y esta alegre tensión de mis entrañas		
hace ascender dichosa hasta mis labios		
una dorada espuma? Viejos monstruos,		
destructoras legiones de infortunio,		
espíritus aciagos que pretenden		
sellar al hombre dulce como bestia		
sometido a la paz de su rebaño:		
Doblad ante mi júbilo indefenso		
vuestra horrenda cerviz, llorad al menos		
vuestra insana impotencia rebelada,		
cuando no habéis podido aniquilarme,		
y cual nocturno beso del rocío		
hace brillar la tierra entre cendales		
de tenebrosos sueños, un ser puede,		
con sólo abrir sus labios encantados,		
hacer brotar de sí la dicha ajena.

Capricho – Antonio Carvajal

Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el nombre del amor;
la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en el canto
primero que hizo al sol;
la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;
la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio nido,
para el sollozo flor.
Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble halló una pluma,
rebelde un corazón:
no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el secreto
con risas en la voz.

Cuando los mensajeros – Pablo García Baena

Cuando los mensajeros golpeen los postigos
y su voz, a través de la vieja madera,
penetre como un viento de música y de plata,
oh corazón, no temas, no tiembles, amor mío.
Un soplo de destino apagará la llama entre los labios
y en las barcas de estío los floridos remeros callarán para siempre.
La mano, entre las cuerdas de nobles instrumentos,
quedará y la canción, pájaro inacabado,
buscará nido en las brillantes gemas solitarias
de los desnudos cuerpos pulidos al aliento del mar y de los astros,
quietos y deslumbrantes como árboles de mármol
donde una fruta dulce y venenosa se pudre lentamente.
Yacerán sepultados en bancales de olvido
la balanza sutil del orfebre y la brújula
que guía por el sueño la flota misteriosa
y el atril y los báculos, la tralla y los arneses,
silenciosos testigos de unas sombras extintas.
Y el rubí como un diente de sangre clavado en la garganta
y el vaso que derrama el hechizo del vino
y el azul brazalete como pámpano enroscado a la carne,
el punzón y los búcaros.
Lo que un día tuvo el fuego de un instante,
eternidad proclama.
Oh corazón, oh amor, amor mío que tiemblas
solitario al rumbor del bosque que respira,
no temas.
Las puertas con su triple candado están cerradas
y aún hay vida en mis manos. Duerme dulce
hasta, que un alba púrpura selle de polvo el labio y nos lleve
flotando a los altos sitiales.

Día de la ira – Pablo García Baena

Desnúdame, no tengo ya otra cosa.
El labio casi helado de besar tanta muerte.
Sájame la mirada, deja el ojo sin lágrimas
como una carne mísera, tibia para las moscas.
Sobre tu piedra estoy, no vencido, ligado:
hiere y al turbio caño de la sangre el impuro
animal de vagido caliente perezca,
pues que amó la carne y su comercio
y fue carnal el llanto para él, como un miedo
cobarde de pichones en las manos
y la oración un pétalo manchado entre los dientes.
Raspa, rae de mi lengua su nombre, si aún tienes
en el día del rigor panales de dulzura
y opera con tu largo bisturí de clemencia
el corazón, la entraña que no tuvo cansancio
ni olvido en el sopor del vino y de las noches
y que implacablemente perseguías
por las angostas calles de la antigua tristeza.
Rebana de los dedos su urdimbre de caricias
y deja que mis manos palpen ciegas y ajenas
la larga tela fría del desengaño.
Inerme sobre el mármol escucho el viento tuyo
de las trompas alzadas a la luna postrera,
cuando el ángel apaga la lucerna del tiempo
y remueve las vendas,
el sombrío aposento de las urnas,
el agujero oscuro, el cenotafio...
Porque desnudo estoy ante ti y te temo.

Con las luces del alba – María Victoria Atencia

A mitad de camino entre la mar y el suelo
que hace fértil un gesto de vida proseguida,
sobre la arena oscura expuesta al sol, propongo
yo misma mi balance entre fruta y olvido;
entre amor y despecho con las luces del alba,
o las yertas palabras que acoge un laberinto
de nácar y las vierte contra el rumor del puerto. 

Poesía de todas la épocas y nacionalidades