Aprende a estar tan sola que hasta tu sombra misma
apetezca librarse. Sé tú la compañera
de tus pasos, de modo que llegues a las cosas
siempre como el que llega de una tierra extranjera.
Aprende que el dolor solo es de ti, la risa
solo tuya, testigos los dos de tu manera.
Para que la luz fluya clara de tu sonrisa,
desaloja el fingido sol que el mundo te presta.
Quédate con la nada que brote de tus manos,
quédate con lo poco o lo mucho que seas
en la noche tranquila de tus mejores gestos,
en la sombra amorosa que ahora se te revela.
¡Los otros!... Si los otros pudieran comprenderte,
si alguien pudiera hablarte por dentro y no por fuera,
si esos que ahora te llaman no estuviesen atentos
al sonido estruendoso de las falsas trompetas...
Llámate tú. Sé música de tu propio instrumento,
color de tu pintura, cincel en la madera
de tus sueños. Dibuja lo que quieras decirte,
escríbete tu historia, escúlpete en tu piedra.
Aprende a estar a solas. Bebe el agua en tu mano,
nadie te la ha de dar tan limpia ni tan fresca.
Lo que tomes del mundo con la ayuda de otros
no podrás admirarlo de noche en las estrellas.
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La noche abolida – Pilar Paz Pasamar
Tu mano acerca el fuego a la sombría tierra
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia.
SALMO
Eres calor, calor. Tibio regazo.
Pecho de ave. Edredón de pluma.
Por tu calor, no por tus resplandores,
por tu calor de lar, no por tu fuego,
por el calor al pan de tu tahona,
por tu calor, solo calor, calor.
En mi calor, en mi calor te llevo
como la tierra lleva la amalgama,
la incandescente entraña, tú eres eso:
calor, calor, calor, calor, calor.
Ni a la muerte podemos ya temer,
cercano de tu hoguera está mi rostro,
del ígneo condimento está mi boca,
tu pan está caliente en la cocina
a la temperatura de la noche.
Huyen como de bosques incendiados
los fantasmas nocturnos, la alimaña
sale de su cobijo, ni a la muerte
podemos ya temer y está vacío
el hoyo, inútil miedo en que caímos.
Nada es la noche, no hubo nunca noche,
tú aboliste la sombra y el sepulcro,
tu hoguera no exigía sacrificios
ni te saciaste de vestal o víscera,
ni exigiste cuidados ni pabilos,
pues eras tú, perenne redivivo,
temperatura universal, el día,
alba caliente, luz a todas horas,
a todo tiempo, a toda vida
diste y das, calor, solo calor
Las cosas odiadas – Pilar Paz Pasamar
No es culpa mía. Hay un abismo abierto
aun antes de existir. En la memoria
de quien lo hizo esté el remordimiento.
Estoy desperdiciando con vosotras
una frecuente luz que bien pudiera
iluminar las manos generosas,
iluminar los trigos y las cepas,
encenderme en el llanto o la alegría.
¿Cómo es posible que no os lleve
junto a mi corazón como a otras tantas,
que involuntariamente en mí os destruya?
Más que dolor es miedo a contemplaros
desde mi pensamiento,
reconocer que es imposible
quereros acercar y, sobre todo,
saber que incluso el odio
es una forma de sentir la vida,
que estáis también alimentándome,
que vuestra muerte es una forma
de crecerme en mí misma,
que involuntariamente el corazón
os siente: ¡que sois mías!
Rondador por el aire – Pilar Paz Pasamar
Donde te encuentro es en
el instante preciso
que no te reconozco.
Cuando las cosas tienen
tanta fuerza que casi
parecen ellas solas.
Pero apenas mi mano
roza la superficie,
tú asomas desde el fondo
de la materia, y vienes,
y brotas como el agua
de dentro de la tierra
cuando se la socava.
A hurtadillas te miro
saltando por las hojas,
mirlo imprevisto, ave
impuntual y ligera.
—Buenos días, nos das.
—Hasta luego. Y regresas.
Pareces la alegría
que tantas veces vuelve
inesperadamente.
—¿Nunca podremos, di,
pasar sin tu sorpresa?
¿Seguirás destapando
nuestros ojos y huyendo
y regresando apenas
se vuelvan a cerrar?
¡Oh, estrenador ligero
de párpados! Mi vida
se sorprende a tu paso
cuando en ella resbalas,
pero te reconoce
viajero y piensa que
tu brevedad es más
fija que la costumbre.
No intenta retenerte
y sabe que acostumbras
a venir si el olvido
prolonga demasiado
su oscura sombra en los
seres que tú visitas.
La tierra, aunque no sabe
el porqué de la lluvia,
se puebla agradecida.
Yo, que también ignoro
a qué vienes, me dejo
cruzar por el instante.
Después vuelvo a las cosas.
A mirar, a mirarte,
rondador por el aire.
Las cosas olvidadas – Pilar Paz Pasamar
Desprendidas estáis en mi memoria
por las urgentes manos del olvido.
Puedo pensar, tan solo, que habéis sido
paso de nube o ave transitoria.
Que cruzasteis un día por la historia
del corazón sabiéndolo dormido,
y fue tan leve el paso y sin sonido
que no os pudo aprehender. Por la ilusoria
madeja que es el tiempo, busco en vano
el hilo del regreso, mas la mano
que os enreda mantiene esa porfía.
Y aunque reclame vuestra carne ausente,
y aunque la invoque, sé que inútilmente
os pienso ya. La eternidad no es mía.
¿Dónde voy yo…? – Pilar Paz Pasamar
¿Dónde voy yo, Dios mío,
con este peso Tuyo entre los brazos?
¿Para qué has designado
mi pobre fuerza a Tu cansancio inmenso?
Si quieres descansar, descansa en otros,
apoya Tu palabra en otras bocas
que te dirán mejor. Yo quiero ir
a solas por el campo, sin motivos,
sin lazos y sin cosas. Vete ya,
no soy yo quien debiera sostenerte.
Tu peso duele mucho, y es muy grande
Tu fatiga de Dios sobre mi cuerpo.
¿A dónde quieres ir sobre este vano
caminar de mis pies, que no se orientan?
Búscate un lecho blando
en el pecho del niño o del poeta,
pero déjame a mí, muda y perdida,
sobre la tarde sola.
No huelles más mi hierba que humedece
un rocío continuo y desvelado.
Estoy empobrecida de lágrimas y gestos,
no tenga más calor que el de esta pena sorda,
y eres muy grande Tú para este frío,
y es muy pequeño el beso de mi boca.
¡Déjame ya, Señor! ¡Hay tanta espiga!
¡Hay tanta espiga enhiesta…!
No recorras
este arenal desierto de mi huida.
¡Déjame ya!… ¡Se está tan bien a solas!
Piedra Fluvial – Pilar Paz Pasamar
(Camino del Puerto a Rota,
por las lindes de la base)
Toman el sol como los caparazones
cubiertos de verdín
los plácidos quelonios de la base.
El pulpo vegetal, la yuca, en la cuneta
nos saluda -quién sabe si a nosotros
o a las gaviotas- levantando airoso
sus tentáculos verdes.
Y el nopal y el naranjo y la pita
y el pino y la chumbera
festonan los caminos desde el Puerto hacia Rota.
Mi tierra, Asta Regia turdetana,
alzada entre marismas,
tierra de polvo oscuro y albarizas,
polvo de ánforas púnicas y columnas tartesas,
con tres mil años de esqueleto.
A un lado, adoradores del lucero del alba,
-el lucifere forum- y Chipiona
que pastorea el río más hermoso,
Guadalquivir Florido,
hasta el abrevadero del océano.
Y aquel Xerex Xaduña de los cuatro portales
hacia Arcos y Medina Sidonia e Ixbiliha,
la de los Olivares e figueras,
y el puerto de Alcanate-Menesteo,
y el río Wadi Lakka,
y el río Guadalete,
el río del olvido de la guerra.
Y la historia de tumbas y arenas gaditanas,
toda una tierra fértil de paciencia,
arrodillada siempre con bandejas solícitas
de espumas y palomas
y, hoy por hoy, como siempre arrodillada
junto a grandes tortugas que sestean al sol.
-(Tú, mar, queda en tu sitio.)-
¡Oh, Wadi Lakka mío, mi río del olvido,
mi río paraíso, desbórdate y anega!
¡Desbórdate e inunda! ¡Desbórdanos y ciéganos
de olvido nuestros ojos y pon de azul el miedo!
Corre, deja tus márgenes,
apáganos la sed de tantos siglos
ya que nada ni nadie te lo impide.
Porque esto era lo tuyo – Pilar Paz Pasamar
Era todo lo tuyo, y por eso lo quiero.
Cerrar, cerrar los ojos, y que pasen tus manos,
ahogarme sobre el mar de la agonía
y dormir desmayado, cara al cielo.
Porque eso era lo tuyo, y por eso lo quiero…
y darme al fin (el hombre es una entrega),
y yo me entrego, así, sin desconsuelo,
como acepté tu ofrenda, aunque sabía
que había de romperse contra el suelo.
Y se hizo mil pedazos. Te quedaste
roto en mi corazón, como un gran beso
que se esparce en los labios, diluido,
y sube en mil partículas al cielo.
Y ahora me entrego yo, tan fríamente,
que ni siquiera siento
éste abrirse del alma -sin postigos
la reja del sentido y del recuerdo-.
Me doy porque te diste, y he copiado
ese morir desnudo de tu pecho
y romperse en la vida, como tú
te rompiste en mi sueño.
Porque darte es lo tuyo, criatura,
y por eso lo quiero…
El reclinatorio – Pilar Paz Pasamar
¿Quién colocó mentira sobre el suelo
para las descansadas bienvenidas?
¿Para qué fe sin luz, ansias mullidas
arropan el dolor con terciopelo?
Quien cabalgue amargura, vaya a pelo
con las roncas espuelas doloridas,
fluyéndole la sangre por las bridas,
sobre las ancas de la bestia en celo.
De rodillas aquéllos, los que ignoren
que pueden encontrarte en una rosa
o en la terrible soledad espesa.
Que es muy fácil, Señor, que aquí te lloren
con una bienvenida presurosa
y la sangre rotundamente ilesa.
Unidad – Pilar Paz Pasamar
Madre, tu eres ya no tuya sino mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se han reflejado
inmensa, sobre mi alma.
Madre, ya no eres tú,
tu risa no es tu risa.
Soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos.
Quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía. Has fijado
tu claridad lo mismo
que la luna en el lago.
En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,
en una simbiótica unidad que nivela
tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,
tu pena con mi pena.
Y tu fin – extinguirte sonriendo – es el mío.
-¡Tu fin !- Allá en lo alto te esperará una estrella.
Yo te sujetaré con mis manos (¡tan jóvenes!)
más arriba del mar, más arriba del tiempo.
Y nos daremos juntos, madre mía, tan juntos
que Dios no sepa nunca distinguir si eres una
o somos dos a una los que nos hemos muerto.