COMO quien va tirando de un hilo sin saber
a dónde le conduce,
te has quedado a mirar los negativos
del día que bajasteis unos cuantos
a bañaros al río sin permiso.
Los padres no querían que salierais
a explorar los caminos, pero claro:
el peligro, los límites.
Circulaban entonces las leyendas
de niños que jamás
volvieron al calor de sus hogares,
pero nadie sabía de quien eran,
ni cuál era su calle y os decían
que era imposible ver desde la presa
la negrura del fondo.
La oscuridad enseña a no burlarse
de lo desconocido, pero ¿Cuál
sería el precio entonces? ¿Qué darías
a cambio de saber lo que hay debajo?
Desventurado corazón perplejo,
inconsecuente corazón,
no dudes.
No tiembles nunca más por lo que sabes,
no temas nunca más por lo que has visto.
Calamitoso corazón,
alienta.
Aprende en este ahora
el pálpito que vuelve con lo eterno,
para latir conforme en valentía.
Los números del mundo están cifrados
en la clave de un sol tan rutilante
que te ciega los ojos si calculas.
Ciégate en esperanza,
errátil corazón,
suma los números.
Un orden en su imán te está esperando.
Desde el final del tiempo se levanta
un ácido perfume de hojas muertas.
Respíralo y respira su secreto.
Abre de par en par tu incertidumbre.
No permitas
que encuentre domicilio la tibieza,
ni que este inescrutable amor oscuro
cometa el gran pecado de estar triste.
Acógete a ti mismo en tus entrañas
con tu abrazo más fuerte,
tu mejor padre en ti, tu mejor hijo,
gobierna tu ocasión de madurez.
Insiste una vez más,
aspira en estas rosas
su pútrido fermento enamorado.
En este desvarío de tu voz
se desnuda el enigma, transparece
la recompensa intacta de estar siendo.
Aquí estamos tú y yo,
altivo corazón,
en desbandada.
A fuerza de caer, desvanecidos.
y a fuerza de cantar,
enajenados.
La poesía es injustificable.
La tensión de las sílabas no es ni con mucho tan alta
como la de las zumbantes torres eléctricas hincadas en el lomo de la tierra.
La energía represada en los versos resulta ridícula
en comparación con la embalsada por la presa.
La canción y el cirujano prestan ayuda a la vida
—¿quién preferiría la de la canción?
La poesía tiene manos de nieve,
tiene manos de cebolla, tiene manos de arena.
Su respuesta al último para qué
es un silencio
ensimismado de angustia y de esperanza.
La respuesta del ser humano
al último para qué
es también un silencio
ensimismado de angustia y de esperanza.
El ser humano es injustificable.
La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.
¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.
Presiento que no soy el mejor yo
de todos los que quise ser y he sido.
He conocido a otros más hermosos,
mejor amantes y mejor vividos.
—Todos, sin excepción, mucho más jóvenes,
prometedores y atractivos—.
No soy el mejor yo.
Pero, al menos, aguanto y sobrevivo.
Los demás, con sus sueños
—cansados, derrotados, aburridos—,
fueron cayendo
uno tras otro en el camino.
Creí que era por juego por lo que se entregaba,
que ella misma era un juego hermoso y divertido,
que de verdad era mía sin pedir nada a cambio.
Lejos mi adolescencia y aquel deslumbramiento.
Ahora conozco al fin su frialdad y su orgullo,
su hastío y su miseria. Ha arrojado su máscara.
Lo que exige es mi vida, eso me pide a cambio,
mi vida en cada verso. Y no se saciará
por mucho que le ofrezca de mí mismo pues sabe
su poder sobre mí. Hasta la extenuación
querrá ser poseída y poseerme. No, no era un juego.
Ardoroso el verano, las encinas,
los dorados centenos.
La campana mayor está sonando
a media tarde. Chillan en el cielo
medievales cornejas
y acuden uno a uno los canónigos,
vestidos de paisano. Huele a cera
en las naves del templo y hace frío
entre las viejas piedras.
Melancólico estás sobre la tumba,
doncel, como doncella.
No muerta, no dormida,
sino contigo misma, ausente, amada
en el secreto amor, correspondida.
Leer, soñar, dejar que el tiempo pase
y el pensamiento corra igual que el agua.
Esa es la eternidad. Vivir no estando vivo.
Morir no estando muerto y escuchar
a lo lejos, como temblor del tiempo,
sonajas de los álamos sombríos
y un arroyo entre juncos.
Otro hueco en la noche me ha dejado
permanecer al límite.
Cerrándose el contorno, queda un lugar
cercado por la neblina.
Esta estancia vacía es una evocación
transitoria, un espacio al que restar
la vana superficie de las cosas.
Un minúsculo agujero –frágil, solitario-
donde olvidar que vivimos
más allá de la extrañeza.
era cuestión de tiempo. o no es cuestión de tiempo. si lo piensas;
todo podría serlo.
optemos por llenar el recipiente
con algo más que aire.
durante años mi mente
en modo magnetófono
rastreando cualquier señal acústica,
amplificándola
para abrirle las tripas igual que a una madrilla
de hojalata
y entender cada pieza.
la canción titulada: es que no sé pensar de otra manera
acabó perpetuándose en hilo musical
y como resultado:
los poemas ungüento.
la poesía vórtice.
escribir para hallar el origen del ruido
e hilar un par de ideas consecuentes
que puedan parecer las de los otros.
tantas excavaciones, tantas palabras baba
formando una gran bola pegajosa de chicle.
tengo un callo en la encía. en el labio. de tanto.
hasta que, por sorpresa, alguien coge mis hombros
y me gira hacia afuera para que yo lo vea
entero, como un río.
y, teniendo en cuenta que no soy un castor,
el alivio me alcanza de inmediato.
Perdedores, este desierto es un espejismo
por donde la luz de los sueños
va filtrando extrañas sensaciones,
soplos de viento que a veces se confunden
con la vida anhelada de los vaqueros solitarios.
Este lugar es el que eligieron los legendarios pioneros
que creían en Dios a su manera, por eso forjaron el oeste
con lentos carromatos y familias resignadas,
caminos llenos de piedras, rutas que luego se abrirían
a las veloces diligencias y a los trenes de vapor.
Horizonte de aves carroñeras y graznidos,
remolino de polvo, ladridos que hacen eco,
cansancio que relincha y se siente desgraciado
y se moja los labios en el abrevadero
y nota las espuelas clavarse en el costado.
Perdedores que compartís la derrota,
esa señal de vuestra estirpe que siempre os encarcela,
ese abismo de ingenuidad malvada, de celos acuchillados
y ataques grises de ira sin sentido que os convierten
en serpiente de cascabel temblando sobre la tierra.
Vuestras armas se encasquillan, vuestros planes se desbaratan;
el infinito es polvo seco de fracaso,
la vida un desaliento rabioso parecido a las pataletas infantiles,
que a veces explosionan con gritos y llantinas
cuando ya está todo perdido.
La escenografía desgraciada de los niños que quieren
complacer a su madre, demostrar que son hombres
con alma de bandidos;
demostrar que podrían llevarse todo el oro de los bancos,
para luego esconderlo en un lugar secreto.
Decorados de cartón piedra
para los hermanos malos que son crédulos
y quieren ser invencibles gigantes
y creen en los poderes de la magia invisible
que habita en un simple sombrero.
Hermanos fracasados que mastican derrotas
pero no se arrepienten ni se cansan,
y están siempre tramando ese golpe maestro,
impregnado en un sueño con pésimas ideas
y errores repetidos como una melodía de días circulares.