Libre y frágil y armónica,
liviana compañera,
paloma mía, vuela desvalida.
Asirte no, pero sí hacerte,
hacernos juntas
y el zureo sea un cántico
unísono, una nueva sinfonía,
un ritmo repetido,
entre la novedad y la rutina,
hacia adentro, anidada perdurable,
huésped de mi sonido más profundo,
en el tiempo enroscada
antes de alzar el vuelo
pronunciado, en la voz.
Ave de mí, palabra fugitiva.
Archivos Mensuales: marzo 2018
Muñeca rota – María Victoria Atencia
¡Qué me intenta decir tu deterioro? Vente,
muñeca frágil y doliente y herida,
sin faldones que cubran tu cuerpo descompuesto,
sin un alma mecánica que te cubra, desastre
de los años y el trato.
No me aparté de ti; nos apartaron
convenciones y usos: no era propio quererte,
y hoy pienso que otras manos te han mecido en exceso.
La superviviente – Ana María Rodas
Me habita un cementerio
me he ido haciendo vieja
aquí
al lado de mis muertos.
no necesito amigos
me da miedo querer porque he querido a muchos
y a todos los perdí en la guerra.
Me basta con mi pena.
Ella me ayuda a vivir estos amaneceres blancos
estas noches desiertas
esta cuenta incesante de las pérdidas.
Las cuatro de la madrugada – Wislawa Szymborska
Hora entre la noche y el día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.
Hora preparada para el canto del gallo.
Hora cuando la tierra nos ignora.
Hora cuando sopla el viento de astros apagados.
Hora de y-si-de-nosotros-no-quedara-nada.
Hora hueca.
Sorda, vana.
Fondo de todas las horas.
Nadie está bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas están bien a las cuatro de la madrugada
démosles la enhorabuena. Y que lleguen a las cinco,
si hemos de seguir viviendo.
Allí estoy, proyectada en la luna… – Rosa Díaz
Allí estoy, proyectada en la luna
de mi cuenta hacia atrás:
pero ya no soy yo o yo no soy ahora.
Soy una extraña mía con una risa intacta,
con una piel intacta. Confiadamente nueva
y pisando los pecados capitales.
Y allí me dejo hoy. Me dejo.
Me hago peregrina de mi acervo interior
y me recorro, me hurgo y aprendo a conocerme,
a sacarme a la luz.
Y bajo la renuncia diaria y las claudicaciones
me he dado muerte pero me he nacido.
Quiero arrastrar el claro de luna… – Clara Janés
Quiero arrastrar el claro de luna
sobre las aguas de la noche,
ser en ellas remo de plata y surcarlas,
y confundirme luego con la estrella
que despierta el dormido camino de la luz.
Quiero entonces perderme
en un nimbo lejano y envolvente,
quedar fija amando en par de lo inasible,
sin ser notada,
y permanecer así
en el desolvido del día
De un fulgor a otro – Ida Vitale
Quizás no se deba ir más lejos.
Aventurarse quizás apenas sea
desventurarse más,
alejarse un atroz infinito
del sueño al que accedemos
para irisar la vida,
como el juego de luces que encendía,
en la infancia,
el prisma de cristal,
el lago de tristeza, ciertas islas.
Sí, entre biseles citados los colores,
un fulgor anidaba sobre otro
-seda y deslumbramiento
el margen del espejo-
y aquello también era un espectro,
sabido, exacto. Centelleos ajenos
en un mundo apagado.
Como un canto sin un cuerpo visible,
un reflejo del sol creaba
una cascada un río una floresta
entre paredes áridas.
Sí, no vayamos más lejos,
quedemos junto al pájaro humilde
que tiene nido entre la buganvilia
y de cerca vigila.
Más allá sé que empieza lo sórdido,
la codicia, el estrago.
Nosotros – María Clara González
Tu olor a hombre
pasea por mi cuerpo
Tus manos ásperas
calientes
seguras
Mi abandono mi éxtasis
El tuyo
Los conejos blancos – Martha Asunción Alonso
El primer conejo blanco que recuerdo fue una cría de gorrión
que nos cayó del cielo.
Era la época de la ductilidad y el miedo a la cicatriz:
cualquier duda de fe,
la varicela o el amor, podían dejarnos marca.
Las monaguillas lo metimos, igual que en un sagrario,
entre algodones, en una caja de quesitos,
dándole de rezar migas de pan.
Según cuenta la Biblia, le crecieron las alas esa noche:
el conejo debía ver el mar y nosotras debíamos
ser solas.
Por eso nos tocó, cada verano en fiestas de nuestra adolescencia,
el cordero blanquísimo en la rifa.
Les fabricábamos biberones con botellas
de Coca-Cola. Supimos, a cambio, de la higiene
sentimental del topetazo.
Y el balido,
a trotar en la búsqueda y no apartar
el llanto cuanto ante ti degüellen lo que amas.
Devorar, caníbales en defensa propia,
devorar el dolor
crudo que nos devora.
Luego del despertar…. – José Ángel Valente
Luego del despertar
y mientras aún estabas
en las lindes del día
yo escribía palabras
sobre todo tu cuerpo.
Luego vino la noche y las borró.
Tú me reconociste sin embargo.
Entonces dije
con el aliento sólo de mi voz
idénticas palabras
sobre tu mismo cuerpo
y nunca nadie pudo más tocarlas
sin quemarse en el halo de fuego.