Segundo paje… – Francisco de Quevedo

Segundo paje diz que tienes, puta,
Y según que de puta tienes fama,
más pajes, que no pajas en la cama,
tendrás, según te muestres disoluta.

¿Por qué nos das al vulgo nueva fruta,
Pues que ya todo el mundo lo reclama,
Y eres fregona transformada en dama,
Aunque la principal te ha enviado astuta?

Vuelve, resuelve, reconoce y mira
los sodómicos jóvenes que has muerto,
al escribano, sastre y al danzante.

Y pues que mi verdad haces mentira,
no quiero flores de tan puto huerto
cogidas en creciente ni menguante.

La Destrucción – Charles Baudelaire

El demonio se agita a mi lado sin cesar;
flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento cómo quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.

A veces toma, conocedor de mi amor al arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiales pretextos hipócritas
acostumbra mi gusto a nefandos placeres.

Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, al centro
de las llanuras del hastío, profundas y desiertas,

y lanza a mis ojos, llenos de confusión,
sucias vestiduras, heridas abiertas,
¡y el aderezo sangriento de la destrucción!

Jamás – Manuel Magallanes Moure

Ante nosotros las olas
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Dice la esposa: ¿No es cierto
que nunca habrás de tornar
junto a esa mujer lejana?
Y yo contesto: ¡Jamás!

Ella pregunta: ¿No es cierto
que ya nunca volverás
a celebrar su hermosura?
Y yo contesto: ¡Jamás!

Ella interroga: ¿No es cierto
que nunca habrás de soñar
con sus fatales caricias?
Y yo respondo: ¡Jamás!

Las olas, mientras hablamos,
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Dice la esposa: ¿No es cierto
que nunca me has de olvidar
para pensar sólo en ella?
Y yo le digo: ¡Jamás!

Ella pregunta: ¿No es cierto
que ya nunca la amarás
como la amaste hasta ahora?
Y yo contesto: ¡Jamás!

Ella interroga: ¿No es cierto
que su imagen borrarás
de tu mente y de tu alma?
Y yo murmuro: ¡Jamás…!

Los dos callamos. Las olas
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Carne de mi carne – Juan Larrea

Entre lirios de falsa alarma
la insistencia de una avispa deja adivinar tu cuerpo
el ardor ahoga una presa demasiado mía para ser fingida
nodriza de dos filos sobre su lecho de convidado
el ardor deshace el nudo de la marisma viviente
donde el amor te esparce y se retira

El ancla de tu palidez se sumerge
hasta la detención de las formas es aquí
donde la lluvia se pinta de azul el corazón
y furtiva una corriente de aire
desmiente ese gesto que significa ignoro
el bello blanco que ofrezco

El ojo lava su párpado al borde confuso de la duda
y descompone tu cabeza en siete ruiseñores mórbidos
lo hay ya necesidad de apagar nuestras heridas
espacio por sí mismo se olvida para plegarse a tus alas

Palabras a la aridez – Cintio Vitier

No hay deseos ni dones
que puedan aplacarte.
Acaso tú no pidas (como la sed
o el amor) ser aplacada. La compañía
no es tu reverso arrebatador, donde tus rayos,
que se alargan asimétricos y ávidos
por la playa sola, girasen melodiosamente
como las imantadas puntas de la soledad
cuando su centro es tocado. Tú no giras
ni quieres cantar, aunque tu boca
de pronto es forzada a decir algo,
a dar una opinión sobre los árboles, a entonar en la brisa
que levemente estremece su grandioso silencio,
una canción perdida, imposible, como si fueras
la soledad, o el amor, o la sed. Pero la piedra
tirada en el fondo del pozo seco, no gira
ni canta; solamente a veces, cuando la luna baña los siglos,
echa un pequeño destello como unos ojos que se abrieran
cargados de lágrimas.

Tampoco eres
una palabra, ni tu vacío quiere ser llenado
con palabras, por más que a ratos ellas
amen tus guiños lívidos, se enciendan como espinas
en un desértico fuego,
quieran ser el árbol fulminado,
la desolación del horno, el fortín hosco y puro.
No, yo conozco
tus huraños deseos, tus disfraces. No he de confundirte
con los jardines de piedras ni los festivales
sin fin de la palabra. No la injurio por eso. Pero tú no eres ella,
sino algo que la palabra no conoce,
y aunque de ti se sirva, como ahora, en mí, para aliviar
el peso de los días, tú le vuelves la espalda,
le das el pecho amargo, la miras como a extraña, la atraviesas
sin saber su consistencia ni su gloria. La vacías.
No se puede decir lo que tú haces
porque tu esencia no es decir ni hacer. Antigua,
estás, al fondo, y yo te miro.

Todo lo que existe pide algo.
La mano suplicante es la sustancia de los soles
y las bestias; y de la criatura que en el medio
es el mayor escándalo. Sólo tú,
aridez,
no avanzas ni retrocedes,
no subes ni bajas,
no pides ni das, piedra calcinada,
hoguera en la luz del mediodía,
espina partida,
montón de cal que vi de niño
reverberando en el vacío de la finca,
velándome la vida, fondo de mi alma, ardiendo siempre,
diurna, pálida, implacable,
al final de todo.

Y no hay reposo para ti,
única almohada
donde puede mi cabeza reposar. Y yo me vuelvo
de las alucinantes esperanzas
que son una sola,
de los actos infinitos del amor
que son uno solo,
de las velocísimas palabras devorándome
que son una sola,
despegado eternamente de mí mismo,
a tu seno indecible, ignorándolo todo,
a tu rostro sin rasgos, a tu salvaje flor,
amada mía.

Los Cuervos – Janet Frame

Temprano en la mañana el pasto es una espiral de azul humeante.
Las sombras jorobadas se derriten. La cera oscura
escurre del cielo y yace al pie de los árboles
absorbiendo la cálida impresión del sol.
La cosecha es luz. El invierno, rata que invade
el silo, roerá la semilla dorada.

Imagino que el fervor de las hojas por vivir
ha transformado a muchas mariposas y palomillas color paja
firmando aún su condena con su pasión por la luz,
aleteando como quienes enterrados en vida buscan salir de la tumba.

Los cuervos se ahogan con su propio graznido salvaje.

Quisiera tener varias sonrisas de recambio – Concha Méndez

Quisiera tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme…

Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil maniobra, la caricia del daño.

Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final… el lavarse tan tranquilos las manos.