El olvido – Idea Vilariño

Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.

Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos...

Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.

Oda del dolor – Carlos Edmundo de Ory

Cuando estos labios míos pegados a la luna		
dejen ya de ser poma voz de arena y misterio		
bailaré como un ángel sabe solo bailar		
¿Qué hago aquí tanto tiempo? Gran deshollinador		
Sobre esta luz dorada del día me lamento		
¿A quién debo ofrecer el manto de mis llantos?		
¿A quién la lamedura que me lacra la voz?		
Dolor cuando tú pisas los párpados del hombre		
Extraño corazón con una espada en medio		
Nadie sabe decir por qué vuelan los pájaros		
muy por encima de nuestra frente mortal		
Alguien puede mirarme yo le enseño mis dedos		
Diez dedos ¿por qué diez? Manos son dos		
Una escribe una carta a un niño triste		
La otra mano espera siempre espera		
El pecho que respira y sangra es		
el futuro tambor del topo abajo		
¿Qué hago yo aquí más tiempo me pregunto		
borracho de salud y borracho de muerte?

Elegía para decirme – Carilda Oliver Labra

Yo le recuerdo aquí: donde me duele
el color que le trajo a mi esperanza;
y le recuerdo aquí porque soy triste
y ya no puedo echarme entre sus lágrimas.

¿Qué corazón saldría de este insomnio
si yo supiera ser una muchacha;
si no me pareciera tanto a mis ojeras,
ni a esta tarde de invierno, así doblada!

Pero me acuerdo aquí de que anda lejos
el que vivió a la vuelta de mi espalda.
Me acuerdo de su nombre perezoso
que casi no quería ser palabra.
Me acuerdo de su risa mal abierta
riñéndole por dentro a la mirada,
y de su frente que crecía;
y de su voz inútil como el alba
y de un secreto que quedó inconcluso
aquel domingo en que amó la nada.

¿Qué corazón saldría de este insomnio
si yo supiera ser una muchacha!
Pero me duele aquí, donde me canso,
aquel hombre agobiado por crisálidas.
Pero me duele aquí, donde soy sola,
esta verdad metida entre dos alas.
Qué corazón saldría de este insomnio...

Pero soy todo el blanco que se acaba,
y no me porto bien con la alegría
por lo que traigo al sur de mi garganta.

Las afueras – Jaime Gil de Biedma

            I
La noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde luces iguales
un alto muro de ventanas vela.
Carne a solas insomne, cuerpos
como la mano cercenada yacen,
se asoman, buscan el amor del aire
-y la brasa que apuran ilumina
ojos donde no duerme
la ansiedad, la infinita esperanza con que aflige
la noche cuando vuelve.

            II
¿Quién? Quién es el dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está presente
que duerme en las afueras.

Las afueras son grandes,
abrigadas, profundas.
Lo sé pero, no hay quién
me sepa decir más?

Están casi a la mano
y anochece el camino
sin decimos en dónde
querríamos dormir.

Pasa el viento. Le llamo?

Si subiera al salón
familiar del octubre
el templado silencio
se aterraría.

Y quizá me asustara
yo también si él me dice
irreparablemente
quién duerme en las afueras.

            III
Ciudad
            ya tan lejana!

Lejana junto al mar: tardes de puerto
y desamparo errante de los muelles.
Se obstinarán crecientes las mareas
por las horas de allá.

Y serán un rumor,
un pálpito que puja endormeciéndose:
cuando asoman las luces de la noche
sobre el mar.

Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.

A veces ola y otra vez silencio.

Échale a él la culpa – Vicente Gallego

                     A José María Álvarez y Carmen Marí


Hoy te has ido de fiesta con amigas,		
y sin que tú lo sepas me regalas		
un tiempo de estar solo que ya empieza		
a ser raro en mi vida, un tiempo útil		
para intentar pensar en ti como si fueras		
lo que siempre debiste seguir siendo		
cuando pensaba en ti: aquella persona,		
en todo semejante a cualquier otra,		
que una noche lejana tuvo el gesto		
generoso y extraño de entregarme su amor.		
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías		
ridículos del otro, en implacables jueces		
que condenan sin pruebas y comparten		
sus estúpidas penas con el reo.		
El amor nos confunde y trata ahora		
de que vea en tu fiesta una traición.		

Por huir de esa trampa me amenazo		
con los nombres que cuadran al que en ella se enreda:		
egoísta, ridículo, inseguro, celoso...		
Y como un ejercicio de humildad pienso en ti		
divirtiéndote sola: te imagino bailando		
y mirando a otros hombres;		
al calor del alcohol		
confiesas a una amiga algunas cosas		
que te irritan de mí sin que yo lo sospeche,		
y por unos instantes saboreas		
una vida distinta que esta noche te tienta		
porque eres humana, aunque no me haga gracia.		

Ahora caigo en la cuenta de que dudas		
como yo dudo a veces, y que también te aburres,		
y que incluso algún día habrás soñado		
follar como una loca con el tipo que anuncia		
la colonia de moda.		
Para calmarme un poco		
tras la última idea, yo me digo		
que el amor es un juego donde cuentan		
mucho más los faroles que las cartas,		
y procuro ponerme razonable,		
pensar que es más hermoso que me quieras		
porque existen las fiestas, y las dudas,		
y los cuerpos de anuncio de colonia.		
Lo que quiero que sepas es que entiendo		
mejor de lo que piensas ciertas cosas,		
que soy tu semejante, que he pensado besarte		
cuando llegues a casa; y que es el amor		
—ese tipo grotesco y marrullero—		
el que va a hacerte daño con palabras		
absurdas de reproche cuando vuelvas,		
porque ya estás tardando, mala puta.

La noche salada en tus ingles – Jorge Riechmann

                    1

Arcilla roja soy en las manos inquisitivas del dolor.		
Me hacen sentir la tormenta inmóvil de su fuerza		
tan delicadamente, sin quebrarme.		
Acaso
reservan mi sangre para otras fiestas de más hermosa agonía		

o acaso sufrir es sólo el peor engaño,		
la mentira incurable		
que para mejor clavar las manos taladradas		
arranca el clavo.		


                    2

Fuera la alegría finísimo cuchillo		
que separase mi carne fibra a fibra		
siguiendo cada hilo hasta su origen secreto		
desenredando cada turbio ovillo de dolor		

y ondeara luego nuestro así sobrecuerpo		
como una gloriosa cabellera agónica		
libre a todo viento sensible a todo sol.		


                    3

Bello como el		
suicidio. Solamente		
después, hermana, de amarte		
—mendaz como quienes sustituyen		
el pensamiento haciéndose por una frase hecha		
iba a decir: ángel negro,		
cuando tu vida entera es una explosión blanca,		
blanca violencia tu cuerpo		
de diosa degollada,		
blanco sacrificio tu rebelión		
inerme y cotidiana y absoluta—		
sólo después de lamer la noche salada en tus ingles		
he entendido la imagen.		


                    4

A las pruebas de la muerte sucedieron		
los hermosos dientes de la California.		

«Es raro» me dijo		
«que no llores nunca y no sientas		
tal carencia como mutilación».		
Ella arrojó los dados fracturantes:		
no volví a despertar.

Signos – Gioconda Belli

            Es el amor; tendré que ocultarme o huir.
                                      Jorge Luis Borges


Lento,
violento,
rumoroso
temblor
de hojas
en la intrincada selva de mis espinas.
Invasión de ternura en los huesos.
Ola dulce de agua
reventándome en el fondo del pecho,
encrespándose
y volviendo a extenderse
espuma
sobre mi corazón.

Es el amor con su viento cálido,
lamiendo insistente la playa sola de mi noche.
Es el amor con su largo ropaje de algas,
enredándome el nombre, el juicio, los imposibles.
Es el amor salitre, húmedo,
descargándose contra la roca de mi ayer impávida dureza.
Es la marea subiendo lentamente
las esquinas de piedra de mis manos.
Es el espacio con su frío
y el vientre de mi madre palpitando su vida en el silencio.
Es el grupo de árboles en el atardecer,
el ocaso rojo de azul,
la luna colgada como fruta en el cielo.
Es el miedo terrible,
el pavor de abrir la puerta
y unirse a la caravana
de estrellas persiguiendo la luz
como nocturnas, erráticas mariposas.
Es la tiniebla absoluta
o la más terrible y blanca nova del Universo.
Es tu voz como soplo
o el ruido de días ignorando los rumbos de tu existencia.

Es esa palabra conjuro de todas las magias,
látigo sobre mi espalda tendida a filo del sol,
desencajando el tiempo con sus letras recónditas,
desprendida del azar y de la lógica,
loca palabra, espada,
torbellino revolviéndome tibias memorias
apaciblemente guardadas en el desván de los sueños,
estatuas que de pronto se levantan y hablan,
duendes morados saliendo de todas las flores,
silbando música de tambor de guerra,
terribles con sus largos zapatos puntudos,
burlándose de mí
que, inútilmente,
cavo tenaz, enfurecida, incapaz,
llorando en mi espanto,
esta  ̇última trinchera.

Señales y profecías – Gloria Gil

De dónde vienes, en quién te encuentras,
cuál es tu plato de la balanza,
¿sobrevives de viento o de tierra?

Qué ramo de perspectivas es el que estás manejando,
qué cimiento juega a ruina,
qué trampa de trébol deshojado.

Cuándo será la venida, el llano,
en qué hora has de esperar con tu lámpara encendida,
en qué camino sales a su encuentro,
con qué dios, dime si lo sabes,
con qué dios estamos apostando.