Archivo de la categoría: Poesia española

Hastío – Juan José Domenchina

 Hastío -pajarraco		
de mis horas-. ¡Hastío!		
Te ofrendo mi futuro.		

A trueque de los ocios		
turbios que me regalas,		
mi porvenir es tuyo.		

No aguzaré las ramas		
de mi intelecto, grave.		
No forzaré mis músculos.		

¡Como un dios, a la sombra		
de mis actos -en germen,		
sin realidad-, desnudo!		

¡Como un dios -indolencia		
comprensiva-, en la cumbre		
rosada de mi orgullo!		

¡Como un dios, solo y triste!		
¡Como un dios, triste y solo!		
¡Como un dios, solo y único!

REINA DE LAS NIEVES – Vanesa Pérez-Sauquillo

A solas con mis infidelidades
miro cómo mis manos
se transforman
en ese mar de hielo
inhóspito
que temo
que temo que me toque
ancho y estéril
todo el cuerpo
miro como mis ojos ya ven la realidad
a través de esa escarcha
finalmente cumplida
y toda yo soy vidrio
de promesas en grietas
contemplando mi propia
transparencia

Soledad en la muerte – José María Pemán

Hay que morir sin compañía...		
Esposa mía y compañera:		
tuya es mi vida toda entera,		
¡pero mi muerte es sólo mía!		

Toda la gracia del vivir		
te di con mano generosa:		
pero el cogollo de la rosa		
no lo podemos compartir.		

Tienes la vida y la verdad		
del compañero y del amigo.		
Pero aquel día... ¡yo conmigo		
en mi infinita soledad!		

Dos almas tienen sólo un Dios		
y dos estrellas sólo un cielo.		
Dos vidas viven un anhelo		
¡pero no hay muertes para dos!		

Por esa puerta no entrarás.		
En esa senda no serás		
ya mi consuelo y mi maestra.		
Toda mi vida ha sido nuestra.		
¡Mi muerte es mía, nada más!

 

tú que también escupes secretamente… – Vanesa Pérez-Sauquillo

tú que también escupes secretamente
en el abrigo que escogió tu corazón
y desconoces el porqué de lo elegido en sangre.
No busques el sentido de este libro.

Tú tampoco quisiste ser pastor
ni le has dado comida a lo lejano.

No me pidas un arma.
Mi dedo no señala. Tan solo
nos dibuja en la saliva.

Canto a la felicidad – Juan Gil-Albert

A veces en el fondo de mi alma		
bulle una antigua fe resplandeciente,		
como un grumo de púrpura extendido		
tiñe mi corazón y de ese gozo		
sube a mi faz con fértiles destellos		
una espléndida sombra de tristeza.		
Minutos cual suspiros, leve tiempo		
que nadie ve pasar, aquí se siente		
como una verde espada que se templa		
en la carne gentil de la poesía.		
¿Será verdad que el mundo está rodando		
en sus inexorables fuerzas ciegas?		
¿Que hay lastimeros ayes, que hay matanzas		
en los oscuros días de los hombres?		
¿Por qué yo pues me siento redimido		
y esta alegre tensión de mis entrañas		
hace ascender dichosa hasta mis labios		
una dorada espuma? Viejos monstruos,		
destructoras legiones de infortunio,		
espíritus aciagos que pretenden		
sellar al hombre dulce como bestia		
sometido a la paz de su rebaño:		
Doblad ante mi júbilo indefenso		
vuestra horrenda cerviz, llorad al menos		
vuestra insana impotencia rebelada,		
cuando no habéis podido aniquilarme,		
y cual nocturno beso del rocío		
hace brillar la tierra entre cendales		
de tenebrosos sueños, un ser puede,		
con sólo abrir sus labios encantados,		
hacer brotar de sí la dicha ajena.

Capricho – Antonio Carvajal

Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el nombre del amor;
la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en el canto
primero que hizo al sol;
la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;
la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio nido,
para el sollozo flor.
Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble halló una pluma,
rebelde un corazón:
no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el secreto
con risas en la voz.

Cuando los mensajeros – Pablo García Baena

Cuando los mensajeros golpeen los postigos
y su voz, a través de la vieja madera,
penetre como un viento de música y de plata,
oh corazón, no temas, no tiembles, amor mío.
Un soplo de destino apagará la llama entre los labios
y en las barcas de estío los floridos remeros callarán para siempre.
La mano, entre las cuerdas de nobles instrumentos,
quedará y la canción, pájaro inacabado,
buscará nido en las brillantes gemas solitarias
de los desnudos cuerpos pulidos al aliento del mar y de los astros,
quietos y deslumbrantes como árboles de mármol
donde una fruta dulce y venenosa se pudre lentamente.
Yacerán sepultados en bancales de olvido
la balanza sutil del orfebre y la brújula
que guía por el sueño la flota misteriosa
y el atril y los báculos, la tralla y los arneses,
silenciosos testigos de unas sombras extintas.
Y el rubí como un diente de sangre clavado en la garganta
y el vaso que derrama el hechizo del vino
y el azul brazalete como pámpano enroscado a la carne,
el punzón y los búcaros.
Lo que un día tuvo el fuego de un instante,
eternidad proclama.
Oh corazón, oh amor, amor mío que tiemblas
solitario al rumbor del bosque que respira,
no temas.
Las puertas con su triple candado están cerradas
y aún hay vida en mis manos. Duerme dulce
hasta, que un alba púrpura selle de polvo el labio y nos lleve
flotando a los altos sitiales.