Archivo de la categoría: Poesia española

Edifícame en piedra – Mariluz Escribano

Si mi voz no te alcanza
ahora que estás dormido,
recréame en el mundo
de tus mágicos sueños.
Olvida cómo soy,
edifícame en piedra
para que así tu puedas
vivirme eternamente.

Inscrita en tu memoria
por los siglos seré
amor indestructible,
inamovible roca enamorada y alta.

Si mi voz no te alcanza
puesto que estás dormido,
déjalo para luego.
Soy tan frágil ahora
que la lluvia me hiere.
Edifícame en piedra,
suéñame inalterable.

Cantar – Gabriel Celaya

Perdido entre las cosas		
mi corazón, mi corazón		
que toma el nuevo nombre		
de cada nuevo amor.		

Una sonrisa basta,		
un jazmín, un color		
para llevarse entero		
mi corazón, mi corazón.		

El mundo en vilo viene		
a ser en mi canción,		
a ser él mismo siendo		
en mí que ya no soy.		

¡Oh pasos en la nada!		
Mi corazón, mi corazón		
diciendo los mil nombres		
y olvidando mi voz.		

¡Oh tú, que yo recreo		
más puro en la canción,		
que ya no eres tú mismo		
como yo no soy yo!		

Se me va, peregrino,		
mi corazón, mi corazón,		
pero me queda, eterno,		
el hijo de mi amor.

Fecha de caducidad – Aurora Luque

Con el traje de junio		
la vida se mostraba casi dócil		
entre toallas verdes y amarillas		
y lycra luminosa compartiendo		
fronteras con la piel. Olor a mar templado		
y la pereza cómplice		
de olas y bañistas: era propicio hundirse		
en esas lentejuelas soleadas del agua		
o en las selvas pintadas sobre los bañadores,		
desmenuzar el velo finísimo de sal		
de unos hombros cercanos		
y posponer la noche y su aventura.		
Parecía la vida un puro litoral		
pero avanzó una sombra:		
al borrar con saliva la sal de la mañana		
pude ver la inscripción junto al omóplato:		
FRUTA PERECEDERA. Consumir		
de preferencia ahora. El producto se altera fácilmente,		
antes que los deseos. No se admiten		
reclamaciones.

Ha venido el otoño – Mariluz Escribano

Ha venido el otoño, ¿lo recuerdas?
Madre, ¿te acuerdas del otoño?:
últimas rosas de la Huerta,
los álamos dorados, aquel prado,
la lluvia en la ventana, los silencios
aislándonos del mundo y sus quehaceres,
la voz del vendedor que se perdía
dolorida y cansada
en la grisura azul del patio
entre las voces blancas de las niñas
que jugaban al corro:
«A la flor del romero,
romero verde...
Si el romero se seca
ya no florece...».
Madre, no sé si lo recuerdas.

Este mínimo sol que te acompaña,… – María Sanz

Este mínimo sol que te acompaña,
su manto desvaído,
recubrió tu tenaz melancolía
hace ya muchas tardes, muchos versos.
Entiendes asimismo la presencia
de la rama desnuda y su naufragio
a orillas de un invierno sin salida,
igual que ese abandono
donde la lluvia nace
y enluta su temblor recién caído.
Pero este sol, atado a tu costumbre,
decide en solitario
el modo de llegarte
hasta abrirse por ti, crear memoria
de cuanto iluminabas
hace ya muchos días, muchos sueños.
Nada explica tu suerte.
Hay ausencias que acogen, hay vacíos
llenando la razón hasta perderla.
Pero este sol de ayer, acompañante
de tus mañanas grises,
deja sangrar despacio,
consigue que ya seas lo que sientes. 

LA TROVA – PATRICIO DE LA ESCOSURA

En sucio y estrecho paraje y oscuro,
ardiendo en el centro su medio pinar,
sentados en torno del fétido muro,
como diez soldados se pueden contar.

Un hombre con ellos de pardo vestido,
hercúleas las formas, de rostro brutal,
los ojos de tigre, mirando torcido:
parece ministro del genio del mal.

Al par de aquel hombre, se ve suspirando
el rostro de un niño, de un ángel de luz:
verdugo, el primero que estamos mirando;
el otro es el bulto del negro capuz.

«Que cante, que cante», le mandan a coro
las férreas figuras que en torno se ven.
Lanzando un bramido terrible, cual toro,
«Que cante», el verdugo repite también.

Quisiera el mancebo, primero que al canto,
dar rienda a la pena, que muere de afán:
mas fuerza le manda, y enjuga su llanto,
y canta, y de muerte sus cantos serán.