El llanto de los puentes no es el río,
no es la vena que enhebra el ojo hundido
del paso de los hombres.
El llanto de los puentes
es un llanto de piedra silencioso
que sus paredes celan.
Este puente se amasa en llanto oscuro.
Cien esponjas se embeben
de ese llanto cautivo, corazones
de cien niños tapiados
a cal y canto para propiciar
la carrera del sol
con su sangre secreta.
Cien espinas de infantes apuntalan
la iglesia encastillada en la colina
como un quebrantahuesos.
Amantes, pisad quedo; laúd, refrena
tu son enamorado:
esta piedra nos dice un canto sordo
que el agua sabe y las campanas callan.
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Mano – Miguel Ángel Velasco
Miro tu mano quieta
sobre mi pecho,
tan tímida que apenas se diría
que ha crepitado al roce
de una espuma nocturna, que muy dócil
se somete a esa música
precisa de la sangre, y que un arder
aún más de álgida fiebre ya le pulsa
su racha de coral en otra atmósfera.
Quién lo diría de este manso lirio,
que tu mano de luz se sueña estrella
abriéndose de noche, una bengala
en fuga del arrullo y la caricia.
Ánima de cañón – Miguel Ángel Velasco
¿Qué será cuando el día se congele
con la detonación de nuestra carga
en el hueco del tiempo?
¿Cuando nos engatille
la del cuerpo mayor,
la fusilera Hécate,
con la espingarda de la luna
en desvelo de caza,
de la que ser su blanco;
o a contraluz de un sol que se comprima
en una carabina, en su mirilla,
y al fondo nuestra liebre, un punto trémulo
del túnel frío que se estreche en nada?
¿Saldrá el alma
soñándose fogueo, en expansión
reversible su posta, hacia una luz
que nos funda en su seno?
¿Se alzará en perdigones, loco polen
de plomo y extrañeza,
al encuentro del cáliz de la noche?
¿O quedará sin más amartillada,
de este lado el tímpano,
soldada a su calibre,
sin dar siquiera un humo leve el ánima?
Los adioses – Miguel Ángel Velasco
Benditos los pañuelos que aún ondean
en la estela del tiempo, en su ser puros
del paño fiel de lo que somos, llama
que un instante se agita
en el aire del ansia, en extensión
de la caricia en vilo del arder
en sajadura, flámula
ávida y trémula
de que otra llama hermana, hermana blanca,
en lontananza a su tremor responda,
a su tremor de acaso, a su prenderse
a la esperanza en ascua de otra vez.
Llama que adelgaza en fina herida
de la distancia abierta, del rasgarse
las telas lígrimas del corazón
en lo cortante del quedar, partirse
el corazón en pena,
en pena ausente de volverse estatua
de sal el alma por mor de amor.
Mientras duermes te miro… – Irene Sánchez Carrón
Mientras duermes te miro.
Me recuerdas
el frío de las fuentes en los labios,
el prado debajo de la espalda,
la indescifrable danza de las nubes,
el dulce sabor de diminutos dedos en la masa,
la tierra en las uñas,
los pies mojados en los charcos,
los bolsillos repletos.
Contigo junto a mí
los días recobran la suave textura de la cera
y repiten mil veces el amanecer.
Contigo junto a mí
veo pasar de largo la tristeza.
El humo del cigarro – Miguel Ángel Velasco
Miras a contraluz el suelto hilo
que se devana en fáciles volutas.
Y en esa transparente arquitectura
reconoces un ritmo, el equilibrio
de una danza precisa.
Y te dices que el humo tiene un orden,
un concertado pulso que edifica
su liviana columna.
El mismo que gobierna
la rotación de antiguas nebulosas,
el latido puntual de las mareas
y el de tu corazón, desafiando
el peso de la tierra.
Se consume la brasa,
pero pende el denodado estambre
al rizo de su vuelo, y multiplica
en la sutura de las altas pérgolas
esa ufana corola necesaria.
Lo que nunca será de la ceniza.
El poeta aguarda, impaciente, la llegada de alguna musa – Irene Sánchez Carrón
(Estudio de escritor. Mesa de gran tamaño. Estanterías llenas de libros.
Puerta al fondo entreabierta. El personaje camina de un lado a otro del escenario.)
Que alguien recomponga los jarrones
rebosantes de rosas.
Necesito más luz
sobre el brazo desnudo que ahora escribe.
Los libros, que se vean desde todos los ángulos.
Unas hojas tiradas por el suelo pueden
crear ambiente.
Si es posible,
que caiga por completo la noche.
Una luna entre nubes
podría sugerir un halo de misterio.
En la calle
que parezca que la lluvia ha caído.
Ella entrará por la puerta del fondo.
Traerá el cabello húmedo -podría haber un fuego
donde secarlo lenta, muy lentamente-.
No hablará.
No hablaré.
El silencio es lo más apropiado.
No elevaré los ojos para verla
hasta pasado un rato.
Ella irá hacia las rosas con aire ensimismado
y mirará la luna caminar por mi cielo.
Necesito más luz sobre mi mano.
Necesito más luz sobre las rosas
y un fuego y una luna y un cielo
antes de que ella llegue.
Y que haya llovido.
Carpe Diem para un amante indeciso – Irene Sánchez Carrón
Tómame ahora que aún es temprano
Juana de Ibarbourou
No entiendo tus palabras
ni los goces que ofreces
siempre para más tarde,
siempre un poco más lejos,
como una cena fría
tras el castigo impuesto.
Sólo sé dar razón de aquí,
de este momento,
de tus labios frutales
saliendo del invierno,
de mis manos hambrientas
rebuscando en el fuego,
del sabor de tu espalda
cuando empieza el deshielo.
Gocemos todo aquí,
si puede ser ahora,
lo presente y concreto,
lo seguro y lo cierto,
los placeres del alma
con el cuerpo.
No entiendo tu lenguaje
de promesas al viento.
Sólo quiero saber:
¿te quedarás más tiempo?
La cerradura del amor – Francisco Brines
Soluciona la noche con monedas:
pagas así la cama.
Mas aquello por lo que tanto dieras
(o quizás dieras poco):
la promesa del cielo (que es lo eterno)
o esta vida final (el desengaño),
por el amor lo dieras casi todo.
Mas si lo ves venir aguarda altivo
porque el don que te llega lo mereces.
No le opongas dureza, mas que llame
a la puerta cerrada. No te fíes
de la belleza de un semblante joven,
y escruta su mirada con la tuya;
ayude la experiencia de los años
para tocar el alma. Si algo sabes
debe servirte mucho en esas horas.
Puede que, a quien esperas, le despidas,
y te quedes más solo.
Mas el amor no pagues con monedas,
no mendigues aquello que mereces.
Los sinónimos – Francisco Brines
Más allá de la luz está la sombra
y detrás de la sombra no habrá luz
ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
O no le llames nada.
Como si nada hubiera sucedido.