Solo me queda el corazón. Palabras
ya no me bastan. Sobra el pensamiento.
Solo me queda el corazón, más grande,
cada vez más amargo y más sediento.
Hablo con él, le digo: ten cuidado,
te has lastimado muchas veces. Pero
yo bien sé que me puede y que se crece
con cada asombro y cada desaliento.
He nacido con él y no hago nada
por emerger en otro clima. Pendo
como la luna más desamparada
en un vaivén de luces y de vientos.
Voy buscando señales en los ojos,
en las calles aparco mi desvelo,
me arrimo por las sombras de otras voces
y cuelgo mi pregunta en los aleros.
Cuando llega una tarde como estas,
una tarde sin prisa ni deseos,
una tarde de pena, una de tantas
tardes oscuras del aburrimiento,
puedo oírlo mejor. Late despacio,
tremendamente solitario. Puedo
sentir el corazón en cada vena,
está casi en la punta de los dedos.
Casi puede romperse de tan frágil,
de tan crecido casi escapa. Quepo
mejor yo en él que en mí cabe el latido…
¡Le viene grande el corazón al cuerpo!
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Resistencia al cálculo – Raquel Lanseros
Un silencio fecundo de rugidos
acompaña la tarde litoral y nubosa.
Es una playa ilesa del Pacifico.
Manzanillos de agua, heliconias gigantes
meciéndose en la brisa embriagada de nubes.
De repente, el milagro:
dos papagayos rojos
rebasan el umbral de lo posible.
Justo en ese momento
yo soy marinero de la Santa María
mirando Guanahani desde el mástil.
Yo soy Keats descubriendo
el Homero de Chapman.
Gagarin comprendiendo
la soledad helada del espacio.
Tenochtitlán, Numancia,
Troya llorando a Héctor,
un órdago de Dios,
Edmund Dantès al viento.
Soy el roce de dos ramas resecas
que encendieron un fuego primitivo.
Es fácil de entender si sales de tu nombre.
En la Tierra el misterio.
Yo he venido
a ser ola a la vez que miro el mar.
Volver – Jaime Gil de Biedma
Mi recuerdo eran imágenes,
en el instante, de ti:
esa expresión y un matiz
de los ojos, algo suave.
en la inflexión de tu voz,
y tus bostezos furtivos
de lebrel que ha maldormido
la noche en mi habitación.
Volver, pasados los años,
hacia la felicidad
—para verse y recordar
que yo también he cambiado.
Ojalá yo con sus ojos… – Paula Fuentes
Ojalá yo con sus ojos
y esa forma de capturar
lo invisible.
Ojalá yo en su piel
sintiendo como
se me eriza el alma
en cada disparo.
Ojalá yo, sin él
siendo capaz.
Cuestión de instrumento – Antonio Gamoneda
Ustedes saben ya que una sartén
da un sonido a madre por el hierro
y yo sé que una celesta
suena a tierra feliz, pero si ustedes
tienen a su madre en el fregadero,
no toquen, por favor, la celesta.
Yo bien podría. Comprueben
la densidad y transparencia:
“Si pudiera tener su nacimiento
en los ojos la música, sería
en los tuyos. El tiempo sonaría
a tensa oscuridad, a mundo lento”.
Lo escribí yo con estas mismas manos
pero no lo escribí con la misma conciencia.
Amo las bolsas de las madres.
Veo:
No hay dignidad sobre la tierra
como el cansancio sin pagar,
el rostro
aplastado,
la desesperación que no habla.
Dejen ustedes. Mi canto está mal hecho
como esta verdad, que está mal hecha.
Hagan ustedes la verdad mejor.
Hablaremos después aunque ya es tarde.
EDAD, edad, tus venenosos líquidos… – Antonio Gamoneda
EDAD, edad, tus venenosos líquidos.
Edad, edad, tus animales blancos.
Epitafio para la tumba de un poeta – José Hierro
Toqué la creación con mi frente.
Sentí la creación en mi alma.
Las olas me llamaron a lo hondo.
Y luego se cerraron las aguas.
A dos y muchas más voces – Carlos Álvarez
1
Un día tendrá mi pueblo
—un día que sueño cercano—
la claridad en sus ojos…
la libertad en sus manos.
2
Cuando vuele la paloma
sobre la paz de los trigos
la tierra será caliente
como el cantar de un amigo.
Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes… – Blanca Andreu
Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes,
qué silencio crecido en un secreto como las ramas y
las catedrales
cuando la música de marzo tiene la verdad a sus pies.
Qué estaciones donde nada hay y ningún mensajero recuerda
aquella música lejana, aquellos ojos que brillan en la
oscuridad
como dos animales vivos.
Sobre la niebla, entonces, propagaba su pensamiento
y relaciones y analogías relucían semejantes a peces,
recuerdos refulgiendo sobre el lomo del mar, huraños
pasillos de la memoria, entonces -los últimos
sentimientos, negros como la sombra en la bodega,
se saben todavía mal interpretados -qué astrolabio
y qué brújula, qué viento del noroeste
para el sombrío capitán Elphistone, para su mirada
cuando saluda a las constelaciones, el Boyero y las
Cabrillas
contra el incendio de las tempestades
o bien qué mueca definitivamente fría como un hueso.
DEL PROPIO SER – MARÍA SANZ
Es la segunda vez.
Como temblor de muerte,
azul de despedida,
sendero para un viento que destierra.
Ausencia y abandono
del propio ser. Locura sosegada
moviendo sus océanos.
Como ráfaga eterna,
como alas de mármol,
final para volver, ya sin principio.
Es la segunda vez que nace el cuerpo.