Me llamas Reina
y yo me río
y se alegra la tristeza
del trigo,
rey mío.
Archivos Mensuales: noviembre 2015
Rima XXXVIII – Gustavo Adolfo Bécquer
Los suspiros son aire, y van al aire.
Las lágrimas son agua, y van al mar.
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
¿sabes tú adónde va?
Horror 69 – Efraín Huerta
¡Con
Espanto
Acabo
De
Descubrir
Que
El quetzal
Pertenece
A la
Familia
De los
Trogonidas!
Los sinónimos – Francisco Brines
Más allá de la luz está la sombra
y detrás de la sombra no habrá luz
ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
O no le llames nada.
Como si nada hubiera sucedido.
Amor, amor, catástrofe del mundo – Antonio Hernández
El amor es una campana un segundo después
de ser tañida. Luego, se extiende el beso
por la luz, anida en ella, por ella
se proyecta en el aire igual que si salvara.
Y así se nos engaña a pesar de la flecha
que ha atravesado nuestro corazón.
Haiku 5 – Mario Benedetti
invierno invierno
el invierno me gusta
si hace calor
La tigresa – Charles Bukowski
terribles discusiones.
y, al cabo, tranquilamente tumbado
en su amplia cama
que tiene una
colcha roja con bonitos dibujos de flores,
la cabeza el vientre hacia abajo
la cabeza ladeada
rociado por la luz que deja pasar la persiana
mientras ella se baña en silencio en la
otra habitación,
es superior a mis fuerzas,
como la mayoría de las cosas,
escucho música clásica en la pequeña radio,
ella se baña, oigo el chapoteo en el agua.
Paseo II – Efraín Huerta
No
Me tardo
Voy a dar
Una vuelta
Alrededor
De
Mi
Muerte
……
El dolor – Francisco Brines
La niña,
con los ojos dichosos,
iba -rodeada
de luz, su sombra por las viñas-
a la mar.
Le cantaban los labios,
su corazón pequeño le batía.
Los aires de las olas
volaban su cabello.
Un hombre, tras las dunas,
sentado estaba,
al acecho del mar.
Reconocía la miseria humana
en el gemido de las olas,
la condición reclusa de los vivos
aullando de dolor,
de soledad, ante un destino ciego.
Absorto las veía
llegar del horizonte, eran
el profundo cansancio del tiempo.
Oyó, sobre la arena,
el rumor de unos pies
detenidos.
Ladeó la cabeza, pesadamente
volvió los ojos:
la sombría visión que imaginara
viró con él, todavía prendida,
con esfuerzo.
y el joven vio que el rostro
de la niña
envejecía misteriosamente.
Con ojos abrasados
miró hacia el mar: las aguas
eran fragor, ruina.
Y humillado vio un cielo
que, sin aves, estallaba de luz.
Dentro le dolía una sombra
muy vasta y fría.
Sintió en la frente un fuego:
con tristeza se supo
de un linaje de esclavos.
Hubo un tiempo… – Ana Rossetti
Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso temido y anhelado.
Un roce furtivo, premeditado, reelaborado durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz, corregida mil
veces, que jamás llegaría a su destino.
Una incesante y tiránica inquietud.
Un galopar repentino del corazón ingobernable.
Un continuo batallar contra la despiadada infalibilidad
de los espejos.
Una íntima dificultad para distinguir la congoja del
júbilo.
Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.