Dime – Alfonsina Storni

DIME al oído la palabra dulce;
Camoatí zumbador,
Las letras que se asomen a tus labios
Han de oler a malvón,
Y empacarán insectos en el rojo
Panal del corazón.
Dime al oído la palabra tenue,
Gasa, bruma, vapor...
Fineza de sus signos como leves
Alas de mariposa en la tensión
Del vuelo recto. Peligrosa tela
Urdida en los telares del amor.
Ay, que en los finos hilos de la malla,
Puede morir sin aire el corazón.
Dime al oído de palabras todas
La palabra mejor.
Si puedes, que se escurra de los labios
Modulada sin voz.
Música, de tu boca a mis oídos
Todas palabras son.
Música que adormece bajo el fino,
Rubio vellón,
De los cabellos de la primavera:
Gracia y olor.

Poema de amor desesperado – Silvina Ocampo

Todas, todas las tardes con su fases,
alucinantes y ceremoniosas,
con sus reinos de nubes ingeniosas
lejos de tu presencia son falaces
y fatuas y espantosas.

Las vi con pena, pero atentamente,
como en las galerías, mal pintadas,
se ven sobre las telas arrumbadas,
las guirnaldas, las frutas y la fuente
con flores nacaradas.

Las vi en la circular paz de las plazas
donde los árboles escrupulosos
elevan sus follajes venturosos
ocultando en los muros de las casas
balcones tenebrosos.

En vano las he visto y demasiado
a través del cristal enrojecido
de las ventanas, o en un desvalido
jardín entre las rejas olvidado
como un niño perdido;

debajo de los plátanos dorados
las vi aspirando en la fragancia pura
del follaje esa insólita amargura
que sólo han de sentir los desterrados
con igual desventura.

Cuando elevan los vientos sus murallas
nocturnas en el agua azul del mar,
yo las he visto en vano iluminar
con esplendores largos, en las playas,
la arena sublunar;

las vi en la levedad de las espumas,
en los acantilados donde velan,
en las piedras, palomas que revelan
el mar, el aire, el cielo, hechos de plumas,
trémulas, cuando vuelan.

Mientras pensaba en dónde vagarías
contemplando las mismas deslumbrantes
virtudes de la tarde, suplicantes,
rutilaban vedadas lejanías
para mí en sus diamantes.

Las vi en los cielos de oro perdurables
con nubes que pendían como flecos
purpúreos entre rocas o en los huecos
donde nace en reflejos memorables
la hermana voz del eco.

En sus rosados y altos frontispicios
los cupidos, los leones, las sirenas
dieron formas de sueños a mis penas
en las molduras de los edificios
que creí ver apenas.

Podría dibujarlas una a una
con sus volutas de humo alambicados
en largos arrabales alumbradas
por el fulgor naciente de la luna,
con ramas abrazadas.

Como en los libros más arrobadores
de la infancia, en que todos los objetos
conservan en las láminas secretos
que atesora el amor —con los colores
de algunos alfabetos—,

grabados por tu ausencia en mi memoria
están la esfinge, el quiosco verde, el puente,
el terreno baldío en la pendiente,
la rosa, cualquier rosa invocatoria,
y la estatua obsecuente.

En los senderos grises del invierno
están las plantas del jardín botánico
donde canta un zorzal dulce y tiránico
que podría agravar cualquier infierno
con su canto mecánico.

Están en las anchas márgenes del río
con suaves y patéticas neblinas,
como en un marco de oro las glicinas,
en la desolación del caserío
final de las esquinas;

en el boscaje, oculta está la flor—
cuyo nombre jamás he conocido—
esa flor que el silencio ha conmovido
y que satura el aire de frescor.
¡Oh tardes que no olvido!

Tardes en que las calles habituales
llenas de vanidad y de banderas
tiznan de hollín las plácidas palmeras
y el cielo que se mira en los claustrales
patios con sus higueras.

Tardes en que la música es palpable
como una joya de oro entre las manos,
o un jazmín o el teclado de los pianos
o el agua donde el sol dibuja un sable
de luz en los veranos.

Tardes en que mi oscuro corazón,
al sentir mis tristezas tan ajenas,
se helaba de congoja entre mis venas
viendo la impura representación
lejana de mis penas.

Cuánta felicidad me prometieron,
cuántos milagros mientras he esperado
que retornen estando yo a tu lado
no vanas mas hermosas como fueron
en mi amor conjurado.

Embarque – Verónica Aranda

                        Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
                                pide que tu camino sea largo,
                                rico en experiencias, en conocimiento.
                                                  Konstantino Kavafis
Sé que el viaje también era una forma
de escapar del amor o de entendernos
sacrificando establos sosegados.
Sin indagar el rumbo,
subirse a la primera caravana
y percibir en ruta, a la intemperie,
todo el peso que tienen las palabras
medidas en la ausencia,
y la revelación de una posible
entrega cuando intuyo el panteísmo
al paso de un rebaño tramontano,
y a dos jornadas de las atalayas,
vaciada de brújulas la alforja,
atravesar ciudades invisibles.

Vida – Alfonsina Storni

MIS nervios están locos, en las venas
la sangre hierve, líquido de fuego
salta a mis labios donde finge luego
la alegría de todas las verbenas.

Tengo deseos de reír; las penas
que de donar a voluntad no alego,
hoy conmigo no juegan y yo juego
con la tristeza azul de que están llenas.

El mundo late; toda su armonía
la siento tan vibrante que hago mía
cuando escancio en su trova de hechicera.

Es que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera.

Cúspide – Concha García

U olvidar. Hacia atrás sueño.
La rareza de un bosque en un póster
sobre la aguja del reloj. Te tuve
cuando no te tenía, corre brisa
tanto corre que ventea. Un libro
y dos páginas leídas, qué cuerpo
tienes. Ya no te quiero, qué hermoso:
ya no te quiero. Me da perplejidad
tomarte de la mano, y tus rayas
qué largas, no te vas a morir nunca.
Paseo de invierno. Es verano
fue trescientos sesenta y cinco días antes
más o menos, me miraba en el espejo
para peinarme y no amanecía.
Proyectaba aunamientos con nadie
más sola que tú. Conoces
el estertor y el declive.
Yo de fatiga, cuánto te quise.

Depresión – Fiama Valerio

Quisiera esta noche​​ 
participar en el avistamiento​​ 
de las tortugas que desovan,​​ 
seguir el litoral​​ 
hasta donde las olas conmueven​​ 
la arena muy adentro,
que una borrasca surja​​ 
y las hebras de mi cabello​​ 
pierdan la memoria genética del bucle.
Que una ola en su cresta​​ 
doble los goznes de mis rodillas,
me deje blanda como el celofán de otra onda.
Que surjan relámpagos​​ 
y mis párpados los cierre la muerte.
Que me engulla el mar
y quede varada en su lecho.

 

El talismán – Claudia Masin

Los ojos de los que estamos continuamente al borde de la caída
o del tropiezo, no saben despegarse de la tierra. De qué sirve
una belleza material que no pueda tomarse entre las manos
como una piedra y ser llevada siempre encima del cuerpo
igual que esos objetos insignificantes
que un niño acarrea consigo donde vaya, y que lo hunden
en el terror o el desconcierto si se pierden.
No hay belleza para mí en las cosas
que no pueden volverse talismán contra las fuerzas
del desamparo o de la pena, y ninguna palabra podría hacer eso,
sólo la presencia física de lo que fue elegido por un amor oscuro,
cuyas leyes desconocemos, para preservar nuestra vida intacta
entre todos los peligros y accidentes que la acechan, a pesar
de que es ella, esa presencia amada, el peligro mayor,
porque no puede protegernos de su pérdida.

Tu memoria – Rubén Márquez

Esta tarde
donde el silencio es aquello que domina
no quiero tocar tu cuerpo
ni besar tus labios que se encienden con el viento.
Esta tarde no más tus ojos
no más tus manos
ni la palabra que precisa te nombra.

Será mejor la luz de los besos que no daremos
para amar el recuerdo de tu sombra
la idea que tengo de ti misma
con el vacío que se abre por la ausencia
y la tarde que se esconde tras el tiempo.

Porque esta tarde
que el silencio unta los labios de verdades
lo presente es el olvido
y la ausencia la memoria perdurable.