Cansa la voz, que se deshace en pan,
lengua de costumbre. Cansa
la concordancia
de fugacidades, que extienden
la mano sobre el peso
del tiempo, momento de lentitud
en la paciencia. Cansa
la ambigüedad
del beso —intercambio de necesidades—,
raíz de la luz en la inocencia, descubrimiento
de las exequias
de una a paz tolerable. Cansa
la inquietud de la mano, que arrastra
soledad en el tiempo: poseo
lo que se me entrega en la nostalgia
—tiempo sobre la razón que araña—. Esta es
mi senda
para alcanzar
la garganta de nieve del amor. Cuerpo el mío
disociado de la razón, canto imposible
de una unión pasajera.
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Vienes de nuevo a mí, atraviesas… – Paloma Palao
Vienes de nuevo a mí, atraviesas
con tu espada de plata mi garganta,
buscas dentro de mi alma los rincones
donde tengo enterrado mis porqués
y los nombres de las cosas, a las que tú
robaste su importancia.
Vienes de nuevo a mí y no te temo,
viento-escarcha en las ramas, hojas
rotas a besos, mordidos troncos pálidos.
Vienes de nuevo a mí por calles,
huecos, plazas, perdida en tu distancia,
alargando el vacío de tu ensanchada espalda.
Vienes, rompes, destrozas, desalojas
miradas, contemplas tras las olas
venir la muerte a nado, buceas
bajo el sueño, sacas a flote
el alma y eres tú siempre
sola, soledad de mi alma.
No alcanzaré la curva matriz de los deseos… – Paloma Palao
No alcanzaré la curva matriz de los deseos,
desovillada lamentación de la carne. No alcanzaré
la certidumbre del día, ni el pie fantástico
del dolor impaciente. Cuando el mar me contempla
siento que la roca penetra mi carne. Siempre
hay un nombre, que hace posible la alegría
mientras los cánones de la belleza acarician
la estatua. El mismo nombre, que desarmó
la inocencia, podía hacer ingrata la ausencia.
El mismo nombre que nos conduce, nos pierde
en nuestra audacia. Largo es el tiempo
de la meditación frente al silencio, cuando
la meditación es sólo un nombre. Annelein
es más cierta que la voz que la calla. Pero Annelein
no es un nombre. Indica
la transparente vicisitud del agua. Annelein
es un lamento, que puede significar también
un sobresalto.
Esa puerta – Paloma Palao
Esa puerta de mármol, esa losa
que cae sobre mi alma
si ando, donde me voy dejando
nudillos, nudos, manos…
He de tirarla abajo.
Esa madera joven, en la que me he
clavado, con ranuras
estrechas, con bisagras gigantes,
que envuelta de recuerdos
me sale siempre al paso…
He de tirarla abajo.
Esa puerta que llama cuando sigo
adelante, esa puerta que avanza
cuando yo me he parado. Esa puerta
que escucha cuando yo estoy
llamando…
Esa puerta -que es mía-
he de tirarla abajo.
SOBRE el pecho sangrando quedó una rosa… – Paloma Palao
SOBRE el pecho sangrando quedó una rosa
que con tus leves manos me arrancaste.
¡Ay, dolor de esperanza!
Bajo el pecho el vuelo de tus manos se ha parado.
En… – Paloma Palao
En
la larga desolación, de que la luna
se tienda sobre mi corazón, aunque yo no lo quiera,
de que el pez
se agarre a mi voz, sin que yo pueda
mover una sola de mis intenciones, atada
para siempre
a una mesa, a la mesa
de un cuarto vacío; en esta larga desolación
me permito
alguna locura, de cuando en vez,
luna quieta,
que se agarra a mi ventana, que quiere
abrir mi corazón, mi puerta, la llaga
la llaga de luz que se ambiciona; la agobiante
asfixia
de entreabrir
esa puerta y ver a alguien, alguien
que no soy yo -pero que finge serlo-
atada a una mesa, en un cuarto vacío,
mientras me ponen una inyección para sobrevivir,
mientras la luna se pasea
por el fondo verde de mi corazón
y
mientras alguien, alguien que no soy yo, entreabre
esa puerta que da
a
una habitación,
a
un cuarto oscuro, oscuridad
que se niega a comprender, mientras
la luna
corre
por entre la oscuridad de aquel cuarto
vacío,
de aquel cuarto, entreabierto, con estantes
llenos de luz -llagas abiertas- que se consuman
en un sacrificio -que no ha sido pedido-,
en ese cuarto, donde alguien,
-que no es aquella que no soy yo-,
finge dolerse, de una llaga
que no da luz, ni se ambiciona.
Son importantes tantas cosas… – Paloma Palao
Son importantes tantas cosas
-madre-. El olor
de naftalina, los baúles
en los que vamos destripando
sueños, años pasados
bajo la misma sombra. Sin embargo,
preparo con prisa mis maletas, vacío
los cajones rencorosa
de una alegría que no pudiste
darme, y es todo tuyo
-madre-. Las maderas
que rechinan vengativas, los cuadros
de dudosa
firma, las bandejas de plata que transportaron
turrones navidades
pasadas y nunca perseguidas.
Hago el inventario
-cruel siempre- que me anuncia
tu presente
concepción de silencios. Hago
y olvido, varias
docenas
de bordadas enaguas y colchas
con mi nombre. Las mantas
-madre- quedan con su olor a naftalina
enmohecida, quedan
dos pares de zapatos viejos, mi primer
par de medias, el bolso
que estrené una mañana, cuando tuve
que esconder mi pañuelo
demasiado grande para una sola
lágrima. Mi estatura
se parte -frente a ti- y sólo
queda un murmullo
de alas vencidas por la vida. Me olvido
de las cosas importantes. Del vaso
de mis fiebres, de las horas
pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo
todo -madre-. Hasta esa lágrima
dormida entre mis ojos. Dejo
a cambio el inventario -firmado y rubricado-
de mis sueños. Abres la puerta, salgo
cierras. Vuelves
por el largo pasillo de la casa. Enderezas
ese cuadro
torcido, que yo moví al pasar y quizá
pienses en pintar las paredes
de mi cuarto, en cambiar las cortinas,
en recoger pisadas que aún
nos viven,
que nos pueblan de adioses
presurosos, como alargados trenes
que no paran. Que no te importe
nada, madre, madre. Que no te importe
la sangre -madre mía- que en río
de silencios nos separa. Que no te importen
las llaves que perdiste
para impedir mi marcha.
Por donde vayas -Annelein- cuéntanos tu tristeza… – Paloma Palao
Por donde vayas -Annelein- cuéntanos tu tristeza.
Cuéntanos de qué madera se rasgaron tus voces,
bajo qué mirada te desnudó la inocencia.
No te vuelvas Annelein. De todas
las partes de tu cuerpo es tu espalda,
la que mejor compone tu semblante. No
nos enseñes nunca el rostro -Annelein-,
porque así podrás vivir siempre en nosotros.
Aprendo un camino para tu pestaña… – Paloma Palao
Aprendo un camino para tu pestaña: luz
abierta que no se desboca.
Acudo
a la razón: todo niega
la posibilidad de ser de nuevo
carne en la conjunción de tu memoria.
Barro el dolor, porque busco en mi ventana
la nota
que produzca silencio prometido: escribo
sobre un amor, que no llega;
pero no me despeino
en la nostalgia, porque
la fuente me deja su ruido,
promesa de una necesidad
que se intuye. Contra el dolor
yo tengo mi palabra: firme promesa
de resistir.
Magnolio – Paloma Palao
Soledad de caoba
que la piedra comparte, sigilosa memoria
que hacia el tiempo
confluye y brota prisionera
de la luna y el sueño
y lentamente aspira
la verdad y su belleza.
Manzana de la luz,
suavemente ignorante,
el cáliz terso
de su piel construye,
aroma y fuerza
que el deseo clama.