Versos de amor,… – Lope de Vega

Versos de amor, conceptos esparcidos,
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;

expósitos al mundo, en que perdidos,
tan rotos anduvistes y trocados,
que sólo donde fuistes engendrados
fuérades por la sangre conocidos;

pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,

si aquel áspid hermoso nos aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos,
descansaréis en vuestro centro mismo.

Tractatus de amore – Luis Antonio de Villena

                     I

No digas nunca: Ya está aquí el amor.
El amor es siempre un paso más,
el amor es el peldaño ulterior de la escalera,
el amor es continua apetencia,
y si no estás insatisfecho, no hay amor.
El amor es la fruta en la mano,
aún no mordida.
El amor es un perpetuo aguijón,
y un deseo que debe crecer sin valladar.
No digas nunca: Ya está aquí el amor.
El verdadero amor es un no ha llegado todavía...

                    II

Y es que el verdadero amor -nos dicen- nunca jamás
se parece a su imagen.
Disociadas la forma y la materia,
se nos obliga a elegir,
considerando en más a la anterior morada.
(¡Pequeña traición, dulce retaguardia, muy humana!)
Porque el verdadero amor coincide
con sí mismo,
y dice bien Novalis que todo será cuerpo
un día que anhelamos.
Columna de oro y niño de azul,
el tetractys entregado en la mirada,
tú fuiste al tiempo unísono
el amor y su imagen
y sólo la realidad trastocó nuestros cuerpos
o confundió con falsa voz nuestra amistad equivocada.
Porque no siempre es posible el encuentro
y hostil es, a menudo, el bosque y su carcoma,
y se cubren los senderos de hojas malas...
Mas el verdadero amor, el alto amor,
-lo sé y te vi-
coincide, inevitablemente, con su alta representación afortunada.

                    III

¿Será el amor vencer tan sólo al cuerpo
con el cuerpo? Porque el ansia de beldad
empuja hacia dentro, para alcanzar un alma
confundida con las formas mismas de la materia...
Y al succionar los labios bebes alma,
y al estrechar el pecho tocas otro jardín
cuyas ramas te alcanzan. Queremos romper
el cuerpo para encontrar el cuerpo, bañarnos
en el pozo acuático de adentro con la imagen
misma que la luz nos muestra. Posesionar
el cuerpo para tocar un alma que es el mismo cuerpo.
Pues al ver y palpar el dorado desierto
de tu cuerpo, saltaba el alma en mis labios
deseando entrar en ti, restregarse a ti, ser en ti,
chupando tus axilas y tus nalgas y tu cuello,
ebria de ti, la absurda, la infame, la degenerada...

                    IV

Ya que el más alto amor es imposible.
Ya que no existe el alma pura convertida en cuerpo.
Ya que el instante detenido
(¡oh, párate un momento, eres tan bello!)
no es más que un grato sueño de la literatura.
Ya que se muda el dios de un día
y el tiempo torna falaz toda imagen armónica.
Ya que el eterno muchacho es sólo mito
y fugaz representación que solemniza el arte;
cuando alguien nos provoca amor,
cuando sentimos el ansia irreprimible
de estar con fuertemente, y de abrasarnos,
cuando creemos que aquel ser es toda
la dorada plenitud, sin dudar nos engañamos.
(Una magia y un deseo nos embaucan.)
No existe el sumo amor. Es tan sólo
un impulso del alma, y unas horas o unos meses,
ciegos, felices, burlados...

                    V

Aunque quizá todo esto es mentira.
Y el único amor posible (entiéndase, pues el Amor con mayúscula)
sea un ansia poderosa y humilde de estar juntos,
de compartir problemas, de darse calor bajo los cubrecamas...
Reír con la misma frase del mismo libro
o ir a servirse el vino a la par, cruzando las miradas.
Deseo de relación, de compartir, de comprender tocando,
de entrar en otro ser, que tampoco es luz, ni extraordinario,
pero que es ardor, y delicadeza y dulzura...
No la búsqueda del sol, sino la calma día a día encontrada.
El montón de libros sobre la mesa, tachaduras y tintas
en horarios de clase, el programa de un concierto,
un papel con datos sobre Ophuls y la escuela de Viena...
Quizá es feliz tal Amor, lleno de excepcionales minutos
y de mucha, mucha vulgaridad cotidiana...
Amor de igual a igual, con arrebato y zanjas, pero siempre amor,
un ansia poderosa, pobre, de estar unidos, juntos,
acariciar su pelo mientras suena la música
y hablamos de las clases, de los libros,
de los pantalones vaqueros,
o simplemente de los corazones...
Aunque quizá todo esto es mentira.
Y es la elección, elegir, lo que finalmente nos desgarra.

                    VI

Pero no utilices la palabra desprecio
si no aceptan el amor que regalas.
Si es un amor de palabras dulces,
de comprensión, de afecto, de ternura,
sabrás bien que el obsequio que
ofreces no lo has de dar tú solo...
Y si es pasión tu amor,
si es un arrebatamiento que desborda
y desdeña la vida cotidiana,
entonces el regalo recae sobre ti propio.
Desprecio no habrá en ningún caso.
Sólo carencia. Echar algo en falta.
Pero es que todo gran amor,
el poderoso amor, el importante amor,
el que llenaría plenamente un vivir,
ése es siempre ausencia, hay un foso
siempre; lo ves y no lo alcanzas...

                    VII

Eres, al fin, el nombre de todos los deseos.
No importa sin en ti buscamos la solicitud o la amistad.
No importa si es el río dorado de la carne,
o el alma, el inasible alma,
siempre la última frontera.
Son tuyos todos esos nombres, y en ellos te vemos
pero nunca, jamás te acercas.
No eres el codiciado calor de la leña
que temen perder quienes tienen morada y compañero.
No eres el brillo acuático, ni la piel del ídolo solar
que buscan paseantes solitarios.
Tampoco la marcha alada, el cendal bello, la plática antigua
del que desea la corpórea forma (aunque espiritual)
del ángel...
Sombrío dios sin devotos, les prestas tu mirar a todos ellos,
pero ninguno eres.
Estás siempre más allá, más lejos.
Y no te adornan aljabas ni rosas.
Ni proteges en tu seno a quienes nombran la palabra amor,
o dicen cumplirla, célibes y familiares.
Sobre tus largas uñas pones frío oro molido,
y en tus ojos oscuros dejas entrar la luna...
¿Qué nombre darte? ¿Amor Hipólito, Cupido?
Eres un dios de muertos. El dios, por excelencia.
Y pues que nada te cumple, ni rosas te sirven
ni anacreónticas imágenes.
Frío cuerpo de oro, las rojas amapolas te coronan
y las plantas del largo sueño eterno.

Me estás enseñando a amar… – Gerardo Diego

Me estás enseñando a amar.
               Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar,
               noche tras día.

La Noche ama al Día, el claro
               ama a la Oscura.
Qué amor tan perfecto y tan raro.
               Tú mi ventura.

El Día a la Noche alza, besa
               sólo un instante.
la Noche al Día -alba, promesa-
               beso de amante.

Me estás enseñando a amar.
               Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar.
               Mi alma, vacía.

Derrota – Cristina Peri Rossi

En el amor está inscrito el desamor
como las placas en el caparazón
de los galápagos.
Como los años
en los surcos del tronco de los árboles.

En el amor está inscrito el desamor
como el ocre en el ocre
como las huellas de una pintura
en la pintura
como el texto
en el palimpsesto.

Ninguna inocencia
en mi mirada enamorada
sin querer descubro
que los ojos que amo
serán un día los ojos por los que dejaré de amarte
y la risa que hoy festejo con alegría
será la que me alejará de vos.
La caricia que anhelo
mañana me dejará indiferente
y las noches de deleitoso placer
serán las pesadillas al despertar.

En el amor está inscrito el desamor
como en la vida está inscrita la muerte.

Oscuridad creadora – Rafael Guillén

Cierro los ojos y veo		
la oscuridad. Te veo a ti		
cuando no eras, cuando,		
antes de ti, ya estabas destinada		
a amarme. Tapo las rendijas		
del corazón, no huyendo del externo		
resplandor, sino para que no salga		
afuera esta creadora		
oscuridad en la que estoy amándote.		

Cierro los ojos y desciendo al pozo		
de tu amor y es su ciega		
negrura de azabache la que presta		
frescura al agua. Cierro		
las ventanas que miran a lo extenso		
de tu amor y lo más corpóreo y turbio		
de ti se me sitúa		
al alcance del beso.		

Cierro los ojos para verte,		
porque es desde la noche desde donde		
amanece, porque es de las tinieblas		
de donde surge el rayo, porque		
es de la oscuridad de donde nace		
todo lo que hace humana		
la luz.

El poema de amor que nunca escribirás – Carlos Marzal

Debería nombrar (debería intentarlo)		
el afán hasta hoy por ti dilapidado		
en perseguir amor, que quizá fuera tanto		
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,		
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,		
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.		

Debería acoger, dar lugar a unos labios		
que nombraran sin fe, sólo de cuándo en cuándo		
-por momentos, sinceros; por momentos, falsarios-		
diálogos de alcoba que pareciesen tangos		
(eso acaban por ser, o algo más triste acaso,		
siempre que en la distancia solemos evocarlos):		

De esta vida tan sucia, de sus trabajos vanos,		
me consuela, mi amor, el fingir, fabulando,		
otra eterna contigo, cogidos de la mano.		
Y habría de alojar dictámenes sagrados,		
con los que, ya bebidos, tanto nos excitamos:		
De entre todas las perras que en la noche he tratado,
		

la más perra eres tú. Debería, malsano,		
contener esas citas de los domingos vastos,		
insulsas y festivas, amasadas de hartazgo,		
en que la vida toda se obstina en maltratarnos,		
con su aire de ramera experta en el contagio		
del odio hacia la vida, del tedio y del cansancio.		

No podrían faltar los cuerpos del verano,		
cuando la adolescencia ardía por el tacto,		
en especial aquél de todo lo vedado.		
Ni habría de omitir el vicio solitario,		
por el amor perdido en inventar los rasgos		
del amor, que, entretanto, no dormía a tu lado.		

Y en él habitarían con todo su sarcasmo		
-al fin y al cabo son tristes muertos de antaño,		
fragmentos de tu vida que salvas del naufragio-		
las cartas sin respuesta; y esos aniversarios,		
tiernamente ridículos después de celebrados,		
que dejan en el alma aroma a mal teatro.		

Y los reproches mutuos, merecidos y agrios,		
dirigidos al centro del dolor, como un dardo		
con toda la miseria que acarrean los años.		
El placer del acoso, cuando el amor intacto,		
y cuando la ignorancia, ese bálsamo arcano,		
no señalaba límites al indudable ocaso.		

El maldito poema tanto tiempo aplazado,		
y que no escribirás, porque el tema es ingrato,		
querría redimirte de todos tus letargos.		
Una voz que te daña diría murmurando:		
Del amor, amor mío, te quiero siempre esclavo,		
para que tus palabras no tengan que inventarlo.		

Quien a ese poema de amor dilapidado		
incauto se atreviera, sin calcular el daño,		
amaría el amor, probablemente tanto		
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,		
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,		
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.

Amor así – José Luis Hidalgo

Cuando dos cuerpos se unen para amar,		
se quema más despacio la soledad de la tierra.		

De corazón a corazón, de hueso a hueso,		
saltan pájaros ardiendo como puñales,		
piel del mundo o deseo donde la carne gime,		
un gran río desnudo de inesperados crisantemos.		
Cuando dos cuerpos se aprietan como bocas,		
se empujan como voraces cataratas al rumor de la vida		
perdiendo un posible contacto con la muerte que espera,		
que sobre el olvidado planeta a lo lejos refulge		
como un fantasma solitario y oculto.		
Hombre o mujer, árboles vibrantes,		
hirvientes besos estrujados y un ángel.		

Amarse es poseer la tierra sin sombras para siempre.

La adolescente – José Ángel Valente

Ya baja mucha luz por tus orillas,
nadie recuerda la invasión del frío.

Ya los sueños no bastan para darle
razón de ser a todos los suspiros.

Tú cantas por el aire.

Ya se ponen de verde los vestidos.
Ya nadie sabe nada.
                  Nadie sabe
ni cómo ni por qué ni cuándo ha sido.