Amo el trozo de tierra que tú eres,… – Pablo Neruda

Amo el trozo de tierra que tú eres,
porque de las praderas planetarias
otra estrella no tengo. Tú repites
la multiplicación del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo
de las constelaciones derrotadas,
tu piel palpita como los caminos
que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para mí tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra

tu corazón quemado por largos rayos rojos,
y así recorro el fuego de tu forma besándote,
pequeña y planetaria, paloma y geografía.

Los pechos – Yutaka Hosono

Tú has vuelto a mí
como lo presentí
en la pena desquiciante
de haber estado separados
miles de noches y días
tuyos y míos.

Y a la juventud en que no éramos hábiles
regresamos volando de un tirón.
Y tus pechos que nunca vi
y tus pezones como ciruelas
un poco hundidos tal vez,
aparecen claramente
en mis ojos entrecerrados,
como estaba en aquel entonces.

Por eso, permíteme
tocarlos levemente.
Tu sonrisa coqueta
como rizos de agua me estremece,
y cosquillea mis orejas.

Es demasiado penoso para mí
jurar con el corazón
que nunca dañaría tus pechos.
Por eso te abrazo con fuerza
vestida con el traje de bodas del sueño,
ese que nunca puede recuperarse,
en el césped de medio día donde se alinean las lápidas
en las que han grabado
la pena que me has dado
más allá de millares de noches.

Puertas cerradas – Blas de Otero

                             A Rafael Alberti
                             Pleamar, 1944

¿No son ángeles ya, no voladores,
ni tampoco relámpagos suspensos,
son errantes espumas, desfloradas
flores que, abiertas, vengador de flores,
un viento viene y giran desaladas,
como ayer, en la tierra que era cielo,
al vuelo y levantadas
a las hermosas de la luz vio en ramo;

no son ángeles ya, sino quemadas
carnes, trizas del alma, tramo a tramo
ardidas, consumidas,
como, siendo mortales,
arde, consume Dios y quema vidas?

¿Solo siguen, reales,
rabiando y sin poder desorientarse,
los cuatro puntos vivos cardinales,
cuatro estrellas y un mar tan marinero,
este o este, dejadme, el que yo quiero
es el sur, que, si cuatro, miro iguales?

Las aguas maternales.
Blanco y azul, si carmen, pescadores
de carmines ponientes enredados.
Las manos, redes, y los peces, flores
submarinas. Los peces de colores.

Un marinero en tierra.

Y un golpe, no de mar, sino de guerra,
que destierra los ángeles mejores.

No había ninguna huella sobre la piel del mundo… – José Julio Cabanillas

No había ninguna huella sobre la piel del mundo.
La luz alumbró el mar y despertó a las olas.
Y si rozaba un monte, de allí brotaron pájaros
y loca de contento, alborotó los ríos.
Allí había estado él para el milagro.
Pero luego, de pronto...
se plegaron dos alas. Se acercó el mensajero
al trono de los tres
y atónito contó lo que había visto.
De la tierra venía y se encontró en un valle
con algo que cantaba y no era ningún pájaro.
Preguntaba y no era ninguno de nosotros.
Despertaba a los árboles y no era la luz.
Erguido levantaba la frente hacia las nubes
y el cuerpo era de barro húmedo todavía.
¿Un error? Es el hombre, oyó que le dijeron.
Luego besó el estrado y desplegó las alas
y voló a dar aviso.
Vio la primera sombra sobre la piel del mundo.

Detrás – Rocío Arana

DETRÁS de la venta silenciosa
ropa blanca tendida y edificios
y un pedazo de césped con arbustos
pequeños y amarillos.
Una radio
como un brasero viejo me acompaña, 
y un recuerdo también, y gota a gota.

Hay días de distancia, señalados
en algún almanaque con un trazo de tinta
morada, por lo menos.

Detrás brillan las luces de noviembre, 
las velas encendidas, las canciones
tristemente felices de los Beatles.

El castigo – Osías Stutman

La poesía es mi castigo,

es un personaje diario
de espuela y fusta leve.
Hoy y ayer su recuerdo

no me dejó respirar. Toco
sin retener en la mano
y las cosas se rompen
al contacto. Hoy me rodea

un mundo agitado, mundo
enemigo que se aleja
cada vez más de mi casa.

Miro perplejo ese cambio y
los agudos sonidos que produce
en el hablar común, ya incomprensible.

Unidad en ella – Vicente Aleixandre

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

Nombrar perecedero – José Hierro

No tengo miedo nombraros
ya con vuestros nombres,
cosas vivas, transitorias.
(Unidas sois un acorde
de la eternidad; dispersas
—nota a nota, nombre a nombre,
fecha a fecha—, vais muriendo
al son del tiempo que corre).

No tengo miedo a nombraros.
Qué importa que no le importen
al que viva, cuando yo
haya muerto, vuestros nombres.
Qué importa que rían cuando
escuchen mis sinrazones.

Vosotras sois lo que sois
para mí: mágico bosque
perecedero, campanas
que regaláis vuestros sones
sólo al que os golpea. Cómo
darlos al que no os oye,
fundir para sus oídos
metal que el instante rompe,
metal que funde el instante
para un instante del hombre.

No tengo miedo nombraros
ya con vuestros nombres.
Sé que podría fingiros
eternidad. Pero adónde
elevaros, arrojaros,
hundiros en qué horizonte.
Por qué arrancaros los pétalos
que la lluvia descompone.

Mías sois, cosas fugaces,
bajo marchitables nombres.
Actos, instantes que el viento
curva, azota, araña, rompe;
suma ardiente de relámpagos,
rueda de locos colores.
Otoños de pensamientos
sucesivos, liman, roen
vuestra realidad, la esfuman
como el sueño en el insomne.

Pero sois yo, soy vosotras,
astro viejo en vuestro orbe
perecedero, almas, alma.
Orquesta de ruiseñores,
soñáis al alba el recuerdo
de vuestro canto de anoche.

Nombraros ¿no es poseeros
para siempre, cosas, nombres?

Malo y peor – Nach

Es malo pedir algo,
pero es peor no dar nada.

Es malo hacer algo y equivocarse,
pero es peor no hacerlo.

Es malo mentir,
pero a veces es peor la verdad.

Es malo que te dejen,
pero casi siempre es peor abandonar.

Es malo envidiar,
pero es peor que nadie te envidie.

Es malo pelearse,
pero es peor huir constantemente.

Es malo que te critiquen,
pero es peor que tú critiques a alguien.

Es malo que te ignoren,
pero es peor ser un ignorante.

Es malo ser adicto a algo,
pero es peor que nada te enganche.