Archivo de la categoría: Premio Adonáis

El retrato – Jorge Galán

No veía sus manos ni el cuchillo que sostenía,
ese brillo que era semejante al sonido
de una tormenta de nieve vista desde muy lejos,
el ruido de lo inmensamente blanco.

Tampoco veía los restos de manzanas que cubrían sus pies,
ese color destruido que subía a sus labios
que se abrían a punto de pronunciar una palabra
que era el nombre verdadero del mundo.

Dos instantes de agua tocaban sus orejas.
El cabello repartido sobre la frente
dividía en dos ecos el sonido de una ventana
que se abría, y en medio de la ventana,

una mancha de luz,

un retrato pintado durante miles de años
por los artistas de la humanidad.
La belleza depurada a través de millones de anteriores retratos
hasta llegar a la línea invisible, a la total imagen.

Los perros – Martha Asunción Alonso

ESTOY llena de perros.
Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas
de dientes,
hambre todas. Estoy llena de perros,
preñada hasta las cejas de perros con cadenas,
pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de
docilidad para la espuma
contagiosa. Y me retumban.
Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole
a la luna aquí en mi útero.
Yo les grito: SIT!
Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte
en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está
escribiéndose
por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:
¡Lorca!
Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.
Y me miran
con los ojos tapiados por la rabia,
como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:
quiérenos, o te muerdo.

Maternidad – María Elvira Lacaci

La venía mirando, penetrando
mi alma,
aquella su palidez hiriente. Macilenta.
Sus ojos,
desbordadas laguas de cansancio o de hambre.
Sus manos,
ennegrecidas y a la vez gastadas.
Sus pómulos
que parecían desprenderse vivos
de su reseca cara
conformada
al hálito podrido de donde emergía.
Sus zapatos, su ropa...
Y yo sentí el dolor de aquella vida (una mujer de apenas treinta
años)
que solamente a Dios le dolería.
Y su miseria floreció en mis ojos,
trepó por mi garganta
y, adherida,
tembló sobre las fibras de mi pecho.
Alguien —fue un varón del Metro—
se levantó para cederle el asiento.
Pude verle de frente
su tan redondo vientre. Palpitante. Y...
súbitamente
sentí la gran belleza de su carne
erguirse luminosa
sobre toda razón de sufrimiento.
Mis pupilas,
brillantes y entregadas,
la veían,
ahora,
con derecho a existir. Junto a los otros.

Secreto – Luis García Montero

NOS pusimos de acuerdo.
Yo esperaba sin prisa por la esquina,
me hacía el despistado,
hablaba con el niño y los borrachos,
encendía un cigarro o compraba el periódico.
Aparenté no verte
llegar casi sin prisa,
arreglarte un momento en el descapotable,
abrir la puerta,
subir hasta el segundo.
Yo despisté al portero de las barbas rojizas,
y allí,
sin los silencios
del joven que se enfrenta,
sin tu arbolado anillo de goleta
que surca el matrimonio,
a pesar de tus pieles y mi piel,
nos pusimos de acuerdo.

Carmen del árbol dorado – Eugenio de Nora

¡El árbol florido,
fugaz primavera,
palacio de trinos!
Pero antes de oírse,
qué lento ha crecido.

Abría en la tierra
oscuros caminos;
pedía en el aire
la vida a suspiros;
al sol, cada día,
era oro tupido.

La luz y el silencio,
y un tiempo infinito,
irguieron el tronco
soñando en sí mismo.

(Lo adoraba acaso
la estrella en rocío;
en el borde absorto
grabaron su signo
los enamorados...).

¿Tiene ahora mil nidos?

¡Corazón del hombre!
(¡Cantos encendidos
del poeta!) ¡Árbol
verde y florecido!

Carmen de los ríos vividos – Eugenio de Nora

Cuántas veces, paseando
la ternura de la hierba,
por las orillas del río
se hace más clara la pena...

Igual que un corazón tibio
que te sabe y te recuerda,
cuántas veces me has querido
sombra de las alamedas...

Los ríos son mis amigos,
porque saben que se acercan,
aunque marchen, y suspiran
cantando, como quien besa.

Decidme si vuestros nombres,
verde Aar, claro Bernesga,
van teniendo, como el mío
en las orillas banderas...

Porque yo sé que es alegre,
que es bella nuestra tristeza,
mientras hacia el mar pasamos
siempre amando la ribera...

Carmen de un momento – Eugenio de Nora

Ahora puedo estar viviendo
muy otro tiempo, puedo ir
cortando juncos, junto al agua,
mirando el cielo que ya amé.

Ahora puedo, frente al mar,
sentir la sangre densa en olas,
y entresoñar, porque atardece,
y las estrellas caen en mí.

¡Felicidad, madurez clara!
Todo era flor, y también tú;
también tú pasas, llegas, pasas;
qué hermoso y triste es comprender.

¡Oh pena dulce de los besos!,
¡oh cintura de amor!; dejad,
dejadme amar lo que no vuelve...
y hacia el olvido, solo fin.

Carmen de los suspiros – Eugenio de Nora

...La rosa, la estrella, el alma.
Deseando siempre, siempre,
(ay),
todo lo que más nos falta.

Buscando, desamparados,
la sombra de nuestro fuego,
(ay)
el tiempo en que quedamos.

Banderas altas del día
dan su azul celeste al viento.
Yo quisiera, tú querrías...
(Ay
los dos estamos muy lejos).

Media vida es esperarse.
Media, recordar los sueños.

Para estar juntos un día,
para sentirnos de nuevo...

(Sueña...)
Cuando lo tengamos todo...
(Suéñalo)... recordaremos
(ay)
esta tristeza de oro.

Carmen de las horas ansiadas – Eugenio de Nora

Son ya tantas las flores de este valle
que se abrieron queriendo recordar;
tantas las horas idas, en caricia
de hombros desnudos al amanecer;
tan hondas, tan del alma las estrellas
con música apretando el corazón...

Las veces en que el agua y tu cintura,
la luz y tu sonrisa, el palpitar
de las ramas del aire y los suspiros
los enlazó mi sueño porque tú
no estabas —aunque estabas—; tanto fue
el cariño que di por ti en miradas,
en pensamientos, tanto fue el amor...

Que cuando llegues —bajo tu luz misma
como el sol súbito en el ancho mar—,
verás de pronto, cieleado, inmenso,
un mundo sólo florido hacia ti
y en el que todo, en ala de caricia
dirá: «soy yo; te quiero, te esperé».

Para ti sola, por la madrugada
de luz antigua que en tus ojos hay;
para que sacies con tus manos rosas,
sobre el anhelo en flor de la canción
abro esta página de primavera...

Eres tú misma. Llega a ti. ¡Ven!

Carmen del lago azul – Eugenio de Nora

A un lago azul te comparaba,
maravilloso, claro.

Pues, como ya nada en el mundo
tenía sentido, como ya el descanso
sólo podía traerlo el gran regreso,
la muerte misma, yo, anhelando,
con el corazón joven
busqué lo más cercano
a morir: entregarse,
amar perdidamente, darlo
todo.

...Queda un lago encantado.

                            *

«Aquí llegaron los amantes»,
dirán.
Y si la primavera,
igual que ahora con nosotros
florece en las orillas tiernas,
han de pensar:
«Por estos lirios
de los bordes, por la pradera
venían... Pero las flores, bajo el tiempo,
eran aún más bellas...
y ellos siguieron, hasta el fondo.
(Maravilloso era
ver cómo entraban al palacio
del agua, sonriendo,
soñando, mano en mano...)»

«Aquí llegaron...»
Y en la noche
—fuego de astros bajo el lago—,
dirán:
«Se fueron a buscar estrellas
que en lo hondo de sus ojos palpitaron...»

                              *

Nosotros, ya, seremos
canción sólo en sus labios.

...Pero labios de amor. Y se oirán besos
al chasquido del agua en lo estrellado.