Archivo de la categoría: Premio Nacional de Poesía

Dime que sí – Rafael Alberti

Dime que sí,
compañera,
marinera,
dime que sí.

Dime que he de ver la mar,
que en la mar he de quererte;
compañera,
dime que sí.

Dime que he de ser el viento,
que en el viento he de quererte;
marinera,
dime que sí.

Dime que sí,
compañera,
dime,
dime que sí.

Del barco que yo tuviera,
serías tú la costurera.

Las jarcias, de seda fina;
de fina holanda, la vela.

—¿Y el hilo, marinerito?
—Un cabello de tus trenzas.

Alcazarquivir – Julio Martínez Mesanza

Los ojos de la Virgen y los ojos
de aquellos que matamos en combate;
esta patria madrastra y esa otra
que nunca alcanzaremos sin la gracia;
la ley soberbia y el amor que espera;
no poder dar el paso que nos libre
de tentación y halago, seguir siempre
bajo falsas banderas y entre falsos
compañeros andar siempre muriendo;
y, con todo, empezar otra campaña:
ver que la soledad que nos recibe
es nuestra estéril alma, que la yerma
lejanía nosotros mismos somos;
y que somos también el enemigo,
la polvareda de terror que cierra
a la redonda el último horizonte.
Iniciamos la marcha recelosos
entre ruinas que fueron fortalezas
y entramos en la tierra que asolaron
años atrás las fuerzas enemigas:
la sal deslumbra donde vides hubo,
por un mar de ceniza cabalgamos
y empiezan a engañarnos nuestros ojos.
Si vemos a lo lejos una torre,
y enviamos a que el sitio reconozcan,
regresa sorprendida la patrulla
de no haber visto nada semejante
a una torre por esa parte; luego,
al otro lado, vemos otra torre,
y los que allí mandamos igual vuelven:
sin noticia ninguna de la torre.
Desorientados, sólo nos sostiene
la irreflexión, la fe sin esperanza,
que, cuanto más se obliga, más tropieza
y se pierde en pequeños contratiempos;
la fe sin voluntad, desguarnecida;
la que alardea y el amor ignora;
la que se desalienta y no conoce
el verdadero filo de la espada.
Es la fe que de noche nos conduce
a la oscura ciudad del enemigo,
la que nos representa saqueando
después de la victoria, la que en sueños
me hace entrar en un patio donde paso
a cuchillo a un anciano, y subir luego
al cuarto en el que oí llorar a un niño;
la que detiene el golpe de mi espada
y hace reír al niño, con la risa
adulta y humillante de quien sabe
que nos ha derrotado para siempre.

Capricho – Antonio Carvajal

Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el nombre del amor;
la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en el canto
primero que hizo al sol;
la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;
la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio nido,
para el sollozo flor.
Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble halló una pluma,
rebelde un corazón:
no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el secreto
con risas en la voz.

Juan de la Cruz en la noche oscura – Carlos Bousoño

Profunda es esta guerra y combate, porque la paz que espera
ha de ser muy profunda;
y el dolor muy delgado
porque el amor de su esperanza
delgado es, e íntimo.
Y como el alma ha de venir a posesión de dones,
conviene que primero
pobre y vacía de ellos sea.
Pobre, como garganta con sed de muchas aguas,
vacía, como el mundo. 

Y como la tiniebla se aposenta en el ojo vacío
del alma vaciada
y en la substancia misma de la duda
terrible del que duda
tiniebla substancial parece y es.
Y como toda tiniebla y toda duda
hace a quien duda de tiniebla y duda,
éste se queda en la tiniebla,
en la tapiada oscuridad,
caído en la trampa, sin salida,
cogido para siempre, temeroso, asustado,
giñapo agazapado en un rincón.
(Así en el fondo del calabozo el prisionero
espera el alzado patíbulo, la horca,
el irrisorio tormento,
o bien, en oscura mazmorra no espera
sino la definitiva soledad
quien ha asaltado el camino,
o violentado a la doncella, o acaso asesinado
a quien la defendió.) 

Como con pies atados y amordazada boca
y mano encarcelada y ojo ciego,
violador, asesino, ladrón de camino real,
así está Juan, sin nada o nadie
nunca,
purificado por amor
a nadie,
a nada,
nunca,
crucificado, muerto, tenebroso
y en la tiniebla.
Así. 

Letanía del ciego – Carlos Bousoño

Soy como un ciego
RUBÉN DARÍO
Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto? 

¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime. 

Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura. 

Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo. 

Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas. 

Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista. 

Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte. 

Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío! 

La madeja – Carlos Bousoño

En la noche callada,
suspenderse a sí mismo, detenerse,
sonido, voz, pisada
confusión que nos llega,
el laberinto, el otro lado,
la vuelta a la desgracia,
la madeja que no se puede desenredar,
la maraña que nos congrega en meditación,
suspender ese movimiento, ese daño,
ese estupefacto dolor,
parados en la noche profunda,
detenidos en ella,
con una madeja en los dedos,
mirándola, sin poderla entender,
por qué la tengo aquí, por qué estaba,
una mano, una mano tan sólo,
una boca de lobo, que más da, alguna boca,
se interrumpe una sílaba, escisión de una lámina,
por que donde, o el viento,
por qué iba, o lloraba,
por qué estamos aquí,
no me puedo desenredar, ojo que mira desde
el sitio de una lágrima.
Algo pasa en el mundo, algo a mí me sucede,
despegarse es difícil, y una madeja lóbrega,
me asusta una madeja, y no entiendo

La tarde – Carlos Bousoño

Sí, nuestro amor trabaja cual labriego
que arroja la semilla que no nace
y el tiempo pisa y bajo el pie se hace
podredumbre que el viento arrastra luego.

Podredumbre es mi amor. Podrido fuego.
Miro la tarde que en el aire yace
como a la muerte. Lejos se deshace
alguna sombra. Es el mayor sosiego.

Ésta es la tierra en que nacimos. Ésta
en la que viviremos. Triste espía
mi corazón a la dorada cresta

del monte aquél. ¡Ansiada lejanía!
¡Quién pudiera creerte, dulce puesta
de sol; soñarte sólo, cielo, día!

El poema – Carlos Bousoño

Todo está allí, y sigue estando allí, en las palabras
misteriosas, que fueron dichas, pronunciadas,
rotas en una voz de hombre. La crispación del alma,
la grave hora del pesar
más hondo. Más también
aquel otro dolor,
mínimo para todos, pero no para ti,
en la estación de lluvias, junto al portal oscuro.
O nuestro recordar una canción, a la orilla del bosque,
en la ladera suave, un momento de marzo...

... Todo está allí, la sombra, el esplendor
del sol entre las ramas
bajas de los cerezos,
nuestros pasos que van por el sendero
junto al seto de moras,
de niños,
un poco retrasados. Y la riña al llegar
tras la merienda, cuando no lo esperábamos.

... Todo está allí, la sombra del castaño
en el verano suave del norte, y el calor de las islas,
la tristeza, el ensueño, la nostalgia,
la desesperación después, cuando todo cedió
rendidamente,
el caminar postrero...

... Todo está allí, moviéndose o inmóvil,
tal como fue en verdad, entre neblina y leve
sueño. Tal como fue, sin conexión, escaso
de realidad, confuso
como vida de hombre.
Y pues fue así, es bien que quede así,
por siempre,
en las fieles palabras.

Primera noche en la tierra – Carmen Conde

Desoladamente
nos ha dejado solos...
No vemos el Jardín de nuestro ocio.
¿Apagose del fuego la gran rama,
o Dios se la llevó fuera del aire?

Habrá luna. Él creaba estrellas,
las que en el agua florecían veloces
buscándome los dedos vegetales.

Habrá su sol.
La líquida corola derramándose
encima de las selvas inholladas
que yo caminaré descalza siempre.

Junto al árbol que lleva doce frutos,
dando uno cada mes, nunca hubo noche.
Ni urgencia de la antorcha ni la brasa.
¡Dios lo alumbra todo! Hizo astros
para nosotros en destierro de sus síes.

Tibias sombras apaciguan las memorias.
Frío de soledad. Ven a mi pecho,
que yo seré tu tierno prado tibio,
y seguro soñarás en mi corteza.

Allá no ululan lobos. Allí lamían dulces
mis pies sobre tomillos aceitosos.
Aquí se encienden ojos y dientes amenazan
modernos calcañares desgarrados.

Ladran los chacales. ¡Oh, las hienas
que lúgubres husmean nuestro sueño!
Toma el paraíso de mi cuerpo:
mis labios son de ascua, mis hogueras
serán lo único vivo de la noche.

Más fuerte que el amor no será el cierzo.
Más dura que tu pecho no es la sombra.
Defiéndete de mí, estoy buscando
olvido de las selvas que no huelo.

¡Noche, cueva negra de la tierra!
Vamos a bebérnosla de un trago
que deje descubiertas las auroras.