Y era un silencio duro como piedra;
un silencio de siglos.
Era un silencio adusto, impenetrable;
un silencio sin venas.
Era un dolor de amor, hecho de largas
noches sin el amado.
Hecho de fieles manos que se tienden
estremecidas, solas.
Era una voz dormida entre las sombras,
unas lágrimas secas.
Febril temblor de labios, una loca
esperanza desierta.
Si mi voz no te alcanza
ahora que estás dormido,
recréame en el mundo
de tus mágicos sueños.
Olvida cómo soy,
edifícame en piedra
para que así tu puedas
vivirme eternamente.
Inscrita en tu memoria
por los siglos seré
amor indestructible,
inamovible roca enamorada y alta.
Si mi voz no te alcanza
puesto que estás dormido,
déjalo para luego.
Soy tan frágil ahora
que la lluvia me hiere.
Edifícame en piedra,
suéñame inalterable.
A tientas por la casa
con pasos de tiza,
con la luz de los sueños
tan pronto opaca o radiante.
¿Quién alumbra esa pantalla
en el cerebro a oscuras?
Como la piel se aja desde dentro
el misterio de ese fulgor persiste.
Apresuradamente
llega el otoño hasta los arces
con pies de bailarina
por el aire.
Es septiembre. Ha llovido,
un penúltimo olor a hierbabuena
y un pájaro postrero
por el aire.
Qué agónico jardín para el recuerdo,
bordado en la madera de la tarde.
Perdido entre las cosas
mi corazón, mi corazón
que toma el nuevo nombre
de cada nuevo amor.
Una sonrisa basta,
un jazmín, un color
para llevarse entero
mi corazón, mi corazón.
El mundo en vilo viene
a ser en mi canción,
a ser él mismo siendo
en mí que ya no soy.
¡Oh pasos en la nada!
Mi corazón, mi corazón
diciendo los mil nombres
y olvidando mi voz.
¡Oh tú, que yo recreo
más puro en la canción,
que ya no eres tú mismo
como yo no soy yo!
Se me va, peregrino,
mi corazón, mi corazón,
pero me queda, eterno,
el hijo de mi amor.
No recuerdo tu nombre
aunque abejas libaran tu apellido
pródigas en la miel.
Desde el rincón del libro
donde habitaba el son de aquel poema
desprende polvo una flor.
Y el mar que no muere,
ha borrado la arcilla de tu nombre
para que no regrese
a mis labios de sol y enredadera.
Con el traje de junio
la vida se mostraba casi dócil
entre toallas verdes y amarillas
y lycra luminosa compartiendo
fronteras con la piel. Olor a mar templado
y la pereza cómplice
de olas y bañistas: era propicio hundirse
en esas lentejuelas soleadas del agua
o en las selvas pintadas sobre los bañadores,
desmenuzar el velo finísimo de sal
de unos hombros cercanos
y posponer la noche y su aventura.
Parecía la vida un puro litoral
pero avanzó una sombra:
al borrar con saliva la sal de la mañana
pude ver la inscripción junto al omóplato:
FRUTA PERECEDERA. Consumir
de preferencia ahora. El producto se altera fácilmente,
antes que los deseos. No se admiten
reclamaciones.
Ha venido el otoño, ¿lo recuerdas?
Madre, ¿te acuerdas del otoño?:
últimas rosas de la Huerta,
los álamos dorados, aquel prado,
la lluvia en la ventana, los silencios
aislándonos del mundo y sus quehaceres,
la voz del vendedor que se perdía
dolorida y cansada
en la grisura azul del patio
entre las voces blancas de las niñas
que jugaban al corro:
«A la flor del romero,
romero verde...
Si el romero se seca
ya no florece...».
Madre, no sé si lo recuerdas.
Este mínimo sol que te acompaña,
su manto desvaído,
recubrió tu tenaz melancolía
hace ya muchas tardes, muchos versos.
Entiendes asimismo la presencia
de la rama desnuda y su naufragio
a orillas de un invierno sin salida,
igual que ese abandono
donde la lluvia nace
y enluta su temblor recién caído.
Pero este sol, atado a tu costumbre,
decide en solitario
el modo de llegarte
hasta abrirse por ti, crear memoria
de cuanto iluminabas
hace ya muchos días, muchos sueños.
Nada explica tu suerte.
Hay ausencias que acogen, hay vacíos
llenando la razón hasta perderla.
Pero este sol de ayer, acompañante
de tus mañanas grises,
deja sangrar despacio,
consigue que ya seas lo que sientes.
Ahora que es de noche
y solo me acompañan
las rosas desvaídas
con sangre de diciembre,
y en la ciudad se abren
los ojos del insomnio
tras las ventanas ciegas
de gentes sin historia,
me pregunto si es tarde
para empezar mañana
a recordar las fechas
de antiguos calendarios.