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Poema de la saeta: Sevilla – Federico García Lorca

Sevilla es una torre
llena de arqueros finos.

Sevilla para herir.
Córdoba para morir.

Una ciudad que acecha
largos ritmos,
y los enrosca
como laberintos.
Como tallos de parra
encendidos.

¡Sevilla para herir!

Bajo el arco del cielo,
sobre su llano limpio,
dispara la constante
saeta de su río.

¡Córdoba para morir!

Y loca de horizonte,
mezcla en su vino
lo amargo de Don Juan
y lo perfecto de Dioniso.

Sevilla para herir.
¡Siempre Sevilla para herir!

Donde habite el olvido… – Luis Cernuda

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mí pechó su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente afrente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Dime que sí – Rafael Alberti

Dime que sí,
compañera,
marinera,
dime que sí.

Dime que he de ver la mar,
que en la mar he de quererte;
compañera,
dime que sí.

Dime que he de ser el viento,
que en el viento he de quererte;
marinera,
dime que sí.

Dime que sí,
compañera,
dime,
dime que sí.

Del barco que yo tuviera,
serías tú la costurera.

Las jarcias, de seda fina;
de fina holanda, la vela.

—¿Y el hilo, marinerito?
—Un cabello de tus trenzas.

Hastío – Juan José Domenchina

 Hastío -pajarraco		
de mis horas-. ¡Hastío!		
Te ofrendo mi futuro.		

A trueque de los ocios		
turbios que me regalas,		
mi porvenir es tuyo.		

No aguzaré las ramas		
de mi intelecto, grave.		
No forzaré mis músculos.		

¡Como un dios, a la sombra		
de mis actos -en germen,		
sin realidad-, desnudo!		

¡Como un dios -indolencia		
comprensiva-, en la cumbre		
rosada de mi orgullo!		

¡Como un dios, solo y triste!		
¡Como un dios, triste y solo!		
¡Como un dios, solo y único!

Toda mi ilusión… – Josefina de la Torre

Toda mi ilusión la he puesto		
en la espera de un mañana.		
¿Cómo vendrás? ¿Adornado		
de blanca flor de retama		
o de flor de pensamiento		
que de luto se engalana?		
¿Vendrás con rojas miradas		
o con pálidas miradas?		
¿Tendrás voz, tendrás sonrisa,		
o no me guardarás nada?		
¡Mañana, horizonte en niebla,		
fiel timón de mi fragata:		
hace tiempo que me llegas		
con las velas desplegadas!

Te dije… – Josefina de la Torre

Te dije aquella palabra
porque la sentí de pronto
inesperada,
y la cogí en los labios
intacta.
Tuve un momento la duda
de tu mirada.
Pero aquella palabra, 
¡qué caprichoso juego
de tenaces instantes
me dejaba!
Estaba aquí, segura, 
entre los dientes,
clara,
libre de la garganta.
Tú te quedaste absorto,
contemplándola.

Quisiera – Josefina de la Torre

Quisiera tener sujeta		
la naranja de la tarde		
así entre las manos, fresca,		
sin la piel rubia y brillante,		
tirabuzón de la luna		
peinado por mi cuchillo.		
Qué sabor a fruta nueva		
ha de tener en los bordes		
el mar, la arena y el aire.		
¡Qué deseo de partir		
en dos mitades la tarde!		
Cuando la noche se asome		
a su ventanal de cobre		
se tragará la naranja.		
¡Ay, niña desconsolada!

Noches – Josefina de la Torre

Noches sobre la playa: rumor de orilla fresca.		
Blanco batir de remos que la sombra sorprende.		
Sobre la barra grande los hachones de pesca,		
y un cuerpo perezoso que en la arena se tiende.		

En lo alto de la Isleta el faro gira y gira.		
Un denso olor a algas... Venus, la Osa Mayor...		
Rasguea una guitarra. Una mujer suspira.		
La brisa trae aromas de madreselva en flor.		

Y en las noches de luna, sentados en la acera,		
al ritmo melodioso de una antigua habanera		
lánguida y cadenciosa con su aire dulzón,		

evocar las figuras de la memoria mía		
(los padres, el hermano, Dolores y María)		
envuelta entre los pliegues de un viejo pañolón.