Canción de la muerte – José de Espronceda

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

El humo del cigarro – Miguel Ángel Velasco

Miras a contraluz el suelto hilo
que se devana en fáciles volutas.
Y en esa transparente arquitectura
reconoces un ritmo, el equilibrio
de una danza precisa.

Y te dices que el humo tiene un orden,
un concertado pulso que edifica
su liviana columna.

El mismo que gobierna
la rotación de antiguas nebulosas,
el latido puntual de las mareas
y el de tu corazón, desafiando
el peso de la tierra.

Se consume la brasa,
pero pende el denodado estambre
al rizo de su vuelo, y multiplica
en la sutura de las altas pérgolas
esa ufana corola necesaria.
Lo que nunca será de la ceniza.

Alma ausente – Federico García Lorca

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

Eres, amor, … – Efraín Huerta

Eres, amor, el brazo con heridas
y la pisada en falso sobre un cielo.
Eres el que se duerme, solitario,
en el pequeño bosque de mi pecho.
Eres, amor, la flor del falso nombre.

Eres el viejo llanto y la tristeza,
la soledad y el río de la virtud,
el brutal aletazo del insomnio
y el sacrificio de una noche ciega.
Eres, amor, la flor del falso nombre.

Eres un frágil nido, recinto de veneno,
despiadada piedad, ángel caído,
enlutado candor de adolescencia
que hubiese transcurrido como un sueño.
Eres, amor, la flor del falso nombre.

Eres lo que me mata, lo que ahoga
el pequeño ideal de ir viviendo.
Eres desesperanza, triste estatua
de polvo nada más, de envidia sorda.
Eres, amor, la flor del falso nombre.

Por ellos no pasaste. Bien se advierte… – Pilar Paz Pasamar

Por ellos no pasaste. Bien se advierte
que están secos, con sólo la sonrisa.
Van de una cosa a otra tan deprisa
que el agua de la vida se les vierte.

Van de acá para allá sin conocerte,
gastados por el soplo de otra brisa,
pero nunca sabrán de la precisa
hora en que el mundo en fuego se convierte.

Míralos: desatentos, desalados,
desparramados, secos, sin saberte,
más solos que la luna y ateridos.

No supieron ganar y están ganados,
no supieron mirar y están sin verte…
¡Qué pocos son, amor, los elegidos!

Momentos – Flor Alba Uribe

I

Cuando llega el amor nada es distinto.
La lluvia cae y su agrietada lámina
nos señala el relámpago inconstante.
El ebrio,
de tan siempre,
va más ebrio,
por la calle que conoce sus monólogos.

Pero ellos, la pareja, inician su deriva
buscando el arcoiris y la flor de las colmenas.
Anulan el pasado. Se declaran
recién nacidos en paños de ternura,
saben
que el minuto
es semilla de lo eterno
y parcelan el amor en íntimos instantes.

II

Cuando llega el rencor nada es distinto.
Los días transcurren hacia el año,
la tierra gira en exacta servidumbre,
y el perro
vagabundo
fiel aguarda
la hora del mendrugo o la pedrada.

Pero ellos, la pareja, ahora desasidos,
sin escala de luz y sin colmena,
e miran como si jamás, como si nunca
hubieran dicho:
¡Ven, nosotros,
te amo tanto!

Ella hurga con su mano y saca
de su entraña una muerte pequeñita.
Él se palpa el costado y allí encuentra
su dolor en trance de alimaña.
Los dos toman el vacío por las dos puntas,
se cubren
las espaldas,
se vigilan,
y agobiados por pautas evasivas
cumplen la cita que les da el hastío.

En mi vida secreta – Leonard Cohen

Te ví esta mañana.
Te movías muy rápido.
Es como si no pudiera
Dejar de aferrarme al pasado.
Y te añoro tanto.
No hay nadie a la vista.
Y aún estamos haciendo el amor
En mi vida secreta

Sonrío cuando estoy enfadado.
Miento y engaño.
Hago lo que tenga que hacer
Para salir adelante.
Pero sé lo que está mal.
Y sé lo que está bien
Y moriría por la verdad
En mi vida secreta.

Aguanta, hermano, aguanta.
Hermana, agárrate fuerte.
Al final he recibido las ordenes.
Avanzaré toda la mañana,
Avanzaré toda la noche,
Cruzando las fronteras
De mi vida secreta.

Ojeas el periodico
Y te dan ganas de llorar.
A nadie le importa si la gente
Vive o muere.
Y el traficante quiere que creas
Que es o blanco o negro.
Gracias a D–s no es tan sencillo
En mi vida secreta.

Me muerdo el labio.
Compro lo que me dicen:
Desde el último éxito
Hasta la sabiduría de antaño.
Pero siempre estoy solo
y mi corazón está helado.
Hay mucha gente y hace frío
En mi vida secreta.

Esta infinita y patética belleza – Roger Wolfe

El comienzo del verano y la noche
yace como un cuerpo herido
que la aurora no consigue desvelar.
Recorro la ciudad
taconeando
en las aceras agrietadas
con mis viejas botas
de Valverde,
tan cansadas como yo
del incesante embate
de cascos rotos y batallas.
Un contenedor
arde solitario en una esquina
ante los ojos embotados
de un borracho
que ya no sabe que lo está.
No hay policía.
Y es extraño.
Dos mecánicos amantes
se palpan las partes
con gestos agotados
que ni siquiera el último
tiro de nieve emponzoñada
es capaz de revivir.
Parpadean los semáforos
tintineando en huérfana advertencia.
Y no hay sencillamente estrellas
que me valgan.

El Sueño – Alfonsina Storni

Yo vi dos soles rojos dominando el espacio
Perlaban en sus rayos las luces de topacio
y tendí mis dos manos hambrientas de infinito
para estrujar en ellas un inefable mito.

Las dos pupilas rojas como rosas del cielo
cegaron mis pupilas, soberbias en su anhelo
de mirar cara a cara los toques de diamantes.

Después, como un crujido de nudos que se quiebran…
Tempestades soberbias que en los mares se enhebran;
parto de los dioses… Un quejido de dios…
¡Y bocas que se muerden en un supremo adiós!

Más tarde una sonata más dulce que la miel;
agonía de lirios en el jardín aquel.
palacio de oro y oro donde habita una maga
que ha dormido cien años por maldición aciaga.

Y después manos blancas desparramando rosas
sobre el alma escondida y serena de las cosas…
Y un silencio de muerte cansado y sepulcral
donde se prende el lotus venenoso del mal.

Y después la mañana que llega a los cristales
del cuarto miserable donde muerdo mis males…
Y después otro día que se esboza en el lloro
de mis días sin sol, de mis soles sin oro!…