En una estación del metro – Óscar Hahn

Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro

y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos

y la perdieron para siempre entre la multitud

Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por la estaciones

y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles

Y quizás el amor no es más que eso:

una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro

y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre

Amor II – Susana March

¡Porque yo sé que tengo tanto amor en los brazos!
Así me pesan, hondos, graves como la vida,
un hijo o un amante, o un ramo de jazmines,
o un retazo de viento, o el talle de una amiga.

Aquí, en los brazos, siento gravitar las estrellas,
el pecho de Dios mismo, la dorada gavilla,
el vuelo de los pájaros, el corazón del mundo,
el peso inagotable de mi melancolía.

Aquí, en los brazos, todo. Los hombres y los astros,
el fuego de la tierra quemándose a sí misma,
las ilusiones rotas, los sueños consumados,
y las generaciones que arrancan de mi vida.

Aquí, en los brazos, todo. El peso de los años,
el peso misterioso de mi propia semilla,
la sinrazón del mundo pesando su mortaja
¡y el peso obsesionante, mortal, de la ceniza!

Ángel – Rosalía de Castro

Todo duerme… del aire, el soplo blando
callado va, con temeroso vuelo
el aroma esparciendo de las rosas;
brilla la luna, y sueñan con el cielo
los niños que reposan, contemplando
flores, luz y pintadas mariposas.

¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,
dormid en paz, que os cubren con sus alas
los blancos y amorosos serafines,
y adornándoos a un tiempo con sus galas
hacen que en ondas os regale el viento
blando aroma de lirios y jazmines.

Y, en tanto, el astro de la noche, lento,
pálido, melancólico y suave,
del aire azul recorre los espacios,
globo de plata o misteriosa nave,
vaga a través del ancho firmamento,
por cima de cabañas y palacios.

Su tibia luz refléjase en la tierra
como del alba la primer sonrisa
que va a alegrar las aguas de la fuente;
y al rizarse los mares con la brisa,
cuanto su seno de hermosura encierra
muéstrase allí, brillante y transparente.

Las plantas y los céfiros susurran
con blando son, y acentos misteriosos
lanza, al pasar, el murmurante río,
y a través de los árboles frondosos
las estrellas inmóviles fulguran
chispas de luz en su ámbito sombrío.

Todo es reposo, y soledad, y sueño…
sueño aparente y soledad mentida,
en el mundo del hombre… ¡hermoso mundo
cuando, mintiendo, a amarle nos convida!
Y es que en que fuese amado puso empeño,
quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

Mas… ¿qué pálida sombra cruza el prado…
errante, sola, fugitiva y leve?
Como si fuese en pos de un bien perdido,
apenas al pasar las hojas mueve.
Y vaga al pie del monte y del collado
cual tortolilla en torno de su nido.

Virgen parece por la undosa falda
y por la blonda y larga cabellera,
que el viento de la noche manso agita;
bello es su rostro y dulce la manera
con que pisa la alfombra de esmeralda,
mientras su seno con ardor palpita.

¡Pobre mujer!… ¿Qué culpa, qué pecado
como aguijón la ha herido en su inocencia,
que el calor de su lecho así abandona?
Yo sondaré el dolor de tu conciencia,
que no en vano a la tierra he descendido,
en nombre del Señor que la perdona.

La casada infiel – Jon Juaristi

Un día de Aberri Eguna
me puso en un compromiso.

Después vivimos una historia
de amor, maría y luna llena
frente a la playa de Zarauz
que habría matado de envidia
a cualquier arábigo-andaluz.

Yo me la llevé a la playa
la noche de Aberri Eguna,
pero tenía marido
y era de Herri Batasuna.

Me porté como quien soy,
como un euscaldún legítimo,
y para olvidarla pronto
le regalé un prendedor
con un verso, una icurriña, una pluma y una flor,
y un libro de Patri Urkizu
forrado en raso pajizo.

El llanto – Alfonso Reyes

Al declinar la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.

No sabemos de donde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.

—¡La noria que chirría!— dicen los más agudos—
Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Que cosa tan singular!
Se contemplan atónitos, se van quedando mudos
porque la vocecita no deja de llorar.

Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.

Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo,
pero la vocecita no deja de llorar.

El destello – Francisco Luis Bernárdez

Aunque el cielo no tenga ni una estrella
y en la tierra no quede casi nada,
si un destello fugaz queda de aquella
que fue maravillosa llamarada,

me bastará el fervor con que destella,
a pesar de su luz medio apagada,
para encontrar la suspirada huella
que conduce a la vida suspirada.

Guiado por la luz que inmortaliza,
desandaré mi noche y mi ceniza
por el camino que una vez perdí,

hasta volver a ser, en este mundo
devuelto al corazón en un segundo,
el fuego que soñé, la luz que fui.

Autorretrato – Nicanor Parra

Considerad, muchachos,
esta lengua roída por el cáncer:
soy profesor en un liceo obscuro
he perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
hago cuarenta horas semanales).
¿Qué os parece mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué decís de esta nariz podrida
por la cal de la tiza degradante.

En materia de ojos, a tres metros
no reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? — Nada.
Me los he arruinado haciendo clases:
la mala luz, el sol,
la venenosa luna miserable.
Y todo para qué:
para ganar un pan imperdonable
duro como la cara del burgués
y con sabor y con olor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
si nos dan una muerte de animales!

Por el exceso de trabajo, a veces
veo formas extrañas en el aire,
oigo carreras locas,
risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
y estas mejillas blancas de cadáver,
estos escasos pelos que me quedan,
¡estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
joven, lleno de bellos ideales,
soñé fundiendo el cobre
y limando las caras del diamante:
aquí me tienen hoy
detrás de este mesón inconfortable
embrutecido por el sonsonete
de las quinientas horas semanales.

Lo confieso – Gloria Fuertes

Es triste, y porque es triste, lo confieso;
aquí estoy yo y vengo voceando,
buceando, mejor, en la niebla;
ahorcándome la voz entre los álamos.
Ganándome el sudor con este pan,
ganándome la vida con las manos,
ganándome el dolor con el placer,
ganándome la envidia con el salmo.
Ganándome la muerte con la vida,
voy consiguiendo todo sin el llanto,
que soy la mujer fuerte que se viste
y medita mirando el calendario.
Es triste, y porque es triste, lo confieso,
cuesta mucho vencerse, sin embargo,
intenta dar un beso al enemigo
verás que sale luz de tu costado.

Invitación al viaje – Jaime Torres Bodet

Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.

Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.

Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas…

Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:

Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas…

Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.