En la desesperación – Constantino Cavafis

Lo perdió por completo. Y ahora va buscando
hallar entre los labios de cada nuevo amante
aquellos labios suyos: buscando va en la unión
con cada nuevo amante engañarse pensando
que es el mismo joven, que ahora se le entrega.

Lo perdió por completo, cual si nunca existiera.
Porque quería —dijo— quería redimirse
del estigmatizado, enfermizo placer,
del estigmatizado, placer vergonzante.
Aún estaba a tiempo —decía— de salvarse.

Lo perdió por completo, cual si nunca existiera.
Con la imaginación, las alucinaciones,
en labios de otros jóvenes sus labios va buscando:
y así procurando sentir de nuevo su amor.

El mar es un olvido… – Jorge Guillén

El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.

Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.

De que callada manera… – Nicolás Guillén

¡De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera !
¡Yo, muriendo!

Y de que modo sutil
me derramo en la camisa
todas las flores de abril

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
¡No soy tanto!

En cambio, ¡Qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera
¡Yo, muriendo!

Enamorarse y no – Mario Benedetti

Cuando uno se enamora las cuadrillas
del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva
enamorarse es un presagio gratis
una ventana abierta al árbol nuevo
una proeza de los sentimientos
una bonanza casi insoportable
y un ejercicio contra el infortunio
por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo

Cuerpo del amor – Jorge Riechmann

1

Recuerda, niñez mía
aquellos ibones vertebrales de los Montes Pirineos
en cuyo fondo mora una mujer bellísima de agua
que irresistiblemente llama a quien desde la orilla
se atreve mucho tiempo a contemplar, y enloquece.

El denso abismo azul impenetrable
se cierra sobre él, y quién ha visto
la mano delgada que le atrae al fondo.

2

Para decir tu nombre
desnudé las altivas paredes de mi casa
bruñí los ojos de las aves nocturnas
y despojé al gárrulo corazón
de penitencias y trofeos

convoqué a los más esquivos silencios del amor
me unté los labios de tierra negra y de sangre
pensé en la inapagable estrella de mi muerte
para decir tu nombre.

3

Recogí la espiga
en la libertad de tu cuerpo oferente.
No había otra luz que la del difícil amor,
otro poder que la soga de los miembros trenzados.
Otra senda que el laberinto de metal de tus venas.
Otro manantial que tu corazón transparente.

Si te negase, arcaico un dedo
fulgurante de nieve y cicatrices
no tardaría en reventarme los ojos.
Te he conocido. Eres todo cuanto sé.
Creo en este momento.

Confié mi verdad a la primavera del muérdago
y al bosque rumoroso de la sangre.
Tú aguardabas en cada gota de lluvia,
presente como la inmemorial alianza de la aurora,
como el beso del tiempo en el corazón del fruto.

Promesa de la libertad contra la muerte.

4

Cuerpo del amor
habitado desde más allá de sí mismo
cuerpo del reconocimiento
que me supone y me emplaza y me explica
Je est un autre
pero el otro es el mismo

Cuerpo del reencuentro
carne de eternidad y de abandono
cuerpo arrasado de deslumbrante demencia
de cósmica pereza donde se olvida el mundo

Cuerpo de revelación
dolorosamente fascinado por cuanto te niega
te abraza te destruye
Babel de múltiples tiempos y sentidos
encarnación de ti mismo
que nada explica pero disuelve
la pregunta

interminable aljibe de pureza.

5

Y sostengo tu mano.

El peso arrancado, que tiembla
en frondas oscuras, rasga
la hollada nieve del verbo.

Su tiempo, único augur,
en el hombre examina las vísceras del ave.
Detengo el torrente de párpados.

Y la sostengo, mano
sobre el charco de la muerte, racimo
invicto e instantáneo,
dura lumbre blanca donde intento durar.

6

Ángulos de tu piel que yo he creado
arándote en deseo

Lugares vastos en los que has vivido
como en las catedrales de mi espera

Sueños aún más antiguos que has soñado
porque yo te he soñado inexpresable

Desde el légamo oscuro de los días
difícil, fácilmente
he llegado ante ti.

7

Dijiste: todo, Todo, y se abatieron
como rastrillos de heridas familiares
relámpagos de sombra.

Todo se repetía: sin sarcasmo pudieras
morir dos veces; una en sueños,
otra necesitando abismos elegidos.

Pudieras desatar el nudo de tus venas
y el corazón callado.

Apuntes sueltos sobre un atardecer – Sergio Ramírez

Alguien está soplando entre los árboles
con sus pulmones de cristal.

Un hombre va de esquina en esquina
encendiendo las luces en los rieles
y un niño patina en el parque
y va sonriendo como
si le hubieran nacido alas
encima de su camisa,
y otro niño se mece en un trapecio,
y pasa un hombre descalzo
y otro está sentado en el atrio
y alguien quema su basura.

De la torre ha huido un pájaro
porque están repicando las campanas.

Un barrilete ha aparecido en el cielo
encima de los techos y los árboles
y hay un anciano en la puerta de su casa.

En el cielo hay una mano
cerrando todas sus puertas
y abajo un pueblo queda encendido
entre sus casas y sus hombres.

La luz azul de un avión
se va lentamente desplazando
y los niños la saludan con las manos.

Un niño ha guardado sus patines
y se quitó sus alas de la camisa.
Otro abandonó el trapecio,
y alguien perdió su barrilete,
que quedó suelto en medio de las nubes.
Una muchacha dijo “adiós”
en todas las esquinas
—adiós,
—adiós,
pero a mí no,
no me dijo “adiós”
porque vio que tenía
tomada de las manos
a esta tarde de Masatepe.

El tiempo – Felipe Benítez Reyes

De niño andaba con sus pies de plomo,
pisando desganado los relojes.
Iba lento y solemne,
como en un carruaje muy pesado,
hacia un difuso punto de partida.

Luego anduvo con pasos más ligeros,
como huyendo de sí, como una fiera
enjaulada en un cuarto oscurecido.

Ahora lleva sus botas
aladas, va corriendo. Va
más ansioso que nunca hacia el final.
Aparta con desprecio
los soles y las lunas.

Cuando al fin se descalce,
¿qué será de nosotros, y dónde
vamos a refugiar tanta tiniebla?