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Solteronas – Sergio Ramírez

No como en las historietas cómicas
en que todos los rostros son iguales
símiles sin luz ni el detalle mágico
con apenas una línea curva hacia arriba
cuando las muchachas dibujadas ríen
y otra hacia abajo como boca cuando lloran
no, en ellas mil detalles venían desde adentro
cambiando sus pasos abiertos y herméticos
de aquí subían sus canas brillantes
entre algunas hebras de cabello negro
como si tuvieran el pelo lleno de ceniza
y la frente plena de arrugas arrugas
como un enjambre como un quejido disperso
sobre sus cejas espesas algunas y otras
líneas duras de carbón y aquellas
narices de águilas envejecidas
o cortas como puntas de cuchillos romos
y las bocas en colores de rouge marchitos
rojo morado o ciclamen como si el tiempo
estuviera golpeando con sus alas de estaño
sus comisuras y hubiera carcomido sus dientes
negros amarillos destellos clínicos de oro
las manos enjoyadas topacios ópalos solitarios
y la colgante piel moviéndose temblorosamente
y aquel vientre debajo de sus mediolutos vestidos
en pliegues pliegues y pliegues ah y su andar lento
en compases andar de viejas victorias románticas
inventadas ahora aquellos parques
aquellas veladas aquellos cielos aquellos…
o meciéndose infinitamente en sus altas sillas
dos tres cuatro en una fila rítmica sin ayes
ni tragedias ni sonrisas apenas la alegría
de rezar de odiar de enseñar la cara falsa
de sus corazones olorosos a madera de laurel
por el largo encierro en sus roperos llenos
de historias de familia de las reseñas
de los retratos en óvalo colgados en las paredes
de cal ah viejas niñas antiguas doncellas
que sin un amor al que enterrar
sin unos brazos bajo los que haber yacido
en el run run de sus remotas salas
se mecen para siempre cuando ni un grito
ni un beso ni un gemido despertarán el sueño
de hielo en que sus ojos plomizos y sin brillo
miran caer la aurora desde sus áridos pechos…

Apuntes sueltos sobre un atardecer – Sergio Ramírez

Alguien está soplando entre los árboles
con sus pulmones de cristal.

Un hombre va de esquina en esquina
encendiendo las luces en los rieles
y un niño patina en el parque
y va sonriendo como
si le hubieran nacido alas
encima de su camisa,
y otro niño se mece en un trapecio,
y pasa un hombre descalzo
y otro está sentado en el atrio
y alguien quema su basura.

De la torre ha huido un pájaro
porque están repicando las campanas.

Un barrilete ha aparecido en el cielo
encima de los techos y los árboles
y hay un anciano en la puerta de su casa.

En el cielo hay una mano
cerrando todas sus puertas
y abajo un pueblo queda encendido
entre sus casas y sus hombres.

La luz azul de un avión
se va lentamente desplazando
y los niños la saludan con las manos.

Un niño ha guardado sus patines
y se quitó sus alas de la camisa.
Otro abandonó el trapecio,
y alguien perdió su barrilete,
que quedó suelto en medio de las nubes.
Una muchacha dijo “adiós”
en todas las esquinas
—adiós,
—adiós,
pero a mí no,
no me dijo “adiós”
porque vio que tenía
tomada de las manos
a esta tarde de Masatepe.