Poema de la saeta: Sevilla – Federico García Lorca

Sevilla es una torre
llena de arqueros finos.

Sevilla para herir.
Córdoba para morir.

Una ciudad que acecha
largos ritmos,
y los enrosca
como laberintos.
Como tallos de parra
encendidos.

¡Sevilla para herir!

Bajo el arco del cielo,
sobre su llano limpio,
dispara la constante
saeta de su río.

¡Córdoba para morir!

Y loca de horizonte,
mezcla en su vino
lo amargo de Don Juan
y lo perfecto de Dioniso.

Sevilla para herir.
¡Siempre Sevilla para herir!

Sensualidad – Teresa González Reina

Aquí estoy ante ti, desnuda de prejuicios.
Con esta piel ardiente sedienta de tus manos.
Yo siento en cada poro tu aliento como un nido
en la tibia espiral que conduce a tus labios.

He vencido el temor de encarcelar mis ansias.
Ya conozco el placer, pues violé sus fronteras.
Hoy siento que mi carne, como un himno, te canta
naciendo entre tus brazos con su alarido de hembra.

Desde mi piel despiertan mis ancestros sensuales,
y soy mujer y fiera derramando en tu sangre
la savia amarga y dulce que corre por mi cuerpo.

Aquí, desnuda, grito, susurro, me desangro, 
y siento en mis caderas la tortura de un látigo
vencerme, triunfalmente, con su estertor de fuego.

Nueva sección en el blog: Protagonistas

He inaugurado una nueva sección del blog dedicada a escritores y escritoras que merecen ser leídos con calma, más allá de sus textos más conocidos. La idea es ir alimentándola poco a poco con breves aproximaciones a sus vidas, sus obsesiones y su forma de entender la literatura.

Para acompañar cada entrada, estoy experimentando también con vídeos generados con IA, que sirven como pequeño retrato del personaje.

La primera protagonista no podía ser otra que Anaïs Nin.
Aquí os dejo el enlace a la página y, como siempre, estaré encantado de leer vuestros comentarios e impresiones.

Anaïs Nin: vivir en estado de diario

La huida – Juan José Vélez Otero

Libertad, para mí, quiere decir huida.
(Joan Margarit)





Se le vio partir y atardecía
por el camino blanco y solitario
que conduce al silencio de los planetas muertos.
Un atlas bajo el brazo, y le seguía
como un perro cansado y distraído
la sombra fiel de la tristeza.
Detrás dejaba toda la ceniza,
un columbario –sueños aún calientes abandonado
en la luz pálida de la tarde.
Se le vio partir. Hacía tiempo
que, absorto, preparaba la maleta
pero esta vez no echó recuerdos de la infancia
ni las fotos prodigiosas de una primavera,
ni los discos, ni las gafas, ni los libros,
ni el diccionario en blanco de sinónimos de la felicidad.
Estaba anunciada ya la huida.
Nunca fue allí lo que quiso.
Lo tuvo todo, pero eso
es diferente. Nunca vio el mar;
por las noches lo oía. Avaramente
hacía recuento reiterado del tiempo:
un vacío rotundo de aire en la memoria.
Se le vio partir
y perderse diluido en la niebla amarilla.
A nadie dijo adiós.
Sólo dejaba
un último verso escrito por las tapias:
Están maduras ya las uvas del pasado.

El fin del día – Diana Bellesi

Bienvenido silencio amigo mío
en la oscura noche que apacigua
el rumor del viento como un guerrero
cuya furia baila entre los árboles

y sin verlo yo lo veo limpiar
el ruido de la mente cacatúa
ensimismada en su graznido brutal
y monocorde y vos silencio mío

daga trueno del monte que rasga
la mugre acumulada las costras
sobre el instinto fino muriéndose
de pura sed por esa atención

donde yo desaparezco salvo
en la función de tensar el sentido
hacia lo visible y su fortuna
inagotable cercana a dios

silencio traicionado amigo nuestro
en el vendaval oscuro del día
dispuesto vaya a saberse a qué
donde el alma se pierde como un piojo

en la cabellera turbia del mundo

Donde habite el olvido… – Luis Cernuda

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mí pechó su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente afrente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Dime que sí – Rafael Alberti

Dime que sí,
compañera,
marinera,
dime que sí.

Dime que he de ver la mar,
que en la mar he de quererte;
compañera,
dime que sí.

Dime que he de ser el viento,
que en el viento he de quererte;
marinera,
dime que sí.

Dime que sí,
compañera,
dime,
dime que sí.

Del barco que yo tuviera,
serías tú la costurera.

Las jarcias, de seda fina;
de fina holanda, la vela.

—¿Y el hilo, marinerito?
—Un cabello de tus trenzas.