Archivo de la categoría: Poesia española

Roto – Benjamín Prado

Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
-Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.

Amor – Carlos Bousoño

Íbamos de camino,
mi cariño en sus brisas te oreaba.
Tu cabello llevado entre los céfiros
era también como brisa del alma.

Eras también como brisa en la brisa.
¡Qué claridad rumorosa mis ansias!
¡Oh transparencia vital que encendía
toda mi vida, cual fuego en luz blanca!

De mi alma entonces salía silvestre
el aire fresco de la madrugada.
Allá dentro, por dentro, ¡qué pura
la caricia amorosa del alba!

¡Qué delicadas nubes se encendían
y qué irisadas aguas!
El mundo era el sonido
y en mi interior sonaba.

Como tú – León Felipe

Así es mi vida,
piedra,
como tú; como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centellas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una Lonja,
ni piedra de una Audiencia,
ni piedra de un Palacio,
ni piedra de una Iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que, tal vez, estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera …

Crisis – Antonio Lucas

Ese hombre que no somos nosotros.
Esa madre de enérgica tormenta.
Los pueblos arrasados,ya sabéis,
y sus ruinas por dentro.

Todo estaba pactado,
menos la poesía.

La promesa de un cielo viejo.
El azufre de la indiferencia.
Lo demente sentado en el borde de los huesos.
El tráfico de lo que se calcula:
el rendimiento, lo que no respira,
el acuerdo entre falta e injusticia.
La certeza del valor de lo que brilla.
El crimen como última hipoteca,
su densidad como un rezo.
Siempre falta paraíso una vez roto el milagro.

El presente es un error de los pronósticos.
Con qué decirlo.
El miedo es nuestro único barómetro.
Y vivir es mantener el equilibrio
por tedio o cobardía.
Aceptar lo indemostrable.
Fingir que nuestra vida
no es rueda de obediencia,
que no lo es el silencio.
Ocultar que no antecede la maldad a la Historia.

Somos la certeza de un siempre estar de noche,
la lenta agricultura de siglos de soberbia.

Esto es lo que queda de nosotros,
esta generación que veis aquí,
este buen entendimiento del escombro,
este don de conquistar el fuego
                                   para inmolarse mansamente sin saberlo.

El perfume – Vicente Aleixandre

Chupar tu vida sobre los labios,
no es quererte en la muerte.
Chupar tu vida, amante,
para que lenta mueras
de mí, de mí que mato.
para agotar tu vida
como una rosa exhausta.
color, olor: mis venas
saben a ti: allí te abres.
Ebriamente encendido,
tú me recorres. toda,
toda mi sangre es sólo
perfume. Tú me habitas,
aroma arrebatado
que por mí te despliegas,
que como sangre corres
por mí: ¡que a mí me pueblas!

Ceniza son mis labios – José Manuel Caballero Bonald

En su oscuro principio, desde
su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios,
alguien, el hombre, espera.
Turbador sueño yergue
su noticia opresora ante la nada
original de la que el ser es hecho, ante
su herencia de combate, dando vida
a secretos cegados,
a recónditos signos que aún callaban
y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo
para emerger hacia canciones,
puro dolor atónito de un labio, el elegido
que en cenizas transforma
la interior llama viva del humano.

Quizá solo para luchar acecha,
permanece dormido o silencioso
llorando, besando el terso párpado rosa,
el pecho triste de la muchacha amada;
quizá solo aguarda combatir
contra esa mansa lágrima que es letra del amor,
contra
aquella luz aniquiladora
que dentro de él ya duele con su nombre: belleza…

A los éxtasis de Teresa de Jesús – Miguel de Cervantes

Virgen fecunda, madre venturosa,
cuyos hijos, criados a tus pechos,
sobre sus fuerzas la virtud alzando,
pisan ahora los dorados techos
de la dulce región maravillosa
que está la gloria de su Dios mostrando:
tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
ahora estés ante tu Dios postrada,
en rogar por tus hijos ocupada,
o en cosas dignas de tu intento santo,
oye mi voz cansada
y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.

Luego que de la cuna y las mantillas
sacó Dios tu niñez, diste señales
que Dios para ser suya te guardaba,
mostrando los impulsos celestiales
en ti, con ordinarias maravillas,
que a tu edad tu deseo aventajaba;
y si se descuidaba
de lo que hacer debía,
tal vez luego volvía
mejorado, mostrando codicioso
que el haber parecido perezoso
era un volver atrás para dar salto,
con curso más brïoso,
desde la tierra al cielo, que es más alto.

Creciste, y fue creciendo en ti la gana
de obrar en proporción de los favores
con que te regaló la mano eterna,
tales que, al parecer, se alzó a mayores
contigo alegre Dios en la mañana
de tu florida edad humilde y tierna;
y así tu ser gobierna
que poco a poco subes
sobre las densas nubes
de la suerte mortal, y así levantas
tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
que ligero tras sí el alma le lleva
a las regiones santas
con nueva suspensión, con virtud nueva.

Allí su humildad te muestra santa;
acullá se desposa Dios contigo,
aquí misterios altos te revela.
Tierno amante se muestra, dulce amigo,
y, siendo tu maestro, te levanta
al cielo, que señala por tu escuela;
parece se desvela
en hacerte mercedes;
rompe rejas y redes
para buscarte el Mágico divino,
tan tu llegado siempre y tan contino
que, si algún afligido a Dios buscara,
acortando camino
en tu pecho o en tu celda le hallara.

Aunque naciste en Ávila, se puede
decir que Alba fue donde naciste,
pues allí nace donde muere el justo;
desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:
alba pura, hermosa, a quien sucede
el claro día del inmenso gusto.
Que le goces es justo
en éxtasis divinos
por todos los caminos
por donde Dios llevar a un alma sabe,
para darle de sí cuanto ella cabe,
y aun la ensancha, dilata y engrandece
y, con amor süave,
a sí y de sí la junta y enriquece.

Como las circunstancias convenibles
que acreditan los éxtasis, que suelen
indicios ser de santidad notoria,
en los tuyos se hallaron, nos impelen
a creer la verdad de los visibles
que nos describe tu discreta historia;
y el quedar con victoria,
honroso triunfo y palma
del infierno, y tu alma
más humilde, más sabia y obediente
al fin de tus arrobos, fue evidente
señal que todos fueron admirables
y sobrehumanamente
nuevos, continuos, sacros, inefables.

Ahora, pues, que al cielo te retiras,
menospreciando la mortal riqueza
en la inmortalidad que siempre dura,
y el visorrey de Dios nos da certeza
que sin enigma y sin espejo miras
de Dios la incomparable hermosura,
colma nuestra ventura:
oye, devota y pía,
los balidos que envía
el rebaño infinito que crïaste
cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,
que no porque dejaste nuestra vida
la caridad dejaste,
que en los cielos está más extendida.

Canción, de ser humilde has de preciarte
cuando quieras al cielo levantarte,
que tiene la humildad naturaleza
de ser el todo y parte
de alzar al cielo la mortal bajeza.