Estaba el Este triste como un guía
sin voz. Por el Oeste de la raya
un niño le enviaba a la muralla
la redondez azul de su alegría.
La pelota botaba y se volvía.
Era lo mismo cuando en la batalla
un hermano lanzaba la metralla
al otro, sin saber lo que se hacía.
Los niños, desde el Este, en las ventanas
descorrían visillos y campanas
hasta que el corazón lloraba, ciego.
La pelota seguía rebotando.
El niño del Oeste estaba dando
a Alemania más pena con su juego.