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Malahierba – Louise Elisabeth Glück

Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.

Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?

Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.

Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.

No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.

No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.

Y yo conformaré el campo.

Lady Lázaro – Sylvia Plath

Lo he hecho otra vez.
Un año en cada diez
Lo consigo——

Una especie de milagro andante, mi piel
Brillante como la pantalla de una lámpara nazi
Mi pie derecho

Un pisapapeles,
Mi rostro un fino lino judío,
Sin rasgos.

Pélame de este paño
Oh mi enemigo.
¿Te aterrorizo?——

¿La nariz, las cuencas de los ojos, las dos hileras de dientes?
Este aliento agriado
Se desvanecerá en un día.
Pronto, pronto la carne
Devorada por el sepulcro severo estará
De nuevo acomodada en mí

Y por eso soy una mujer sonriente.
Solamente tengo treinta años
Y como el gato tengo siete veces para morir.

Ésta es la Número Tres.
Qué basura
El aniquilar cada década.

Qué infinidad de filamentos.
La multitud comedora de maní
Se empuja para verlos

Desenvolver mis manos y pies——
El gran desnudo.
Caballeros, damas

Éstas son mis manos
Mis rodillas.
Quizás yo sea carne y hueso,

Sin embargo soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.

La segunda vez estaba decidida
A durar hasta el final y no regresar nunca.
Meciéndome me cerré

Como una concha de mar.
Tuvieron que llamarme y llamarme
Y quitarme los gusanos de encima como perlas viscosas.

Morir
Es un arte, como todo lo demás.
Yo lo hago excepcionalmente bien.

Yo lo hago de manera tal que se sienta infernal.
Yo lo hago para que se sienta real.
Supongo que podrían decir que tengo una vocación.

Es tan fácil como para hacerlo en una celda.
Es tan fácil como para hacerlo y quedarse quieto.
Es el teatral

Regreso a plena luz del día
Al mismo lugar, la misma cara, el mismo grito
Salvaje y entretenido:

‘¡Un milagro!’
Lo que me trastorna.
Hay un precio

Por mirar mis cicatrices, hay un precio
Por escuchar mi corazón
Que realmente avanza.

Y hay un precio, un muy alto precio
Por una palabra o un toque
O un poco de sangre

O un pedazo de mi ropa o un mechón de mi cabello.
Entonces, Herr Doktor.
Entonces, Herr Enemigo.

Yo soy tu opus,
Yo soy tu joya,
El puro bebé de oro

Que se derrite hasta un chillido.
Yo me vuelvo y me quemo.
No pienses que menosprecio tu gran preocupación.

Cenizas, cenizas——
Tú atizas y hurgas.
Carne, hueso, no hay nada allí——

Una barra de jabón,
Un anillo de bodas,
Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado
Cuidado.

De entre las cenizas
Me elevo con mi cabello rojo
Y devoro hombres como al aire

Canción de amor de una muchacha loca – Sylvia Plath

Cierro los ojos y el mundo entero perece;
Levanto los párpados y todo vuelve a nacer.
(Creo que te inventé dentro de mi mente.)

Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Y una arbitraria negrura entra galopando:
Cierro los ojos y el mundo entero perece.

Soñé que me hechizabas hasta tu cama
Y enfebrecido de luna cantabas, locamente me besabas.
(Creo que te inventé dentro de mi mente.)

Dios se tambalea desde el cielo, los fuegos del infierno se desvanecen:
Salen los serafines y los hombres de Satán:
Cierro los ojos y el mundo entero perece.

Gustaba de pensar que regresarías como dijiste,
Pero envejezco y me olvido de tu nombre.
(Creo que te inventé dentro de mi mente.)

Debí haber amado al Ave de Trueno en vez;
Al menos con la primavera entre rugidos regresa.
Cierro los ojos y el mundo entero perece.
(Creo que te inventé dentro de mi mente.)

El pecho – Anne Sexton

Ésta es la llave.
Ésta es la llave maestra.
Preciosamente.

Estoy peor que los hijos del guardabosque,
ganándome el pan y el polvo.
Estoy aquí, tamborileando un perfume.

Déjame descender a tu alfombra,
a tu colchón de paja —lo que tengas a mano,
pues la niña en mi interior muere, muere.

No es que sea ganado para comerse.
No es que sea alguna calle.
Pero tus manos, como arquitecto, me encontraron.

¡Lechera llena! Hace años ya era tuyo
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos mudos en el pantano. Juguetitos.

Un xilófono con piel, tal vez,
torpemente tensada sobre él.
Sólo más tarde fue algo real.

Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine.
No daba la medida. Algo había
entre mis hombros. Nunca suficiente.

Claro, había una pradera,
pero ningún joven que cantara la verdad.
Nada que revelara la verdad.

Ignorante de hombres yacía con mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas gritaba
mi sexo será transfigurado.

Ahora soy tu madre, tu hija,
tu cosa nuevecita —un caracol, un nido.
Estoy viva cuando tus dedos viven.
Uso seda —cubierta para descubrir—
pues en seda es en lo que quiero que pienses.
Pero me estorba la tela. Es tan tiesa.

Así que, di lo que sea, pero escálame como alpinista
pues aquí está el ojo, la joya está aquí,
aquí está el goce que el pezón aprende.

No tengo equilibrio —pero no es la nieve la que me
enloquece.
Estoy loca como las jóvenes lo están,
con una ofrenda, una ofrenda…

Y me quemo como se quema el dinero.

FRANCESCA – EZRA POUND

Saliste de la noche
Con flores en las manos.
Vas a salir ahora del tumulto del mundo,
De la babel de lenguas que te nombra.

Yo que te vi rodeada de hechos primordiales,
Monté en cólera cuando te mencionaron
En oscuros callejones.
¡Cómo me gustaría que una ola fresca cubriera mi mente
Que el mundo se trocara en hoja seca,
O en un vilano al viento,
Para que yo pudiera encontrarte de nuevo
Sola!

Lo propio – Ursula K. Le Guin

No puedes medir la circunferencia
pero hay centros:
piedras, y una mujer lavando en un vado,
el agua corre marrón rojiza del lavado.
Las bocas de las cuevas. Las bocas de las campanas.
Hacia el norte el cielo invernal
bajo nubes de nieve, verde jade.
No hay estrella más lejana que el fulgor
de mica en un guijarro sobre la mano,
o más cerca. La distancia es mi dios.

Amapolas en julio – Sylvia Plath

Pequeñas amapolas, llamitas infernales,
¿es que daño no hacéis?

Se apagan y reviven. No puedo tocarlas.
En su fuego pongo las manos. Nada se incendia.

Contemplarlas me consume
Llameando así, su rojo ajado y brillante como piel
de alguna boca.

¡Una boca recién ensangrentada
pequeñas faldas sangrientas!

Hay efluvios que no puedo asir.
¿Dónde están tus opios, tus asquerosas cápsulas?

¡Si pudiera desangrarme y dormir! —
¡Si pudiera mi boca unir a una herida así!

Oh, vuestros líquidos rezuman en mí, cápsula de vidrio
Apagándose y aquietándose.

Mas, sin color, sin color. Descoloridamente.

Esta mañana – Raymond Carver

Esta mañana fue algo especial. Un poco de nieve
yacía sobre el suelo. El sol flotaba en un claro
cielo azul. El mar era azul y verdeazul,
tan lejos como alcanzaba la vista.
Difícilmente una ola. Calma. Me vestí y salí
a dar un paseo, decidido a no regresar
hasta tomar lo que la Naturaleza tenía que ofrecer.
Pasé cerca de unos viejos árboles retorcidos.
Crucé un campo esparcido de piedras
donde la nieve se había amontonado. Seguí
hasta alcanzar el acantilado.
Ahí miré largamente el mar y el cielo y
las gaviotas revoloteando sobre la playa blanca
abajo a lo lejos. Todo precioso. Todo bañado de una luz
pura y fría. Pero, como siempre, mis pensamientos
empezaron a dar vueltas. Tuve que poner de mi parte
para ver lo que estaba viendo
y nada más. Tuve que decirme a mí mismo que esto era
lo que importaba, no lo demás. (¡Y sí logré verlo
durante un minuto o dos!) Durante un minuto o dos
logré desplazar las reflexiones habituales sobre
lo que estaba bien y lo que estaba mal—obligaciones,
recuerdos tiernos, pensamientos de muerte, cómo debía
llevarme
con mi ex esposa. Todas las cosas
que esperaba se fueran esta mañana.
Las cosas con las que vivo cada día. Lo que
he pisoteado para poder seguir vivo.
Pero durante un minuto o dos pude olvidarme
de mí mismo y de todo lo demás. Sé que lo hice.
Pues cuando regresé no sabía
dónde estaba. Hasta que algunas aves salieron
de los árboles retorcidos. Y volaron
en la dirección que yo necesitaba tomar.

Lesbos – Sylvia Plath

¡Crueldad en la cocina!
Las patatas protestan silbando.
Todo es muy vulgar e indecente, este lugar sin ventanas,
La luz fluorescente, encendiéndose y apagándose en una mueca de dolor,

Como una terrible jaqueca,
Estas modestas tiras de papel a modo de puertas-
Telones de teatro, rizos de viuda.
Y yo, cariño, soy una embustera patológica,
Y mi hija –mírala, tumbada bocabajo en el suelo,
Una marionetilla sin hilos, pataleando desesperada por desaparecer,

Porque es una esquizofrénica,
Da miedo verla así, con la cara roja y blanca.
Y todo porque arrojaste sus gatitos por la ventana
A una especie de pozo de cemento
Donde cagan, vomitan y gimotean, y ella no los puede oír.
Dices que no la soportas,
Claro, la cabrona es una niña.
Tu, a quien se le han fundido las lámparas, como a una radio barata,

Limpia ya de voces y de historia, del ruido
Electroestático de lo novedoso.
Dices que debería ahogar a los gatitos, porque ¡apestan!
Dices que debería ahogar a la niña,
Pues, si a los dos años ya está así de loca, a los diez se cortará el cuello.

El bebé, en cambio, ese caracol rechoncho, sonríe
Desde los pulidos rombos de linóleo anaranjado.
Te lo comerías. Claro: él es un niño.
Dices que tu marido no es bueno contigo.
Su mamá judía le guarda su dulce sexo como si fuera una perla.
Tú tienes un solo hijo, yo dos. Debería sentarme en una roca
Allá en Cornwall y dedicarme a peinarme el cabello.
Debería llevar pantalones de piel de tigre y liarme con alguien.
Los dos, sí, deberíamos reencontrarnos en otra vida,
Reencontrarnos en el aire.
Tú y yo.

Entretanto, la cocina hiede a grasa y a cagada de bebé.
Me siento atontada y lenta por culpa del somnífero de ayer.
La humareda de la cocina, la humareda del infierno
Flota sobre nuestras cabezas, dos oponentes ponzoñosas,
Nuestros huesos, nuestros cabellos.
Yo te llamo Huérfana, huérfana. Estás enferma.
El sol te produce úlceras, el viento, tuberculosis.
Una vez fuiste hermosa.
En New York, en Hollywood, los hombres decían: “¿Llegaste?
Guau, nena, pues sí que eres especial.”
Pero tú fingías, fingías, fingías por puro placer.
El marido impotente se escabulle penosamente fuera, en busca de un café.

Yo intento retenerlo,
Esa vieja vara que aguanta los rayos,
Los baños de ácido, los cúmulos que surgen de ti.
Al fin se larga bajando la colina empedrada de plástico,
Tranvía apaleado,
Desparramando chispas azules
Que se fragmentan como el cuarzo en millones de astillas.

Oh, joya. Oh, objeto valioso.
Esa noche, la luna
Arrastraba su bolsa de sangre, como un enfermo
Animal,
Por encima de las luces del puerto.
Y de pronto volvió a ser ella,
Dura, distante, blanca.
Su brillo de hojuela, reflejado en la arena, me daba un miedo de muerte.

Nos entretuvimos cogiendo puñados de ella, amándola,
Amasándola como si fuese pasta, el cuerpo de un mulato,
Gravilla sedosa.
Un perro husmeó y se quedó mirando a tu perruno marido.
Y así continuaron por un buen rato.

Ahora estoy aquí callada, inmersa
Hasta el cuello en mi odio.
Un odio denso, denso.
No hablo.
Estoy empaquetando las patatas duras como si fueran ropa buena,
Empaquetando a los niños,
Empaquetando los gatos enfermos.
Oh, jarra de ácido, pero si es de amor
De lo que estás llena. Tú bien sabes a quién odias.
Ahora él está abrazado a su bola de prisionero ahí abajo,
Junto a la puerta de la verja que da al mar,
Justo donde éste se adentra, blanco y negro,
Y luego refluye.
Cada día lo rellenas de sustancia anímica, como si fuese un cántaro.
Estás tan cansada.

Tu voz es mi pendiente,
Un murciélago deseoso de sangre, aleteando y chupando.
Eso es. Eso es.
Asomas la cabeza por la puerta,
Triste, endemoniada bruja. “Todas las mujeres son unas putas.
No logro comunicarme con nadie.”

Veo cómo tu precioso decorado
Se cierra sobre ti como el puño de un bebé
O una anémona, esa querida
Del mar, esa cleptómana.
Yo aún estoy muy verde.
Te digo que tal vez vuelva.
Ya sabes para qué sirven las mentiras.

Pues tú y yo jamás nos reencontraremos, ni siquiera en tu cielo zen.