Cesa la luz
y el tiempo
se suspende
y se levanta
apenas una brisa
como, si en su caída,
el sol moviera el mundo.
Con naturalidad,
respiras hondo.
Hueles entonces
el nítido perfume
que llega del jazmín.
Está debajo.
A lo largo de un muro,
a media altura.
Contemplas
sus hojas delicadas,
su tronco (que parece
el trazo de un dibujo
chino antiguo),
sus mínimas, fugaces
flores blancas.
El olor es intenso,
de otro tiempo tal vez,
evocativo.
Comprendes bien
que por encima
de cualquier otro hecho,
de este agosto en el sur,
quedará en tu memoria
ese momento:
alguien que, a solas,
mientras el sol se va,
huele el jazmín.