Miro la casa desde un retrato – Luz Machado

Estoy en paz.
El polvo de la casa levanta sus praderas
sin color ni alarido
y en la noche desprende sus trigos desolados.
Estoy en paz, al fin,
y no hago nada.
Ni el vestido se arruga
ni el collar debo quitármelo
ni los zarcillos
para dormir.
Soy feliz poseyendo este rostro, en un cuello sin latido
y si la sangre existe
por la casa debe andar regada, sin espanto.
El marco me defiende
y no me canso de mirar lo mismo.
Nadie sabe que por las noches
mueren envenenadas cerca de mis oídos las palabras
debajo de esta mesa.
Saben, si,
que este es el único sitio del mundo
en donde ni remiendo ni lloro ni paseo la tarde ni envejezco.
Pero ignoran igualmente
que los colores borrados por la luz están dentro de mi cerebro,
debajo de mis cabellos,
dándome todos los paisajes antiguos como nuevos
y todo el mundo detenido en esta hora del retrato
como antiguo.
Mis amigas desde que me han visto,
hablan a sus maridos del suicidio
para que les permitan vivir como a las convalecientes.
Pero sabed, dulces señoras mías,
que este retrato fue hecho fuera de la ciudad y sus ventanas.
Y es piedra de David.

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