No quisiera llorar si su música, mientras
mi habitación invade, la desborda,
y en los balcones yergue sus mástiles de oro.
No quisiera llorar. Con su gozo se exalta
mi tristeza: la música es tu nombre
pronunciado que te devuelve niño,
que te florece en mí y en mi carne te habita
y te detiene.
Asalta Mozart mi memoria inquieta
y tórnase tu ausencia en nomeolvides,
las lágrimas descorren sus cortinas
y el sol se precipita como una cimitarra.
Me sobresalta Mozart, arcángel, salta,
vierte sus azucenas en mis manos
y con su espada incendia los cristales.
No quisiera llorar, ya no, mientras su júbilo
abre una dulce herida en mi ternura,
no sé si de esperanza o de desasosiego
–oh niño mío, Mozart–
Yo quisiera, tan sólo yo quisiera,
suavemente morirme si él está cantando.