UN segundo tan solo y para siempre,
lo nunca visto, lo que brilla oscuro,
secreto, tan sin nombre de llamarlo,
y deslumbrante hiere, y no se marcha.
Basta un tenue segundo
de sol incandescente y doloroso
para encender el mundo, puro incendio.
Ese dardo feroz y luminoso
es lo que mueve el mundo de un poeta.
Un segundo que puede corromperte
o llenarte de lluvia soleada:
lo mismo que te abisma te da a luz.