ANTE el pensar confuso de esta muda tristeza,
¡qué blando eras, paisaje! Tus plácidos colores
le untaban a mis ojos bálsamos de belleza,
que chorreaban miel en mis hondos dolores.
—Su esmeralda, en el cielo copiaba el mar vecino,
piedra pura del anillo del horizonte;
a la brisa, arrullaba, grato, el redondo pino
una paz fuerte y rosa que ascendía del monte.—
Una mano celeste modelaba la vida
con arena de amor, de bien y de ventura;
y cual lobo hecho oveja, temblorosa y perdida,
volvía por el campo, balando, mi amargura.