Todas las entradas por Ricardo Fernández

Aficionado a la ciencia ficción desde hace más de 40 años. Poeta ocasional y lector de poesía, novela negra, ensayo, divulgación científica, historia y ciencia ficción.

El doncel – Andrés Trapiello

Ardoroso el verano, las encinas,
los dorados centenos.
La campana mayor está sonando
a media tarde. Chillan en el cielo
medievales cornejas
y acuden uno a uno los canónigos,
vestidos de paisano. Huele a cera
en las naves del templo y hace frío
entre las viejas piedras.

Melancólico estás sobre la tumba,
doncel, como doncella.
No muerta, no dormida,
sino contigo misma, ausente, amada
en el secreto amor, correspondida.
Leer, soñar, dejar que el tiempo pase
y el pensamiento corra igual que el agua.
Esa es la eternidad. Vivir no estando vivo.
Morir no estando muerto y escuchar
a lo lejos, como temblor del tiempo,
sonajas de los álamos sombríos
y un arroyo entre juncos.

Ven, camina conmigo,… – Emily Brontë

Ven, camina conmigo,
sólo tú has bendecido alma inmortal.
Solíamos amar la noche invernal,
Vagar por la nieve sin testigos.
¿Volveremos a esos viejos placeres?
Las nubes oscuras se precipitan
ensombreciendo las montañas
igual que hace muchos años,
hasta morir sobre el salvaje horizonte
en gigantescos bloques apilados;
mientras la luz de la luna se apresura
como una sonrisa furtiva, nocturna.

Ven, camina conmigo;
no hace mucho existíamos
pero la Muerte ha robado nuestra compañía
-Como el amanecer se roba el rocío-.
Una a una llevó las gotas al vacío
hasta que sólo quedaron dos;
pero aún destellan mis sentimientos
pues en ti permanecen fijos.

No reclames mi presencia,
¿puede el amor humano ser tan verdadero?
¿puede la flor de la amistad morir primero
y revivir luego de muchos años?
No, aunque con lágrimas sean bañados,
Los túmulos cubren su tallo,
La savia vital se ha desvanecido
y el verde ya no volverá.
Más seguro que el horror final,
inevitable como las estancias subterráneas
donde habitan los muertos y sus razones,
El tiempo, implacable, separa todos los corazones.

cura para el ruido – Regina Salcedo

era cuestión de tiempo. o no es cuestión de tiempo. si lo piensas;
todo podría serlo.

optemos por llenar el recipiente
con algo más que aire.

durante años mi mente
en modo magnetófono
rastreando cualquier señal acústica,

amplificándola
para abrirle las tripas igual que a una madrilla
de hojalata

y entender cada pieza.

la canción titulada: es que no sé pensar de otra manera
acabó perpetuándose en hilo musical
y como resultado:
los poemas ungüento.
la poesía vórtice.

escribir para hallar el origen del ruido
e hilar un par de ideas consecuentes
que puedan parecer las de los otros.

tantas excavaciones, tantas palabras baba
formando una gran bola pegajosa de chicle.

tengo un callo en la encía. en el labio. de tanto.

hasta que, por sorpresa, alguien coge mis hombros
y me gira hacia afuera para que yo lo vea
entero, como un río.

y, teniendo en cuenta que no soy un castor,
el alivio me alcanza de inmediato.

Las noches de Cabiria – Claudia Masin

                         (Basado en el film de Federico Fellini)



De noche salimos como lobas a comernos
las calles, pero somos más bien como un perfume, ese
que trae el viento norte en los primeros
días del verano: el que anuncia con su aliento
pesado y cálido todo lo que habíamos
olvidado en los meses de frío,
interminables. Que hay una gracia, que hay
una elegancia en esas fiestas del pueblo
que parecen ordinarias y paganas, que hay
que mirar más de cerca para verla. En la alegría
feroz, inmotivada de los que nacimos para ser
bestia de carga está esa gracia. Es fácil
despreciarla. Nace y crece igual que los incendios,
a partir de una chispa insignificante. No se necesita
gran cosa y ya está ahí, imponente, la fogata que somos
cuando nos desatamos las que hemos nacido
con las patas apretadas por la soga, listas
para convertirnos en la comida de los otros. Ya es un milagro
que andemos sueltas. Da espanto
a las buenas conciencias que no se pueda confiar
en que las gentes permanezcan en el lugar al que han sido
destinadas. A qué esa terquedad, esa vehemencia,
si es más fácil agachar la cabeza y hacer
lo que se espera de nosotras: esconderse, salir
cuando somos llamadas, desaparecer si ya
no resultamos necesarias. Y sin embargo,
qué hermoso es mostrarnos, las plumas
multicolores agitándose en el aire, el baile
que festeja todo lo que no debe
festejarse: el verdadero milagro,
que es tener un cuerpo capaz de sentir
lo mismo que el cuerpo de las santas, pero no
ante un dios o ante el regalo
del dolor sino ante el áspero
contacto de otras manos: el sexo
es más intenso y poderoso que una plegaria, no lo saben
los que creen que es un anzuelo a clavar en las agallas
del pez hasta extenuarlo, hasta sacarlo
del agua boqueando
desesperado, capaz de cualquier cosa
por oxígeno. Ah, la más
maravillosa música es la que nace
de la pobreza y la fealdad, no lo saben
los que nunca la han bailado: es como un halo
bajo el cual todo se convierte en su contrario, la muerte
misma retrocede y se le entrega, mansa. Cuidado
con los que no tenemos nada: cuando no queda
nada que perder se pierde el miedo y ay, yo te aseguro
que no quisieras encontrarte
con alguien que no teme, no quisieras
mirarlo a los ojos, sostenerle la mirada.

Perdedores – Ana Merino

Perdedores, este desierto es un espejismo
por donde la luz de los sueños
va filtrando extrañas sensaciones,
soplos de viento que a veces se confunden
con la vida anhelada de los vaqueros solitarios.

Este lugar es el que eligieron los legendarios pioneros
que creían en Dios a su manera, por eso forjaron el oeste
con lentos carromatos y familias resignadas,
caminos llenos de piedras, rutas que luego se abrirían
a las veloces diligencias y a los trenes de vapor.

Horizonte de aves carroñeras y graznidos,
remolino de polvo, ladridos que hacen eco,
cansancio que relincha y se siente desgraciado
y se moja los labios en el abrevadero
y nota las espuelas clavarse en el costado.

Perdedores que compartís la derrota,
esa señal de vuestra estirpe que siempre os encarcela,
ese abismo de ingenuidad malvada, de celos acuchillados
y ataques grises de ira sin sentido que os convierten
en serpiente de cascabel temblando sobre la tierra.

Vuestras armas se encasquillan, vuestros planes se desbaratan;
el infinito es polvo seco de fracaso,
la vida un desaliento rabioso parecido a las pataletas infantiles,
que a veces explosionan con gritos y llantinas
cuando ya está todo perdido.

La escenografía desgraciada de los niños que quieren
complacer a su madre, demostrar que son hombres
con alma de bandidos;
demostrar que podrían llevarse todo el oro de los bancos,
para luego esconderlo en un lugar secreto.

Decorados de cartón piedra
para los hermanos malos que son crédulos
y quieren ser invencibles gigantes
y creen en los poderes de la magia invisible
que habita en un simple sombrero.

Hermanos fracasados que mastican derrotas
pero no se arrepienten ni se cansan,
y están siempre tramando ese golpe maestro,
impregnado en un sueño con pésimas ideas
y errores repetidos como una melodía de días circulares.

Fusión – Cristina Peri Rossi

No conozco otra manera de superar
el tiempo y sus relojes
los días y sus disgustos
sus migrañas sus cifras de desempleo
sus turbulencias mundiales
sus injusticias
más que esta fusión de cuerpos
de pieles y de sexos
este espacio sin fronteras
este tiempo sin controles
esta libertad en fin de encadenarse
a lo que se ama
no a lo que se obedece
sumisas al amor
y no a los hemisferios
ni a las convenciones
ni a los imperios
ni siquiera a las leyes físicas
que hacen de un encuentro emocional
la fricción de pieles músculos y salivas.
Einstein descubrió que el tiempo y el espacio
son metáforas
aunque yo todavía no sé
metáfora de qué somos tú y yo
quizás de una antigua melodía del universo
antes de su descomposición.

Lamentación del sin techo – Allen Ginsberg

Perdona, amigo, no quise molestarte
pero volví de Vietnam
donde maté a un montón de caballeros vietnamitas
algunas damas también
y no pude soportar el dolor
y de miedo cogí un hábito
y pasé por la rehab y estoy limpio
pero no tengo lugar donde dormir
y no sé qué hacer
conmigo ahora mismo

Lo siento, amigo, no quise molestarte
pero hace frío en la calle
y mi corazón está enfermo solo
y estoy limpio, pero mi vida es un desastre
Tercera Avenida
y calle E. Houston
en el paso peatonal bajo el semáforo en rojo
limpio tu parabrisas con un trapo sucio

Todas mis palabras – Antonio Portela

Soy luz, y tú te sumas al fulgor. 
Reunimos en el aire irregular 
un perfecto misil, un chorro claro 
Estoy lanzando todas mis palabras 
subido en el lugar más alto y solo. 
Prometo no vender mi voz a sombras. 
Prometo no olvidarlo. 

Cada gesto 
que impongo cuando paso por el mundo 
lo dejo en manos de la claridad 
y te ofrezco, aquí tienes mis puertas. 
Querido amigo mío, ésta es mi casa 
de pobre construcción y vivos muros.