El conserje de la casa en que vivo
es de mi pueblo y, como yo, vino
a Madrid hace ya muchos años.
Por las mañanas me despierta
con un largo lamento en el que caben
el río, el castillo, las torres
y su casa de entonces. En el patio
debe estar su madre cosiendo
esa nostalgia cana a cana, debe
de estar su primera novia, sus juegos
infantiles, los sueños por cumplir.
Todo en ese quejido de luz y de misterio
con que me despierta, con esa pena
balsámica con que hace amanecer
el mundo.
Y tiene vida la muerte
como cuando aún la noche muerde el alba.